Aleksandra Sowa
Un mundo feliz de Aldous Huxley y 1984 de George Orwell plantearon dos perspectivas distintas del futuro. Hoy nos preguntamos cuál lo predijo con mayor precisión. ¿Se dirige la humanidad hacia un mundo totalitario o tal vez ya estamos viviendo en el hedonista mundo feliz?
El Zaratustra de Friedrich Nietzsche hizo, a modo de advertencia, un retrato del último ser humano: «‘Nosotros hemos inventado la felicidad’, dicen los últimos hombres y parpadean». El último hombre lo ha logrado todo, ha sometido a su entorno. Vive cómodamente una vida llena de confort: «Han abandonado las comarcas donde era duro vivir», dice. «La gente tiene su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche: pero honra la salud». Además, «un poco de veneno de vez en cuando: eso produce sueños agradables. Y mucho veneno al final, para tener una muerte agradable». Los últimos hombres no necesitan más para vegetar cómodamente en el ocaso de la civilización. «Llega el tiempo del hombre más despreciable, el incapaz ya de despreciarse a sí mismo», dijo Zaratustra.
El último hombre de Nietzsche parpadea. Si bien Aldous Huxley no parpadea cuando pronostica las consecuencias de la industrialización futura (o más bien de la tecnología y la ciencia avanzadas) y subsume los pecados del presente, su visión del mundo en 2541, que encontramos en Un mundo feliz, es una advertencia y una distopía, pero sobre todo es una sátira que va al corazón de la idea de la sociedad del entretenimiento y de consumo. Un mundo feliz de Huxley y 1984 de George Orwell: dos visiones del futuro y comentarios críticos sobre el presente que aparecieron casi al mismo tiempo y no podrían ser más diferentes.
George Orwell escribió su distopía 1984 entre 1946 y 1948 y la publicó en 1949. Su visión del mundo es la de una sociedad totalitaria de vigilancia, estrictamente reglamentada y regulada, en un mundo que se encuentra en perpetuo estado de guerra. Los habitantes de Oceanía ven cubiertas sus necesidades básicas, tales como alimentación, trabajo o vivienda. Una elite del Partido no identificada dirige los eventos; la Policía del Pensamiento vigila a las masas, y nunca se sabe si uno está siendo vigilado ni en qué momento.
El precio que se paga por unas pocas comodidades es el conformismo y el abandono de las metas y libertades personales o individuales en favor de las metas colectivas y superiores: «La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza». Quien se somete, pertenece. Quien no se somete… Pues bien, desaparecen personas, observa a veces el protagonista principal y por momentos inconformista Winston Smith.
El adoctrinamiento es esencial para que la distópica sociedad vigilada funcione en la dictadura totalitaria de 1984. Pero a diferencia de la distopía de las Islas Británicas en el siglo XXV ideada por Huxley, la manipulación mental no se logra a través de medios blandos como el condicionamiento subconsciente, la sugestión o la hipnosis del sueño, sino a través de la tortura y la violencia. La reeducación de Winston Smith tras su breve incursión en el inconformismo es brutal, su regreso al conformismo es forzado a través del dolor y la mutilación.
Sin embargo, ambos tipos de adoctrinamiento parecen ser sobremanera efectivos. Huxley se dio cuenta de que su visión era más realista y lógica de lo que pensó originalmente: la sociedad de castas de Alfas, Betas o Épsilons se basaba en la manipulación biológica. Estaba convencido de que, en el futuro, el condicionamiento mental de los niños jugará un papel esencial en el desarrollo de la sociedad de consumo.
No es solo que la tecnología y los desarrollos actuales afectan nuestra visión del futuro, sino que nuestra idea del futuro también influye en la forma en que nos comportamos hoy y las tecnologías que protegemos. El progreso tecnológico está permitido en Un mundo feliz. Pero no demasiado. Y no demasiado rápido.
Libertad en peligro
Sería irresponsable ignorar las advertencias de los distopistas. Nuestra libertad, como afirmaba Huxley, está en peligro constante. Pero aunque hablemos de salvaguardar la libertad, recuperarla o defenderla, la libertad solo tiene sentido en una sociedad en la que uno tiene derecho a tomar decisiones por sí mismo. Y en la que uno puede optar entre alternativas de acción significativamente diferentes.
Aquí es importante una distinción hecha por David Graeber y David Wengrow en su libro El amanecer de todo (2021), según la cual hay que diferenciar tres formas básicas de libertad: libertad para moverse, libertad para desobedecer órdenes y libertad para reorganizar las relaciones sociales. Según Graeber y Wengrow, estas libertades son algo natural para cualquier persona, a menos que haya sido educada expresamente para ser obediente. La libertad se convierte en un concepto vacío en una sociedad que, gracias al esfuerzo de las elites (políticas), pueda ofrecer a sus ciudadanos una atención óptima y la máxima seguridad, esté perfectamente organizada y administrada, ordenada y regulada, reglamentada y sea absolutamente segura.
