Mujeres israelíes y los guerreros judíos de Dios

Por Nazanín Armanian*

Nazanin Armanian

Cerca de un tercio de las 1200 víctimas de la Operación Al Aqsa de Hamás en Israel y unas veinte de las 137 personas tomadas como rehenes por el grupo palestino, el 7 de octubre del 2023, son mujeres. Según las autoridades israelíes, varias de las mujeres asesinadas habían sido violadas. Ninguna de las escasas medidas de la ONU para prevenir los crímenes de guerra, ataque a los civiles o la violación de las mujeres, han funcionada en ninguno de los numerosos conflictos armados que azotan el planeta. Que tanto el judaísmo (Deuteronomio 20:14) como el islam (Corán: 24: al Nisa) incluyesen a las mujeres entre el «botín de guerra» de sus hombres guerreros, obliga a los organismos internacionales a realizar una investigación a fondo sobre la agresión sexual en este largo conflicto colonial-religioso.

Por su parte, Israel, que no cumple la ley judía del «Ojo por Ojo» (heredada de Hammurabi, quien hace 3.700 años quiso civilizar al ser humano prohibiendo la masacre de comunidades enteras en venganza por el daño recibido por uno de sus integrantes), ha masacrado hasta hoy a cerca de 25.000 palestinos, el 70% de ellos mujeres y niños: 16 vidas palestinas por una judía.

Las misteriosas mujeres israelíes

La primera información que aparece en internet sobre «la mujer en Israel» son infinitas imágenes de las soldados (o sea, no como mujer-víctima, sino protagonistas de la violencia como sistema), que para más inri no están haciendo de «Oficial y caballero», sino figuran en poses coquetas como si estuvieran disfrazadas de militares. El segundo grupo de fotos que sorprende es de las mujeres judías con burka -y no testimoniales, como en Beijín o en Minsk: lo llevan decenas de miles, corrigiendo a los que sitúan el origen y los motivos de esta aterradora y humillante prenda en las tribus de pastunes afganas-, y por último se aprecia la imagen de la primera ministra Golda Meier, la misma que tachaba de «locas» a las feministas. No sorprende que la jueza de la Corte Suprema de EEUU Ruth Bader Ginsburg comparase la exclusión de las mujeres en Israel con los negros en su país.

En este Estado teocrático militarista, donde la élite capitalista consolida el patriarcado en el nombre de Dios y de la Seguridad, obviamente, hay excepciones, si se busca a conciencia: la destacada líder marxista de origen lituano Esther Vilenska, que contribuyó en 1944 a restablecer el Partido Comunista de Palestina y planeaba una Palestina democrática e independiente de carácter binacional.

Varios meses antes del ataque de Hamás, las tatzpitanit – reclutas designadas para vigilar la frontera con Gaza-, habían informado a sus superiores, todos hombres, de extraños ejercicios miliares de la organización palestina. El desprecio de los mandos a las advertencias no se debió sólo al sesgo sexista instalado en el poder (pues Egipto también les había informado), sino a que, quizás a Benjamin Netanyahu, el Primer Ministro perseguido por la ley y por cientos de miles de ciudadanos que cada sábado pedían su cabeza, le interesaba que sucediera, y así poder exportar la crisis interna, algo que ha conseguido. El hashtag #BibiKnew («Benjamin lo sabía«) inunda las redes sociales.

¿»Pueblo elegido» u «hombres elegidos»?

El sueño de emancipación de las primeras mujeres judías que emigraron a Palestina, a finales del XIX, se destrozó nada más llegar: fueron confinadas en los Kibutz, por los maridos o padres fundamentalistas que les forzaron a seguir con la división de roles «biológicos»: el hombre con pantalones al mando y la mujer, la mayoría iletrada, y con su falda y el velo, como su esclava integral. Un perfil que explica, en parte, el por qué las mujeres judías no se opusieron a la Nakba, cuando sus hombres masacraron y expulsaron a cerca de 700.000 palestinos, familias enteras de sus tierras y hogares ancestrales. Los fundadores de Israel eran asquenazí, europeos convertidos al judaísmo, que no judíos étnicos, como parte de los mizrajíes, nombre de los seguidores de Moisés en Oriente Próximo, que convivían en paz con sus hermanos árabes, turcos o persas.

