Mathieu Dargel entrevista a Thomas Vescovi
Después de tres meses de una protesta inesperada que ha fracturado la sociedad judía israelí, Netanyahu ha acabado suspendiendo su reforma del sistema judicial. Si esperaba darse un poco de tiempo, aprovechando las vacaciones de abril a mayo en Israel, es que no contaba con la voluntad de sus aliados de extrema derecha de darle fuego a la pólvora y alimentar las tensiones en la región. Valoración de los primeros cien días del gobierno de Netanyahu, el más extremista de la historia de Israel, con el historiador Thomas Vescovi, autor de L’échec d’une utopie, une histoire des gauches en Israël -El fracaso de una utopía, una historia de las izquierdas en Israel (La Découverte, 2021) .
En el momento en que se escriben estas líneas, la tensión está en su apogeo entre el Líbano, Israel y la Franja de Gaza, con disparos de cohetes de ambos lados. ¿Qué análisis haces de esta escalada?
Primero tendremos que analizar cómo va a involucrarse la comunidad internacional en caso de una nueva guerra. Las líneas son difíciles de descifrar pues Estados Unidos, Rusia, Turquía o los países del Golfo han estado redefiniendo sus alianzas regionales durante varios meses. Dicho esto, actualmente hay tres actores en juego.
El primero sigue siendo el gobierno israelí, ya que Netanyahu ha repetido machaconamente desde su entronización que la prioridad no debe ser la reforma del sistema judicial, sino el enfrentamiento con Irán. Puede esperar aprovechar una guerra para llamar a la unidad nacional y reunir a la sociedad judía detrás de un discurso marcial y militarista, pero esto parece incompatible con las dinámicas dentro de la oposición que abogan inequívocamente por su dimisión y el fin de este gobierno. Para que esto funcione, se necesitaría una guerra a gran escala con una importante movilización de las fuerzas militares, ya que las y los reservistas y muchos oficiales son la punta de lanza de la protesta que ha sacudido a Israel durante los últimos tres meses.
Irán es precisamente el segundo actor, en particular su agente libanés que es Hezbolá. Esta organización ha perdido su prestigio entre las poblaciones árabes, especialmente las musulmanas sunitas, por su apoyo al régimen de Assad y su participación en la represión del levantamiento sirio. Si un nuevo enfrentamiento podría permitirle restaurar su imagen de “resistencia”, también corre el riesgo de costarle caro internamente dada la situación socioeconómica actual del Líbano.
En el lado palestino, Hamás es el tercer actor. La organización islamista palestina no puede permanecer inactiva ante la violencia de la policía israelí en la explanada de las mezquitas en los últimos días y el asesinato de 95 palestinos desde el 1 de enero. Ante la pérdida de toda credibilidad de la Autoridad Palestina por un lado, y la formación de grupos armados a través de dinámicas autónomas de jóvenes palestinos, por otro, Hamás puede esperar beneficiarse de un enfrentamiento recordando su papel central de oposición armada a Israel.
Volviendo a Israel y su gobierno, ¿esta nueva coalición de alianza con la extrema derecha resultante de las elecciones de noviembre representa una ruptura o está en la continuidad de la política israelí?
¡Las dos cosas! La continuidad es obvia, porque no son los partidos de extrema derecha religiosos y sionistas los que han puesto en marcha las políticas de colonización, discriminación contra los palestinos de Israel y lo que las ONG ahora califican de apartheid. Todo esto ha sido organizado y puesto en marcha por sucesivos gobiernos tanto de derecha como de izquierda. Sin embargo, no debemos minimizar ni relativizar la ruptura, en el sentido de que, desde su creación, Israel se ha pensado a sí mismo como un Estado judío y democrático, con la voluntad de respetar los derechos de las minorías, sin que estas últimas sean pensadas como iguales a los judíos. La llegada al poder de fascistas de la lista “Sionismo religioso” como Smotrich y Ben Gvir es un punto de inflexión porque estos solo quieren conservar el carácter “judío” y ya no el aspecto democrático. Por supuesto, podríamos decir “¿de qué democracia se trata”? Pero siempre es mejor luchar contra la ocupación y la colonización sin el fascismo en el poder que con él.
De hecho, se trata de una ampliación de la opresión. Hasta ahora, los palestinos estaban sujetos a toda una serie de disposiciones que violan sus derechos a diario. A partir de 2009, Netanyahu y sus ministros han trabajado intensamente para reducir el campo de acción de las asociaciones o grupos de defensa de los derechos de las y los palestinos. Ahora, este nuevo gobierno pretende atacar todo lo que representa una oposición a su visión sionista religiosa, apuntando a judíos liberales o progresistas, feministas, grupos LGBT…
¿No se podría datar la ruptura en la Ley de Nacionalidad de 2018?
Más bien, fecharía la ruptura en la década de 2000, por dos razones. La primera es la decisión del Partido Laborista israelí, a través del gobierno de Ehud Barak, de romper el proceso de paz y declarar que no había un socio para la paz en el lado palestino. Esto dio lugar al desplazamiento de toda una parte de la clase media israelí hacia el campo de la derecha nacionalista. Si ya no hay un socio para la paz, entonces el discurso colonizador y marcial de la derecha se vuelve legítimo.
