El retorno de Francis Fukuyama

Phil Hearse

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Francis Fukuyama en el simposio Nuevo Mundo, Nuevo Capitalismo, enero de 2009. Andrew Newton/Flickr

No es por casualidad que en medio de los apasionados debates sobre el futuro de Ucrania y el papel de la OTAN reaparezca el pensamiento del politólogo estadounidense Francis Fukuyama. Tras la caída del muro de Berlín y el colapso de los Estados estalinistas en 1989-1991, Fukuyama adquirió fama internacional con su predicción del fin de la historia. Con esta expresión se refería al fin de la confrontación entre sistemas sociales e ideologías rivales y la victoria de la democracia liberal capitalista, que en adelante se convertiría cada vez más en el sistema dominante.

A partir de la década de 1960, filósofos de derechas como Karl Popper acusaron al marxismo y a la izquierda de historicismo, la idea de que la historia tenía un punto de llegada inherente e inevitable: el socialismo. Fukuyama desarrolló su propio historicismo ‒esta vez real‒ al afirmar que el punto de llegada de la historia de la humanidad era un sistema tan perfecto como fuera posible: la democracia liberal capitalista.

Después de 1989, esta tesis se desmoronó. Con el ascenso del islamismo, las guerras en Irak y Afganistán, el ascenso de China y la aparición de poderosos regímenes y movimientos populistas de extrema derecha (el llamado fascismo rampante), la hegemonía de la democracia liberal capitalista no parecía en absoluto asegurada. La democracia liberal parecía expuesta al fuego cruzado de toda una serie de enemigos, entre otros del populista de derechas residente en la Casa Blanca, Donald Trump.

Hoy, según Fukuyama, después de aquel desvío desafortunado, la historia vuelve a situarse en el recto camino. Ha publicado un artículo en la revista American Purpose que plantea dos elementos que sostienen su tesis: primero, una evaluación coyuntural de la guerra en Ucrania y sus efectos potencialmente dramáticos; en segundo lugar, una evaluación general de cómo la historia mundial se inclinará ahora hacia el lado de la democracia liberal.

En cuanto al estado de la guerra, Fukuyama dice que Putin y el ejército ruso están bloqueados, incapaces de seguir adelante y de retroceder. Esto es lo que precede a la derrota inevitable, y las cosas podrían evolucionar rápidamente. Es difícil emitir un juicio definitivo al respecto, sobre todo porque las informaciones sobre los combates están condicionadas por la propaganda y se basan a menudo directamente en comunicados de prensa del Pentágono o del Ministerio de Defensa. Lo que está claro es que el ejército ruso está encajando fuertes golpes y que la victoria rápida que pretendía Putin está descartada.

En segundo lugar, Fukuyama considera que está cada vez más claro que el conflicto político mundial enfrenta a la democracia liberal por un lado y sus enemigos autoritarios por otro, incluidos el populismo de derechas, Rusia y el principal enemigo a largo plazo, China. Quienes simpatizaban con Putin o lo admiraban ‒principalmente gentes de extrema derecha‒ verán deteriorarse su prestigio y su autoridad. Entre ellos, Matteo Salvini en Italia, Viktor Orban en Hungría y Marine Le Pen en Francia (podría haber mencionado también a Nigel Farage en el Reino Unido).

En una serie de entrevistas telemáticas con diarios de derechas, Fukuyama dice que la invasión de Ucrania ha traído claridad moral. Muestra las ventajas del Estado democrático liberal, a saber, el hecho de que “no sea autoritario, no sea una dictadura, no mate a la gente y no invada a sus vecinos”. Este discurso contiene evidentes falsedades, pero es el epicentro de la enorme ofensiva propagandística que tiene lugar en Occidente y más allá.