La realidad puede ser suprimida y aniquilada no solo por la rebelión o la anarquía –una rebelión que en 1984 encarna el supuesto contrarrevolucionario Emmanuel Goldstein–, sino también por un exceso de regulación, tal como es practicada por medio del Gran Hermano en Orwell o en Un mundo feliz. Según Huxley, dejamos que nos manipulen sin mayores reparos.
Los mecanismos de las sociedades modernas, detallados por las visiones de Orwell y Huxley, nos hacen amar nuestra falta de libertad. Nos dan la engañosa sensación de que somos libres de elegir, aunque solo hagamos lo que se nos dice: «¿Qué es amor? ¿Qué es creación? ¿Qué es anhelo? ¿Qué es estrella?»: así pregunta el último hombre, y parpadea» (Zaratustra).
No es solo que se acepta la esclavitud o se la consiente voluntariamente. En Un mundo feliz, uno ni siquiera se da cuenta de que está siendo esclavizado. «Pero yo soy feliz», responde Lenina Crowne cuando le preguntan si es libre. En la distopía ideada por Huxley, el principio supremo es el condicionamiento y la predestinación, haciendo que las personas amen su ineludible destino social. Da igual que dirijan los centros de crianza (como los Alfas), hagan tareas de ayuda (como los Épsilons) o no aprendan siquiera a leer.
Los paralelismos entre 1984 y Un mundo feliz no terminan tampoco donde los pocos individuos que toman conciencia de su servidumbre y esclavitud y se transforman en inconformistas encuentran la muerte voluntaria o involuntaria. Son el 99,9% restante de los ciudadanos conformes con el sistema los que no entienden de qué se trata realmente la libertad o incluso el cambio que se les ofrece.
Parece no tener sentido cuestionar el nuevo orden, ya sea que se base en la felicidad omnipresente y las drogas, como en Un mundo feliz, o en las represalias y el miedo, como en 1984. Solo es posible cuestionar los medios que provocaron el orden, que en última instancia conllevan la aniquilación de todas las metas, salvo la única meta de mantener el statu quo.
Una de cal y una de arena
Hoy uno se pregunta cuál de los dos autores, George Orwell o Aldous Huxley, predijo el futuro con mayor precisión. ¿Se dirige la humanidad hacia un mundo totalitario al estilo de 1984, o tal vez ya estamos viviendo en el hedonista mundo feliz? Como sospecha la filósofa y psicoanalista Cynthia Fleury, la gente recibirá una mezcla de Huxley y Orwell. La razón de esto son las redes sociales, que no traen un Gran Hermano, sino muchos Pequeños Hermanos como modelo definitivo de (auto)vigilancia, complementados por los sistemas de crédito para consumo o crédito social, que están ganando popularidad y difusión en Estados Unidos, China y Alemania. Son instrumentos muy eficaces para generar conformismo y obediencia.
La «de cal», explicó Fleury, es decir, la recompensa por el comportamiento conforme a las reglas, es la sociedad del entretenimiento y de consumo de la que se permite participar a quienes tienen las mejores calificaciones. La evaluación social puede ser tanto negativa como positiva. Y esta última reporta muchos pequeños privilegios: la libertad personal se troca por pequeños beneficios narcisistas y materialistas.
Según Fleury, la «de arena», es decir, el castigo por la desobediencia (social), en realidad podría recordar a Orwell en una versión atenuada: si no se hace lo que se espera de uno, se es marginado de la sociedad. En Alemania, por ejemplo, la llamada «información negativa» de la empresa de calificación Schufa significa hoy que alguien no pueda obtener un préstamo, abrir una cuenta corriente ni alquilar un apartamento. También siguen ocultándose los criterios que utiliza Schufa para hacer sus evaluaciones.
El autor de ciencia ficción y futurólogo Stanislaw Lem inventó el término «sistema de Procusto» en la novela Edén (1959) para describir la adaptación de individuos o sociedades a patrones dados, tal como solía hacer con sus prisioneros Procusto, un ladrón de una antigua leyenda griega, por medio del llamado lecho de Procusto: si eran demasiado grandes para el lecho, recortaba sus cuerpos hasta la longitud de este; si eran demasiado pequeños, los estiraba hasta que llegaban al largo del lecho.
En las sociedades totalitarias del siglo XX, el sistema de Procusto significaba la creación de un ser humano nuevo, adaptado. Al igual que el sistema de Procusto, que cortaba a las personas a una determinada medida o las estiraba, el objetivo de los sistemas de calificación y evaluación es, en última instancia, crear solo una falsa igualdad. «¡Ningún pastor y un solo rebaño! Todos quieren lo mismo, todos son iguales: quien tiene sentimientos distintos marcha voluntariamente al manicomio», dice el último hombre en las palabras de Zaratustra, y recuerda: «En otro tiempo todo el mundo desvariaba». Y luego parpadea.
Fuente: Neue Gesellschaf
Traducción: Carlos Díaz Rocca para nuso.org