En segundo lugar, la llegada al poder de Sharon en 2001 se acompaña de un cambio en el discurso sobre los palestinos. Asimilando Arafat a Bin Laden, el primer ministro israelí borra la existencia de un movimiento nacional palestino que lucha por sus derechos en favor de una visión estrictamente centrada en el “terrorismo islamista”, con el que no se negocia. Entonces se abre una represión hipermilitarizada de las y los palestinos y al hecho de que no se cede nada, a ninguna de sus demandas. Esto lleva, por ejemplo, en 2021, a la prohibición por parte de Israel de seis ONG de derechos palestinos, acusándose de estar vinculadas al terrorismo, deslegitimando así a sus posibles interlocutores palestinos.
La ley Estado-Nación de 2018 es solo una aceleración de estos procesos. Establece que el derecho a la autodeterminación dentro de Israel solo concierne al “pueblo judío” y establece, en muchas otras áreas, los principios de derechos diferenciados en función de la pertenencia étnica: es una legalización del apartheid.
¿En qué situación se encuentra la solución de dos Estados?
En el lado israelí, está claro que si no hay interlocutor para la paz, entonces el discurso sobre la creación de un Estado palestino no tiene sentido. Los líderes israelíes continúan declarando su apoyo a dos Estados para dotarse de una buena imagen, pero en realidad ya no se hace ni se discute nada. Netanyahu también marcó una ruptura a este nivel al levantar acta de una anexión de hecho de Cisjordania y dejar que sus ministros consideraran a la Autoridad Palestina ya no como un socio sino como un enemigo.
Entonces se plantea el problema de los derechos de los cinco millones de palestinos que viven entre el Mediterráneo y el río Jordán, en territorios controlados o administrados por Israel. Cuando la izquierda israelí sigue hablando de un posible Estado palestino, la derecha es más clara: nunca habrá un Estado palestino, y los habitantes de estos territorios no tendrán los mismos derechos que nosotros, aunque sean más numerosos debido a la evolución demográfica.
En el lado palestino, las encuestas dan menos del 30% a favor de una solución de dos Estados y menos aún a un Estado común.
Sobre todo, nunca se ha hablado del significado de estos dos Estados para ambos pueblos. Estas nociones son diferentes para los israelíes y los palestinos. Para los primeros, es impensable que Jerusalén sea compartida y que los palestinos tengan soberanía sobre las fronteras. Conciben al Estado palestino como una entidad autónoma pero desprovista de una real soberanía plena y completa. Es una concepción de “Bantustanes”.
En ausencia de una solución política y de una renovación del movimiento nacional palestino, estamos viendo un aumento de grupos y jóvenes que toman las armas, considerando que ésta es la única forma de cambiar la situación y protegerse de los colonos y del ejército israelí.
Tras el anuncio de Netanyahu de la suspensión de su proyecto de reforma judicial, la protesta parece haberse reducido. ¿Qué análisis se puede hacer de estos tres meses de revuelta?
Cuando el gobierno fue entronizado, primero hubo un verdadero trauma. Ni los votantes del Likud creían que Netanyahu daría puestos tan importantes a los fascistas y a los sionistas religiosos. Ben Gvir es ahora el jefe de la policía israelí y Smotrich ministro de Finanzas con el control de la administración de los territorios ocupados. Después de eso, los primeros en manifestarse son todas las izquierdas israelíes, sionistas y no sionistas.
La voluntad de Netanyahu de dejar que el ministro de Justicia, Yariv Levin, implemente inmediatamente su proyecto de limitación de los poderes del Tribunal Supremo permitió al centro izquierda movilizar a sus activistas, en el marco institucional de la Knesset primero, luego en la calle, lo que representa un verdadero punto de inflexión. Fueron llamamientos a apoyar la democracia israelí, las instituciones y galvanizar a la multitud contra Netanyahu y este gobierno. Esto también es histórico porque Netanyahu está perdiendo el apoyo de toda la burguesía económica.
Hay que distinguir dos tipos de burguesía israelí: la burguesía colonial y la burguesía económica. Esta es la que se encuentra en Tel Aviv, por ejemplo. Está mucho más preocupada por la imagen que se tendrá de ella en el extranjero, por la imagen que Israel enviará al extranjero. Por eso se manifiesta hoy y se moviliza masivamente, para desvincularse de un gobierno cuya imagen es intransigente, racista, homofóbica. Esto se aceleró aún más después de la masacre de Huwara. Este pogromo fue una oportunidad para que un gran número de manifestantes miraran de frente lo que realmente amenaza la democracia entre el Mediterráneo y el Jordán, y no solo lo que cuestiona la democracia israelí. Pero todavía hay una ambigüedad en este punto, entre la voluntad de denunciar los abusos de los colonos y el daño que esto causa a la imagen de Israel y un apoyo real a las víctimas palestinas de estos crímenes.