Las docenas de guerras emprendidas por EE UU y sus aliados, que han matado a tal vez dos millones de personas desde la segunda guerra mundial ‒directamente, como en Corea y Vietnam, o por delegación, como en Afganistán, Nicaragua y El Salvador‒ ni siquiera se mencionan, lo que parece extraño cuando las de Irak y Afganistán han ocurrido en los últimos veinte años. Y las crisis económicas y sociales, como la que estalló en 2007-2008 con la austeridad y el caos que causó a continuación, inclusive en parte la primavera árabe en 2010, también se quedan en el tintero. Este es el principal punto débil de las teorías de Fukuyama, que solo abordan el régimen político formal y no las cuestiones económicas y sociales subyacentes, que han llevado a la democracia liberal a un callejón sin salida.

El ascenso del fascismo rampante y del autoritarismo de extrema derecha tras la crisis de 2007-2008 crisis surgió principalmente en el interior de los Estados democráticos liberales, no por presiones del exterior. Gente desesperada por la caída en picado del nivel de vida pasó a apoyar los extremos políticos, pero en mayor proporción a la extrema derecha debido a la debilidad y las derrotas de la izquierda y al apoyo dado a la extrema derecha por sectores de la clase dominante capitalista, atrayendo a las franjas más atrasadas de la clase trabajadora y de las clases medias mediante la invocación del racismo contra la gente inmigrante.

La visión de Fukuyama de que la derrota de Putin en Ucrania traerá una nuevo florecimiento del capitalismo democrático es idéntica al discurso de la OTAN en torno a la guerra en Ucrania. Se envían armas y soldados a Europa Oriental para “defender la democracia”. Esto es humo ideológico y manipulación de la opinión pública occidental que anuncia la preparación de una nueva ola de militarización. Muchos políticos y medios de comunicación llaman a imponer una zona de exclusión aérea o que se envíen “armas más potentes” a Ucrania, con el peligro de provocar un choque directo entre Rusia y las fuerzas de la OTAN.

Mientras que la guerra es ante todo una guerra de defensa de la autodeterminación de Ucrania frente a la agresión rusa, existe un peligro significativo de escalada. Es evidente que muchos sectores de la derecha política desean convertir el enfrentamiento en una guerra delegada contra Rusia, tanto militar como económicamente. Consideran que el final de la guerra en Ucrania es menos importante que infligir una dura derrota militar a Rusia, cualquiera que sea el coste para la población ucrania.

El régimen de sanciones encabezado por EE UU está concebido para hacer colapsar la economía rusa como parte del conflicto interimperialista, con el inevitable empobrecimiento y sufrimiento de la población rusa. Sí, habrá que pagar reparaciones y ese dinero saldrá del bolsillo del pueblo ruso, aunque las sanciones, como ha demostrado el economista francés Thomas Picketty, pueden dirigirse específicamente contra los oligarcas, los superricos protegidos por el Estado capitalista burocrático ruso, sin infligir los enormes daños que causarán las sanciones destinadas a aplastar a Rusia.

El objetivo de aplastar la economía rusa revela las líneas de falla que dominan realmente la economía y la política mundiales. Esto no va de democracia liberal contra dictadura, sino de una confrontación entre imperialismos rivales, que implica especialmente a Rusia, China y EE UU, una batalla en la que EEUU puede contar con que Gran Bretaña y Australia permanecerán en su bando y en la que Rusia y China colaboran en muchos frentes. EE UU se apoya en los países europeos miembros de la OTAN para que propaguen la ideología del capitalismo democrático, y también para que abandonen progresivamente su propósito de crear una política exterior y de defensa independiente. Putin ha hecho un enorme favor a EE UIU al favorecer el refuerzo de la OTAN y por ende la hegemonía política del imperialismo estadounidense en Occidente.

La ideología del capitalismo democrático es poderosa porque es cierto a todas luces que la Rusia de Putin y la China de Xi Jinping son dictaduras brutales en las que las libertades individuales son reprimidas violentamente. En esos Estados hay mucho menos espacio para la crítica política al régimen que en EE UU y Europa. En Occidente, las montañas de racismo, violencia, misoginia y pobreza necesarias para mantener el statu quo se exportan parcialmente a los países del Sur global, explotados económicamente y bombardeados e invadidos brutalmente: las víctimas del imperialismo en el plano internacional.

