San José, 28 de julio de 2022
Queridas y queridos liberacionistas:
Escribo estas líneas en momentos de gran turbulencia en los que la humanidad enfrenta una serie de crisis convergentes de gran magnitud, entre ellas, una crisis de suministros, una crisis energética, una crisis alimentaria y una crisis inflacionaria y de deuda, las que se sobreponen a la aún latente pandemia de la Covid-19, a los devastadores efectos del cambio climático y al resurgir de conflictos bélicos que están generando flujos sin precedentes de refugiados y desplazados. Nada de esto le es ajeno a Costa Rica. Las secuelas sanitarias, económicas y sobre todo sociales de la crisis pandémica aún son visibles, al tiempo que el incremento en los precios de la gasolina y del costo de vida no dan tregua, lo que amenaza con elevar de manera sensible los niveles de pobreza en el país y debilitar la precaria estabilidad de nuestra economía.
No del todo separada de estos eventos, otra crisis más silenciosa recorre el mundo: la del deterioro democrático, en la que las instituciones de poder enfrentan una brutal arremetida por parte de autócratas y populistas. Hoy el número de países que siguen la ruta del autoritarismo es tres veces mayor que el número que está siguiendo la ruta de la democracia, y tan sólo un 6% de la población mundial vive en democracias plenas, entre ellos las y los costarricenses. Pero ni esta hermosa excepcionalidad costarricense, está exenta de amenazas, como lo he podido comprobar en mis luchas por la democracia y los derechos humanos en diversos países. Observo con angustia señales preocupantes de intolerancia, prepotencia y acoso mediático en nuestro país, que no debemos ignorar.
La magnitud de estos desafíos demanda de los gobernantes, ingentes esfuerzos para impulsar las reformas y tomar las decisiones que se requieren debidamente articuladas por una clara visión estratégica; además, demanda un gran sentido de urgencia y responsabilidad por parte de todas las agrupaciones políticas del país. Las soluciones a nuestros problemas sociales, económicos e institucionales son, primordialmente, de naturaleza política. Desafortunadamente, ningún partido escapa hoya la creciente desconfianza ciudadana y a su debilitamiento como vehículos eficientes para agregar demandas y gestionar acuerdos colectivos de gran alcance. En el caso del partido Liberación Nacional, ese dilema entre responsabilidad y falta de confianza es especialmente mayúsculo y urgente de atender, dado su peso histórico y porque por más de ocho años ha sido la principal fuerza de oposición política en el país. Pese a ello, se han venido produciendo una sucesión de acciones y omisiones por parte de sus estructuras que en lugar de responder a los desafíos pendientes nos alejan de las aspiraciones de muchos liberacionistas, a que se corrijan errores, se rectifique el rumbo y se fortalezca la capacidad moral y política de la organización.
Luego de tres derrotas electorales consecutivas, Liberación Nacional sigue actuando como si nada hubiese ocurrido. Peor aún, en lugar de proceder a hacer una valoración honesta, rigurosa, crítica y participativa sobre su presente y futuro, el partido entró en un estado de letargo y negación sobre lo ocurrido, insistiendo en ver las pérdidas como victorias y sus debilidades como fortalezas. La postergación de discusiones y decisiones relevantes sobre sus estructuras, procedimientos éticos y orientaciones programáticas, y la entronización en sus estructuras de personas cuestionadas, sin las condiciones éticas y políticas requeridas y sin interés en impulsar su transformación, son elocuentes. El escrutinio público sobre los partidos políticos no se limita al periodo electoral; si aspiramos a que Liberación Nacional vuelva a convertirse en un efectivo articulador entre las expectativas ciudadanas y el poder público, debemos colocar en el centro de nuestras preocupaciones los postulados éticos en los que se fundó y actuar en consecuencia.
Nada de lo anterior me resulta indiferente, por lo que he abogado, y actuado en consonancia, por impulsar la renovación de estructuras y un diálogo abierto sobre su rumbo, a veces de manera discreta y silenciosa, otras veces con más notoriedad, pero siempre movida por los ideales que inspiraron en mí personas queridas y admirables que me acompañaron a dar mis primeros pasos en la política, entre éstas, don Pepe Figueres, Victoria Garrón, Jorge Manuel Dengo y Rose Mary Karpinsky. Las luchas que he dado dentro del partido han estado igualmente motivadas por el afecto y agradecimiento que llevo en mi corazón por tantos compañeros y compañeras con quienes forjé amistad y hermosos proyectos, y quienes con su trabajo y confianza hicieron posible mi elección como la primera mujer presidenta del país, un honor inmenso que atesoraré siempre.
Esas luchas también las libré convencida de la importancia de preservar el legado de obras que el PLN le ha dado a Costa Rica a lo largo de todos estos años de nuestra Segunda República. En ese sentido, me siento orgullosa de haber contribuido junto a un gran equipo de funcionarios, ministros y diputados, con parte de ese legado dotando a las familias del país con una red para el cuido de sus niñas, niños y adultos mayores; demostrando que la violencia y la inseguridad se pueden combatir efectivamente, especialmente las que afectan a las mujeres; ejecutando políticas que llevaron a la reducción de los embarazos adolescentes; defendiendo y asentando el régimen limítrofe y la soberanía del país; y encaminando a Costa Rica hacia un mayor protagonismo en los foros internacionales, convencida de su prestigio mundial y valiosos aportes al multilateralismo.
Si bien sigo creyendo en la relevancia de Liberación Nacional para el bienestar de Costa Rica, por el rumbo que lleva y por la situación que muestran sus estructuras, no encuentro las condiciones para seguir librando mis luchas desde esa trinchera. Por esa razón, he tomado la decisión de desafiliarme del partido por tiempo indefinido, sin que esto suponga que me incorporo a organización política alguna; tan sólo paso a engrosar el número cada vez más amplio de ciudadanos que están rompiendo barreras partidarias para encontrarse en procesos de reflexión política, tan indispensables en los tiempos que corren. Dejo el PLN con la tristeza propia de quien deja casa y familia, pero sin perder la esperanza de que otros, en algún momento, logren corregir su rumbo. Deposito esa esperanza en las generaciones más jóvenes de nuestro partido y nuestro país, en su ímpetu, creatividad y profunda conciencia sobre las graves amenazas que enfrenta su generación. Sólo un partido que se presente como promesa cierta de las aspiraciones de la gente joven puede soñar con volver a ganar el entusiasmo y la confianza ciudadana.
Una de mis mayores alegrías cuando ejercí la presidencia de la república fue el cariño sincero y espontáneo que me brindaron las niñas y los niños del país. Al final de mi administración, una de esas niñas me escribió: «fuiste un gran ejemplo para mi, para nunca rendirme ni abandonar mis sueños«. Aún estando fuera de Liberación Nacional, continuaré luchando por las causas y principios en los que creo, en especial la dignidad humana, la justicia y la democracia, tanto en Costa Rica como en otras partes del mundo. Por ello, a las y los costarricenses y liberacionistas de buena fe, les digo que las puertas de mi casa permanecerán abiertas para conversar con una amiga dispuesta a compartir y alimentar sus sueños, proyectos y utopías.
Con mi eterno afecto y agradecimiento.
Laura Chinchilla Miranda (f)
Expresidenta de la República
2010-2014