Anecdotario costarricense

CUESTION DE TITULOS

EN la época de los violentos temblores del año 1910, el 8 de mayo debía asumir la Primera Magistratura el Lic. don Ricardo Jiménez Oreamuno, elegido por el Partido Republicano, cuyo caudillo popular era el Lic. don Máximo Fernández Alvarado.

Días tenebrosos fueron aquéllos, de constante alarma, pues acababa de ser destruida la ciudad de Cartago, con vertida en escombros por el terremoto que produjo el volcán Irazú.

La toma de posesión no podía solemnizarse dentro del salón de sesiones del Congreso, porque las paredes y los cielos del edificio se desmoronaban por los movimientos terrestres, con inminente peligro. El diputado Secretario del Directorio del Congreso, Lic. don Adán Acosta Valverde, había organizado la celebración de tan solemne ceremonia en la Plaza de Armas, contigua al Palacio Nacional. Sobre el zacate limpio se colocaron las alfombras del recinto legislativo y los sillones de los diputados. La mesa del Directorio, arrimada a la pared, lucía con todos los rituales ornamentos. Todo aquello era suntuoso, pero no había sosiego sino constante zozobra.

Al aproximarse la hora del singular suceso, fueron llegando los altos funcionarios de los Poderes Públicos, el Cuerpo Diplomático, la Banda Militar y todos los elementos oficiales.

Entraba el embajador del Gobierno español, recibido por los Secretarios, y al ver aquel improvisado escenario a la intemperie, dirigiéndose al diputado Lic. Acosta, le dijo:

El representante de España no puede sentarse en este zacate, en acto tan grandioso; soy don Pedro Quartín y del Zas Caballero …

Entonces don Adán, humilde y cortésmente, repuso:

-Su Señoría dispense; la furia del volcán Irazú no nos permite entrar al salón de sesiones y nos ha obligado a instalarnos aquí, en este potrero, en protección de las vidas preciosas de todos ustedes, la mía en cuenta aunque sea un modesto representante del pueblo, llamado apenas ADAN ACOSTA VALVERDE, CHORRO MEDORRO Y MARTIN PEDORRO …

Y el distinguido diplomático hispano, sonriendo y dando las gracias, ocupó su silla.

Anecdotario de Adán Acosta V.