La realidad de la violencia imperialista y de la explotación a escala internacional se oculta ante amplios sectores de la población occidental a base de noticieros manipulados y espectáculos de entretenimiento. Fuera de la vista, fuera de la mente. ¿Cuánta gente está al tanto de los despiadados bombardeos contra civiles en Yemen y el papel que desempeña directamente Gran Bretaña en esos actos de terror? Prácticamente la totalidad de los medios que difunden noticias se han alineado tras la ideología de Fukuyama-OTAN, incluidos los que suelen mostrarse radicales en cuestiones sociales y ambientales, como Channel 4 News. Así es como el liberalismo cierra filas con su propio imperialismo en cuestiones tan cruciales como la guerra. Como lo expresó Phil Ochs en su maravillosa canción Love Me I’m a Liberal: “When it comes to times like Korea, there’s no one more red, white and blue” (Cuando se trata de tiempos como Corea, ya nadie es rojo, ni blanco ni azul).

En una entrevista en Times Radio, Fukuyama comparte la visión extendida entre expertos en política exterior de la derecha de que la lucha definitiva por el liberalismo tendrá lugar con China. A pesar del traslado de grandes cantidades de armas y tropas de la OTAN a Europa Oriental, la región del Pacífico sigue siendo el destino de la mayor acumulación de equipos y fuerzas militares ‒sobre todo navales‒ occidentales, especialmente estadounidenses.

La posición fundamental de Fukuyama ‒que el conflicto mundial se da entre el autoritarismo y la democracia liberal capitalista, siendo Occidente quien representa la democracia‒ resuena en el debate de Paul Mason con la Tendencia Socialista Internacional. Mason reclama una acción militar contundente de la OTAN en Ucrania, “sin complejos”. En su último artículo, dice que “Gran Bretaña debe incrementar su gasto militar”, quejándose por ejemplo de que el gobierno de Boris Johnson se haya comprometido a adquirir “solamente” 48 cazas F-35 indetectables para el radar y cuyo coste asciende a miles de millones. Incluso hurga en la falta de claridad con respecto a la necesidad de un mayor gasto militar por parte de la bancada laborista.

Ahí está, alguien que se considera marxista apoyando a la OTAN y poniéndose del lado de su propio imperialismo. El ejemplo perfecto de la ideología de Fukuyama-OTAN. Me atrevo a predecir que en su polémica con la Tendencia Socialista Internacional, será la última vez que Paul Mason se califique de marxista.

Para Mason, la OTAN está en Europa Oriental, al menos en parte, debido al aumento de una cultura favorable a la OTAN y a la Unión Europea entre la gente que desea que la defiendan frente a la autocracia. Hay sin duda algo de verdad en esa valoración de la conciencia popular, pero la OTAN no está presente en Europa Oriental como el pariente benevolente; está allí como proyección militarista de la potencia imperialista estadounidense y europea frente al imperialismo rival de Rusia.

La cuestión de la conciencia prooccidental entre los pueblos que se sienten amenazados o lo están realmente por regímenes autocráticos no es nueva. Toda la gente de la izquierda radical apoyamos a los manifestantes por la democracia en la plaza de Tiananmen, muchos de los cuales cantaban la Internacional, pero otros construyeron una réplica de la Estatua de la Libertad.

