Hace treinta años en la publicación en La República del artículo que ahora adjunto. Tuve dos resbalones:
Facio murió a los 44, no a los 41.
La segunda guerra mundial no se originó en Sarajevo. Torpemente, quise decir que la segunda guerra era la continuación de la primera. Con gentileza me lo hizo ver Francisco Villalobos hace un tiempo y a raíz de otra conversación.
A lo nuestro, socialdemócratas:
Facio no creo que se hubiera dicho, sin más, socialdemócrata, consciente de una economía en que los obreros eran minoría. Los rótulos importan poco. El Partido Socialdemócrata, del que fue parte, reunía corrientes muy diversas. Su variedad no es reunión de incompatibles; es ecumenismo, diría Chico Morales, reunión de la izquierda de la derecha y de la derecha de la izquierda.
Don Pepe y don Alberto Martén, hombres de acción, venían de Acción Demócrata (un sector del partido de León Cortés) y sin embargo nacionalizaron la banca e impulsaron la electrificación desde el estado. El Partido Social Demócrata fue fundado en 1945 por el Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales y Acción Demócrata. Facio era hombre de pensamiento, riguroso economista autodidacta, muy amigo de una Costa Rica solidaria entre sus clases y capaz de sortear los vendavales caribeños. De raíces colombianas, se identifica con el liberalismo social de su ascendencia paterna. Entre el pensador Facio y el hombre de acción Figueres destaca Daniel Oduber.
En nuestros desangelados tiempos las ideologías están boqueando, y viejas, deberían seguir el ejemplo de la abuela de Borges que tranquilamente agonizaba en cama y decía a sus nietos: ¡Qué novedad que una vieja se muera!
Agonizan las ideologías estrechas y merece vindicarse la forma liberal democrática que acoge a una y otra sin exigir homenajes exclusivos; la forma de Rodrigo Facio y de don Ricardo. La forma democrático liberal también es una ideología, sí, pero abierta, generosa, dispuesta a la cooperación entre las clases y al internacionalismo.
En un mundo arrojado a la locura ese liberalismo radical de Facio es muy de hoy: La vindicación de mejores derechos políticos y económicos para todos, en el campo doméstico o en el internacional: palestinos atropellados e israelitas sin piedad, ucranianos imprudentes y heroicos y rusos muy rusos, chinos musulmanes y administradores de campos de concentración, americanos discípulos de F. Roosevelt y clases populares golpeadas por los vientos desatados del dinero, unidas por un odio atizado a los hispánicos y a los musulmanes.
Pienso que don Rodrigo es nuestro liberal radical por excelencia. Podemos ligarlo al último Ricardo Jiménez, en el centro izquierda en su última tentativa presidencial, a los 22 años de Facio.
He visto sin sorpresa en conversaciones sobre revoluciones en Latinoamérica la ausencia de Uruguay, modelo de convivencia, o de la Cosa Rica figuerista, y un incómodo silencio con el reformismo chileno de un Gabriel Boric escarmentado de Bolivarianos.
¿Acaso no merecerían el rótulo revolucionario esas discretas y efectivas reformas uruguayas o, en su momento, Figueristas, que con sus debilidades y traspiés han no obstante dado frutos para los pobres de este mundo con que queremos nuestra suerte echar?
Les dejo estas líneas con un saludo muy especial. Seguir en la senda de la democracia radical liberal.
Rodrigo Facio
Pablo Rodríguez O.
No ha sido ejecutado el Zar en marzo de 1917. La ciudad de Pedro el Grande aún no la llaman Leningrado. Encendida en Sarajevo, la Gran Guetra ruge. Rodrigo Fació nace el 23 de marzo, hace 77 años. La guerra había desquiciado las finanzas, los poderosos temían la franqueza republicana del Presidente González Flores y un militar de opereta, Tinoco, con la complicidad de los liberales y la aquiescencia popular, acababa de enseñorearse del Cuartel Principal y de Costa Rica una mañana de enero. Lenin —Lénine, deletreaban nuestros periódicos— se hace con el asiento del Zar en octubre de 1917. Y en octubre explota en San José el Cuartel Principal, primera advertencia a la matonada militar, y mueren sesenta en el Barrio Amón. No ha alcanzado Fació tres años cuando los hijos de la ilustración criolla, los liceístas y las muchachas del Colegio de Señoritas —allí están Carmen Lyra y una hija de Brenes Mesén— dan cara a los policías y dan fuego al periódico de la dictadura.Rodrigo Facio va apenas a la escuela cuando el General Volio agita la modorra política con el Angelus y Tolstoy y los fieles no saben si les habla un guerrillero o el Cardenal Mercier. Don Ricardo y don Cleto, los viejos formidables, cabecean en el solio presidencial, decía Volio, para atormentarlos.