Hoy tampoco las mujeres israelíes, salvo pequeños grupos, se oponen al genocidio del pueblo palestino: la mayoría de las judías practicantes luchan para poder orar, cantar y leer la Biblia en voz alta en los lugares sagrados, que no por la paz, la igualdad y la justicia social, imposible en un estado «divino».

El Israel de las mujeres

Los cuatro rasgos del sistema político de Israel, -ser colonial, capitalista, teocrático y militarista-, sellan el estatus de la mujer. Las israelíes, como todas las ciudadanas de un estado capitalista, cobran menos que los hombres (un 30%), tienen que destrozar su cráneo para romper los techos de cemento, se enfrentan al acoso sexual o a los recortes (que ha excluido a la gran mayoría de medio millón de niños menores de 3 año de las guarderías públicas, bajo el pretexto de la pandemia, en 2020), o que de los cerca de 2 millones de israelíes (el 23% de la población) que viven por debajo del umbral de pobreza, el 31,7% sean niños, muchos de madres solteras.

Sin embargo, al ser un estado teocrático, en Israel los ciudadanos no son iguales ante la ley, y sus derechos dependen de la fe que profesan. En un marco de poder jerárquico, los hombres judíos gozan de amplios privilegios sobre toda la población, y las mujeres judías (salvo las ultraortodoxas, las más discriminadas entre las mujeres de esta tierra) sobre sus hermanas de otros credos. En este sistema primitivo del poder, los rabinos cuentan con el derecho al veto sobre las leyes que afectan a la familia, eufemismo de la palabra «mujer», manteniendo el estatus de infrahumano que las religiones abrahámico-semíticas (judaísmo, cristianismo e islam) establecieron para la mitad de sus poblaciones hace miles de años.

Israel cerró todas las puertas a una democratización del Estado, cuando en 2018 se declaró una república judía, como Irán o Afganistán que son un estado islámico desde 1979. De hecho, la sharia que estos dos regímenes de extremaderecha aplican son, básicamente, tradiciones judías: desde el velo y los matrimonios infantiles hasta la Ley de Talión y lapidación, pasando por normas que consideran a las mujeres seres con discapacidad intelectual severa e incurable por la venia de Dios. Las mujeres de las tres religiones no podrán gestionar su propia vida, trabajar, estudiar, casarse, viajar, etc. sin la autorización de un hombre; ni cantar, bailar, pasear o ir al cine, concierto o teatro solas, elegir a su pareja, hospedarse en un hotel, etc., mientras, los hombres judíos ortodoxos israelíes tiene derecho a dar ni un golpe al agua, ni pagar impuestos, ni cumplir el servicio militar, y encima recibir una paga de los contribuyentes. ¡Increíble cómo se lo han montado, incluso hoy en día!

La teocracia (versus espiritualidad) empapa con su mirada sexual todos los aspectos de la vida de la sociedad, hasta convertir a las mujeres en subhumanas e intocables. En algunas ciudades, las mujeres han tenido que subir al autobús por la puerta trasera y sentarse atrás, y aun así, los conductores talibanes tienen el «derecho de admisión» a las mujeres por su vestimenta: numerosas Rosa Parks han sido agredidas. Las «patrullas de la modestia» (copiadas por sus hermanos islamistas en ciertos países), cuya razón de ser no es «salvar a la religión», acosan a las mujeres en los barrios haredíes por su vestimenta, mientras los yihadistas judíos atacan a las fieles que en la plaza del Muro Occidental oran al Dios que comparten. Ellas son segregadas en los funerales, las clínicas médicas o los supermercados, donde tienen horarios especiales para acceder.

Las judías, al igual que las musulmanas, no pueden divorciarse: deben ser repudiadas por un hombre (el esposo o un juez varón), debido a que el divorcio es uno de tantos derechos exclusivos del varón. Si estos señores se niegan a liberarlas, las que se arrepienten de haber pronunciado el «sí, quiero», permanecerán como agunah (encadenadas) a su maltratador, hasta que Dios se las lleve, tras una muerte natural o violenta.

