Guillermo Salazar Roldán: un héroe sin monumento

Adriana Núñez Artiles

Adriana Núñez

Don Guillermo Salazar Roldán es uno de esos costarricenses de bien, que contribuyeron con su trabajo honesto y su humanismo a forjar las bases de la Segunda República.

Nació en San José el 3 de enero de 1924. En 1948 con apoyo de don José Figueres Ferrer, viajó a los Estados Unidos con el propósito de estudiar en Fort Leavenworth Staff College, en el estado de Kansas, donde conoció a quien poco después sería su esposa.

De regreso al país llegó a ser el director de la Guardia Civil. Apreciado por su ecuanimidad, sencillez y capacidades, en el gobierno de Mario Echandi (1958-1962) en compañía de su esposa e hijos, se desempeñó como Embajador de Costa Rica en Cuba durante los años 1959 y 1960, época en la que se produjo el triunfo de la revolución cubana, por lo que -en función de su alto cargo- mantuvo contacto tanto con Fulgencio Batista como con Fidel Castro.

Pero ya para setiembre de 1961, debido a las constantes violaciones de los derechos humanos a manos de la tiranía de Castro y los centenares de fusilamientos, nuestra nación decidió romper relaciones diplomáticas con Cuba.

Tiempo después, don Guillermo, a quien le habían ofrecido un puesto representativo en Washington, se desplazó con los suyos a la capital norteamericana y aunque la oferta laboral nunca se materializó, decidió buscar trabajo y permanecer en ese país durante un largo período. No volvió a Costa Rica sino hasta después del fallecimiento de su esposa. Tras enfrentar una enfermedad renal, murió a la edad de 63 años el 27 de noviembre de 1987.

El hombre que salvó a mi padre

Hace pocos días, conversando con mi padre, el periodista Orlando Núñez Pérez, próximo a cumplir 97, si Dios lo permite en agosto, le pedí que me repitiera una vez más el nombre del alto funcionario que le había salvado la vida, en momentos en que -escondido en un convento de franciscanos- evadía a quienes le perseguían por haber externado sus ideas liberales y democráticas frente a los juicios espurios y los crímenes que ya Castro y sus secuaces estaban cometiendo en Cuba.

Apunté el nombre y al llegar a mi casa, busqué en Internet algún dato que me conectara con sus descendientes. Tuve la suerte de encontrar el correo electrónico de una de las hijas de don Guillermo, Ginny Leblanc, residente en Dallas, Texas, con quien he estado compartiendo mensajes y a la que espero conocer algún día para en abrazo fraterno, agradecerle lo que su progenitor hizo por nuestra pequeña familia.

Mi padre, quien de joven conoció bien a Fidel -incluso fueron compañeros en la Universidad de La Habana- pertenecía a un grupo de intelectuales que promovía una salida democrática a la crisis política de la isla, atizada por la corrupción de varios gobiernos y mantenía -como periodista- un importante programa televisivo donde externaba sus opiniones y críticas.

En 1960, un sacerdote del convento de los franciscanos de la capital cubana, donde permanecía oculto, lo trasladó a la Embajada de Costa Rica, en la cual estuvo asilado durante varias semanas hasta que el Embajador Guillermo Salazar Roldán, poniendo en peligro su propia integridad y la seguridad de su esposa e hijos, viajó con papá hasta el aeropuerto El Coco en San José.

“Mientras Ud. no se separe de mí, nadie podrá tocarlo porque yo represento al territorio libre de Costa Rica.” Con estas palabras, dichas con vehemencia y valentía, don Guillermo le infundió tranquilidad a mi padre quien llegó a San José únicamente con la ropa que traía puesta.

Ahora comprendo por qué en los primeros artículos y columnas que publicó mi papá en los periódicos ticos, firmaba con el seudónimo de “Roldán”. Era su personal homenaje al héroe sin monumento que le salvó la vida.

Salazar
La foto corresponde a la presentación de credenciales del Embajador de Costa Rica en Cuba, Guillermo Salazar Roldán (al centro) 1959-1960

La foto corresponde a la presentación de credenciales del Embajador de Costa Rica en Cuba, Guillermo Salazar Roldán (al centro) 1959-1960

Periodista

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