Al recordarle, este marzo de 1994, rumiamos su siglo y nos asombra que, otra vez, en Sarajevo. los hombres acaben como las moscas; que Leningrado se bautice San Petersburgo. Oí en casa —o me parece haberlo oído— que mi padre oyó al suyo decir que en Sarajevo se trenzaban las guerras. Para Fació, este es un siglo más bien corto: moriría en una playa salvadoreña a los cuarenta y un años. Le fue concedido tiempo para ver una Segunda Guerra ensañarse en los atavismos autoritarios, y a sus treinta y un años, a Costa Rica de cabeza en la guerra civil.
Esta es la circunstancia de su liderazgo entre los estudiantes, de su meditación sobre las bananeras en nuestro Caribe enclavado, desarraigadas de un Valle Central cafetalero y liberal. La “cuestión social”, así se la llamaba con pudor, carcomía las transacciones y equilibrios tradicionales aquí, el vasallaje allá.
En Sarajevo prenden las luchas en la Primera, en la Segunda y en esta vil guerra desteñida. Al tiempo las tradiciones políticas liberales, los cauces civilizados para las polémicas, retoman sus atractivos y dan escalofríos con su fragilidad. La aldea josefina nos parece el centro del mundo, que está en todas partes decía alguno, aunque no tengamos a Darío —qué envidia—: cuando García Monge compone, con sus manos, el Repertorio Americano y nos deja pasmados; cuando zapateros, sastres y panaderos—artesanos arquitectos de su universo— sueñan con la Edad de Oro y con un mundo mejor; cuando Fació, estudiante de veinticuatro años, economista sin grado, presenta en Derecho su tesis, “Estudio sobre economía costarricense” y esboza, agudo, los ejes de las polémicas institucionales del resto del siglo.
Pasada la guerra, diputado constituyente, defiende un proyecto de Constitución que empeña la República en “remover los obstáculos de naturaleza social” que limitan de hecho la igualdad y la libertad de las personas. Deslinda su postura de cualquier “exclusivismo constitucional”.
Destaca la “sabia y liberal enseñanza” de un voto salvado del Juez Oliver W. Holmes, opuesto a la triste faceta de una mayoría de la Corte Suprema de los Estados Unidos, que esgrime los derechos de unos cuantos para anular las leyes en favor de los muchos, en nombre de un estrecho liberalismo: “Una Constitución no se supone que deba englobar una particular teoría económica…. Una Constitución se hace para un pueblo con puntos de vista fundamentalmente diferentes”. Facio rechaza el estatismo autoritario pero habla ya advertido las consecuencias de confundir “los derechos del hombre con los privilegios de las grandes compañías, la libertad económica con la voluntad de los trusts”. Dieciocho años después, Rector de la Universidad, machacaría: los “derechos individuales, los espirituales y los políticos”, que “representan im paso más de la corriente emancipadora del hombre”, no tienen el mismo valor que los económicos, “que responden a determinadas necesidades históricas de la evolución económica de Occidente”.
En los barrios madrileños, alguien Liberal es alguien generoso; es éste el talante del Liberalismo de Fació. Más nos vale hablar de Tradiciones Liberales. Así, en plural. Las negadas en Sarajevo. Las que no sabemos si son socialistas o liberales, rotundas, cara a las clases, al Estado, a Partidos, a gregarismos. Fació clama por la “imaginación política”, desconfía de la reforma social por decreto, cree en la sociedad civil antes que en los reglamentos, execra la “oligarquía civil, o grupo de beneficiarios profesionales de la política”. Se resiste a petrificar en la Constitución el liberalismo “adulterado” —el estrechamente económico— tanto como a constitucionalizar el estatismo. La Constitución, al menos la que él celebra, es un cauce para la polémica económica, para las desavenencias políticas. No es la clave para uniformar los discursos con una excusa jurídica. Un gobierno “convencido de la inviolabilidad absoluta de los derechos de propiedad… podrá hacer su política dentro de la Constitución. Pero si las mayorías le dan su apoyo a un gobierno…. de preocupaciones populares… entonces este otro gobierno también podrá hacer su política dentro de la misma Constitución”. Porque, caso por caso, habrá de decidirse entre la justicia y la seguridad, entre valores contrapuestos; uno y otro terminará por ceder, sin ser aniquilado. Sueña con “un socialismo costarricense”, “al margen de la estatización autoritaria”; se rehúsa a a cosechar “nuestra tradición política liberal”. Acaso el Liberalismo que imagina sea la confluencia de las tradiciones liberales y de las socialistas, el que “no concibe ya la libertad como una fórmula permisiva legal sino como una situación social diferente”.
Facio no nos ha heredado certidumbres sectarias; hijo de la república ilustrada, nos lega una orgullosa independencia de criterio: “el liberalismo agreste y patriarcal de los bisabuelos”.