Según la Organización Internacional Sionista (WIZO), el año pasado unas 200.000 mujeres fueron víctimas de la violencia de género y 600.000 niños fueron testigos de las agresiones. Y eso que tan sólo se denuncia el 20% de los casos. La Asociación de Centros de Crisis por Violación (ARCCI) informó en 2021 que las agresiones sexuales en grupo en Israel eran un 10% más altas que el promedio de los países de la OCDE. Nada menos que el expresidente del país Moshe Katsav pasó seis años en la cárcel por violar a dos subordinadas. En tal contexto, las violaciones en grupo no paran de aumentar: el mediático caso de la agresión de unos 30 hombres a una joven de 16 años, en agosto de 2020, fue sólo la punta de Iceberg.

En las cárceles, la amenaza de la violación pende como la espada de Damocles sobre el cuello de cientos de palestinas presas políticas, como arma de guerra. La guerrillera del Frente Popular para la Liberación de Palestina, Rasmea Odeh, es de las pocas palestinas que se han atrevido a hablar de ello: fue sometida a brutales torturas (como descargas eléctricas), y violada delante de otros prisioneros. Ninguna ley podrá contener esta plaga que sufre la sociedad patriarcal israelí, debido al militarismo teocrático de su régimen de extrema derecha.

Muchos judíos y musulmanes han oído el nombre de Agar, la esclava egipcia de Abraham y Sarai, aunque su caso de «vientre-útero no alquilado» pasa desapercibido: fue inseminada por Abraham con el permiso de su yerma esposa. Poco tiempo después de nacer Ismael, el fruto de aquella agresión, el enviado de Dios, abandonó a ambos en el desierto, para que se murieran de sed y hambre. Los textos, obviamente, culpan a una mujer, a Sarai, por sus celos, de aquel aberrante acto, cometido por Abraham con alevosía con agravante de parentesco. ¿Sabían que las siete vueltas que dan los musulmanes alrededor de Kaaba en su peregrinación a la Meca, es en recuerdo de las vueltas que había dado aquella mujer en busca de agua para su hijo?

Además de teocracia, militarista

El ejército es la institución central del Gobierno de Dios israelí, y su cometido, además de ocupar más territorios ajenos para llevar adelante el proyecto imperialista del «Gran Israel», es la israelización, o sea, imponer los valores tribales de hace miles de años, de las nuevas generaciones y los emigrantes. Por lo que, la entrada de los ciudadanos árabes a esta entidad está prohibida.

Debe preocupar a los filósofos israelíes la normalización social de ver a chicos y chicas armados tomando café en las terrazas. A un chaval judío, hacerse hombre y defender la patria pasa por «hacer la mili», mientras las chicas de este credo serán buenas ciudadanas si tienen muchos hijos. El ejército, mientras consolida esta dicotomía, utiliza la carne de ambos para los cañones de la élite gobernante, que apuntan a los civiles de otros pueblos.

El presupuesto militar de Israel, 24.340 millones de dólares, en 2021 (un 11,57% más que 2020), al que se añade los 3.800 millones de dólares de ayuda militar anual de Estados Unidos, no ha parado de incrementarse. Bajo el pretexto de la «guerra contra Hamas», y sus pocos cohetes y piedras, Israel este año ha sumado a esta cifra otros 15.000 millones de dólares.

Es así que, el principal lema del feminismo israelí es «convertir Israel en un Estado civil»: por ahora, la guerra contra los ciudadanos palestinos le ha costado a los ciudadanos israelíes unos 51.000 millones de dólares.

Las mujeres deben estar en la mesa del alto el fuego, de intercambio de prisioneros, y de negociar los términos de paz; una paz que es imprescindible para el desarrollo de la lucha por los derechos sociales y también la igualdad.

El movimiento feminista de ambos lados debe ser antimilitarista, para ser anticolonial, anticapitalista y antipatriarcal. Es la la lógica de los vasos comunicantes.

Vía Other News

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