¿Qué tipo de salidas políticas podría tener este movimiento?
La aceleración de la represión contra las manifestaciones ha sido real. Pero, así, las y los manifestantes experimentaron con prácticas que son cotidianas contra las y los palestinos. Este es un factor importante, pero cuya importancia solo se podrá medir con el tiempo. Lo que vemos hoy es una oposición que pretende ser muy patriótica e institucional. Cuando los líderes de la oposición se reúnen, los líderes no sionistas, como Ayman Odeh, líder del Partido Comunista Hadash y la Lista Unificada, al frente de un grupo de 6 diputados en la Knesset, no están invitados.
Esta es una de las razones por las que esta oposición corre el riesgo de estrellarse. Se enfrenta a un verdadero dilema: la sociedad israelí está completamente fracturada, y los judíos liberales no son la mayoría en el país. Hoy, si queremos formar un gobierno sin la extrema derecha y sin los ultraortodoxos, no hay otra solución que recurrir a los palestinos de Israel para obtener su apoyo. Pero este apoyo solo se puede tener si se propone un proyecto político claro e igualitario, lo que, por el momento, el centro-izquierda no está dispuesto a hacer porque está demasiado atado a preservar la herencia sionista. Por eso es por lo que la izquierda no sionista arabo-judía no está invitada: el centro-izquierda sionista no quiere aparecer a los ojos de la opinión política israelí como “demasiado cerca de los árabes”. Estamos en un círculo vicioso que dura desde hace más de 20 años y refuerza la derechización.
¿Cómo están considerados los árabes israelíes?
Se aceptan su palabra y sus reivindicaciones solo si se expresan en un marco preciso. Ayman Odeh, desde 2015, tiene una posición política muy clara: ya que queréis formar un gobierno sin la extrema derecha, tenéis que recurrir a nosotros. Dice que está dispuesto a negociar con el centro-izquierda sionista bajo condiciones muy específicas, a saber, una revisión completa de las leyes para permitir una igualdad real entre árabes y judíos, la reanudación de las negociaciones sobre la cuestión de dos Estados, etc.
Esta estrategia mostró sus límites cuando, frente a esta realidad de las alianzas, el centro-izquierda prefirió tender la mano a los nacionalistas y a los islamo-conservadores. Aquí encontramos una lógica propiamente colonial: favorecer dentro de la población colonizada las fuerzas más reaccionarias para marginar los elementos progresistas que amenazan la institución colonial.
A partir de entonces, las fuerzas agrupadas en torno a la Lista Unificada de Ayman Odeh se han dividido. Los islamo-conservadores fueron los primeros apañárselas, al llamamiento de la derecha en particular, redefiniendo una línea política: “Este país nunca será nuestro, pero podemos tener una comodidad de vida un poco más soportable y estamos listos para aliarnos con cualquier coalición una vez que se tenga en cuenta este deseo”.
En esta situación, ¿cómo se puede considerar la construcción de nuevas fuerzas políticas a la izquierda?
La izquierda sionista sigue creyendo en una alianza entre las burguesías judías liberales y árabes hablando de “país más igualitario” o de Israel como un país “para los judíos y para todos sus ciudadanos”. No creo en estas iniciativas porque no tienen en cuenta los otros bloqueos: la división socioeconómica en un país que ha experimentado las mayores reformas neoliberales de los últimos años, la gran división que persiste dentro de la comunidad judía entre asquenazíes (europeos), más bien con una orientación centro-izquierda y laicos, y una población mizrahim (oriental), más bien orientada a la derecha y religiosa. Mientras no se rompa esta división, ¡la izquierda seguirá estrellándose contra el muro! Esto requiere revisar por completo la forma en que se hace la política.
El movimiento actual había comenzado siendo muy institucional, animado por judíos asquenazíes, más bien sectores de la burguesía y las clases medias, luego hubo cada vez más puntos de reunión y manifestaciones en lugares donde no se esperaba tales movilizaciones, donde se vota más bien Likud. Hubo una toma de conciencia de que el país se estaba fracturando y que el riesgo de guerra civil es real. Netanyahu está ahora atrapado en una trampa bastante simple: los sionistas religiosos y los fascistas no quieren dar marcha atrás y quieren absolutamente aprobar la reforma, a riesgo de ir hacia un enfrentamiento armado interno. El anuncio de una guardia nacional dada a Ben Gvir alimenta las especulaciones en este sentido. Por el contrario, si Netanyahu retrocede, pierde su apoyo y, por lo tanto, la mayoría en la Knesset. En los hechos, la ebullición de la sociedad israelí continúa, aunque las protestas sean menos densas debido a las vacaciones. Realmente creo que las cartas y las líneas políticas están siendo barajadas de nuevo, porque el centro-izquierda ya no quiere encontrarse frente a la posibilidad de ver a estos sionistas religiosos y fascistas llegar al poder. Salvo que esta facción política se alimenta ante todo de la colonización y la ocupación.
Fuente: vientosur.info
Les cent premiers jours de Netanyahu – Entretien avec Thomas Vescovi