Más claramente, las marchas de 1989 de decenas de miles de personas en Leipzig y otras ciudades de Alemania Oriental a favor de la unificación alemana profesaban una ideología declaradamente prooccidental, favorable a la UE y a la OTAN, no completamente predominante, pero si mayoritaria. Cientos de militantes de derechas de Alemania Occidental fueron a unirse a las marchas. Cuando Dave Packer y yo preguntamos a personas de izquierda alemanas que por qué no iban también a participar en las marchas y difundir consignas a favor de una Alemania unificada socialista, todas nos respondieron lo mismo: no es posible, estáis locos, nos echarán a palos. Sin embargo, el movimiento comenzó con manifestaciones del Nuevo Foro, que incluía a disidentes socialistas y cristianos, y que se vio pronto marginado por la enorme ola de sentimiento a favor de la unificación con Alemania Occidental, de la democracia y de los bienes de consumo al mismo tiempo.

Lo que muchos habitantes de Alemania Oriental consiguieron realmente con la unificación ha sido el desempleo y el colapso de la sanidad pública, la desaparición de las guarderías públicas y el fin de otras prestaciones del Estado de bienestar. Únicamente la gente más joven y vigorosa que pudo trasladarse a la parte occidental ha podido gozar de un futuro mejor a corto y medio plazo.

En todo caso, la ideología de la guerra fría ‒la original‒ consistía en nada más que el enfrentamiento de la democracia con el comunismo autoritario, y hasta mediados de la década de 1960 era muy difícil combatirla. Se quebró a raíz del armamento nuclear, la crisis de los misiles en Cuba, el movimiento por los derechos civiles en EE UU y sobre todo la guerra de Vietnam, con su matanza masiva de civiles.

La gran virtud de la campaña original por el desarme nuclear en las décadas de 1950 y 1960 fue la ruptura que supuso con el consenso en torno a la OTAN, y por tanto con el liberalismo de derechas, favorable a EE UU, del tipo difundido por la revista cultural de la CIA, Encounter.

La posición de Paul Mason ha pasado del derecho a la autodefensa y la autodeterminación de Ucrania al apoyo al imperialismo occidental frente a los imperialismos rivales, Rusia y China. Este cambio comportará una gran presión sobre la izquierda, tanto en Gran Bretaña como a escala internacional. Cuando chocan potencias imperialistas, siempre hay una enorme presión por identificar al matón, especialmente si ese matón combate contra tu propio imperialismo.

El peligro de apoyar a las potencias imperialistas democráticas frente a las antidemocráticas es doble. En primer lugar, embellece el capitalismo liberal realmente existente, en el que los derechos democráticos se ven duramente atacados y presionados por un fascismo rampante. Fukuyama atenta contra toda lógica cuando dice que la caída de Putin pondrá automáticamente en graves aprietos a la derecha autoritaria como Jair Bolsonaro en Brasil y la Lega de Matteo Salvini en Italia; esto puede ser cierto a corto plazo, pero si los Republicanos ganan la elección presidencial de 2024 en EE UU, cosa que parece muy probable, y sobre todo si Donald Trump es el candidato, entonces la derrota ideológica de los populistas de derechas puede ser pasajera. En cualquier caso, no está nada claro que la masa de simpatizantes de Orban en Hungría o de Salvini en Italia vea una conexión significativa con Putin en Rusia.

En segundo lugar, el apoyo al capitalismo liberal no tiene en cuenta su crisis iniciada con el colapso económico de 2007-2008, que lo aboca rápidamente a nuevos desplomes económicos, que a su vez reforzarán todavía más a la derecha autoritaria, así como (ojalá) a la izquierda radical. Y sobre todo: el colapso de Paul Mason ante una posición del tipo Fukuyama representa un abandono de posiciones fundamentales de la cosmovisión marxista.

La guerra de Ucrania es una guerra de autodefensa nacional, pero la situación mundial está dominada cada vez más por un choque entre las grandes potencias imperialistas. La defensa de Ucrania no debe implicar el apoyo a la OTAN ni servir de excusa para abandonar la crítica de izquierda a la OTAN y a la ulterior militarización de Europa.

https://anticapitalistresistance.org/ukraine-the-return-of-francis-fukuyama/

Traducción: viento sur

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