Louise Wagner y Elias König
Las compañías petroleras contaminan el medio ambiente de las regiones pobres y celebran ganancias récord en los mercados bursátiles. El movimiento climático debe encontrar una manera de resistir. Dos activistas explican como puede funcionar esto.
Un vistazo rápido a los titulares de las últimas semanas podría dar la impresión de que 2022 no comenzó particularmente bien para la industria petrolera: en Perú, el grupo español Repsol fue responsable de un grave desastre petrolero a mediados de enero después de que miles de barriles de petróleo se vertieran en un accidente de un petrolero. Las imágenes de las playas contaminadas dieron la vuelta al mundo y el país sudamericano declaró el estado de emergencia medio ambiental. Solo unos días después, el vecino Ecuador también experimentó una grave crisis. En medio de la selva amazónica, un deslizamiento de tierra dañó un oleoducto. Más de un millón de litros de petróleo se vertieron en las regiones circundantes [regiones de selva amazónica en la frontera de las provincias de Napo y Sucumbios, con riesgo inmediatamente declarado de contaminación del río Coca].
Casi al mismo tiempo también se acumularon informes procedentes del este de Tailandia. Después de una fuga en un oleoducto submarino, se formó una marea negra que se extendía rápidamente y el gobierno tuvo que cerrar las “playas de ensueño” de la región de Rayong, que eran populares entre los turistas. En Argentina miles de personas han estado tomando las calles durante semanas para protestar contra las decisiones adoptadas por el gobierno poco antes del fin de año 2021. Estas permitirían al grupo argentino YPF, al grupo noruego Equinor y a Shell buscar materias primas fósiles en la costa utilizando métodos sísmicos. Estos métodos están asociados con un enorme ruido bajo el agua y representan una amenaza directa para la orientación de los animales marinos.
Las empresas celebran el éxito en el mercado de capitales
Sin embargo, si nos fijamos en los mercados bursátiles, la situación es bastante diferente: la industria del petróleo y el gas está en auge. Hay un estado de ánimo de celebración, por ejemplo, en la compañía petrolera Shell, que ha multiplicado por catorce(!) sus ganancias en el último trimestre de 2021. Exxon Mobil registra las mayores ganancias en siete años. Incluso el grupo español Repsol, que estuvo involucrado en varios escándalos, ha pasado el mes económicamente sin mayores problemas. Esto muestra lo bien que están organizadas las empresas fósiles. Los gobiernos a menudo tienen poco con lo que oponerse a ellas, especialmente en los países donde se extraen las materias primas. Dado que la facturación anual de algunas corporaciones supera el rendimiento económico de países enteros, esta impotencia no es sorprendente.
Pero, ¿qué significa esto para el movimiento de resistencia climático, cuya resistencia hasta ahora parece estrellarse debido a la influencia de la poderosa industria del petróleo y el gas? En los países donde se extraen principalmente los recursos, las y los activistas están experimentando una enorme represión. Regularmente, las y los ecologistas son amenazados o incluso asesinados. Sin embargo, en una sociedad racista, poco importa lo que ocurra en los países del Sur. En los países en los que se encuentran las sedes de las empresas transnacionales, este tema está muy a menudo ausente de la retórica del movimiento de protesta. Los gobiernos incluso consideran a las industrias fósiles como socias en la lucha contra la crisis climática.
Un día de acción internacional
Por lo tanto, el movimiento climático se enfrenta a dos desafíos: en primer lugar, los crímenes ecocidas de las corporaciones fósiles en los países del Sur y su influencia masiva en las sociedades del Norte deben ser situadas en el centro de atención. En segundo lugar, las preocupaciones de las personas de las regiones más afectadas deben estar situadas en primer plano. Porque son ellas quienes han resistido durante mucho tiempo frente a las estructuras de poder neocoloniales de las corporaciones multinacionales.
Un día internacional de acción contra el capitalismo fósil organizado con poca antelación el viernes pasado, 4 de febrero, mostró cómo esto puede funcionar. Como consecuencia de los numerosos desastres petroleros de las últimas semanas, más de 50 grupos de 19 países se reunieron bajo el lema de una Global Coastline Rebellion (Rebelión costera global). Las protestas fueron apoyadas en particular por grupos de los países del Sur, como Argentina, Perú y Sudáfrica. Mediante varias acciones, pidieron un levantamiento mundial de las comunidades costeras contra aquellas corporaciones que destruyen sus medios de vida.
Una cuestión de deuda climática
También se produjeron manifestaciones contra la industria fósil, incluida la empresa alemana Wintershall DEA, en Hamburgo y Berlín. El movimiento climático europeo se unió a grupos de América Latina. Las protestas se centraron, entre otras cosas, en la demanda de reparaciones a las comunidades dañadas y la cancelación de la deuda de los países del Sur. A cambio, las materias primas fósiles se dejarían en el suelo: deuda climática contra deuda financiera, o «climate debt swap” (intercambio de deuda climática), como lo llamó el activista argentino Esteban Servat.
La orientación internacional de las protestas, tanto en sus reivindicaciones como en su organización, es importante. Solo de esta manera se pueden desenmascarar las contradicciones de la política de ubicación climática/nacionalista del gobierno federal de Alemania, que transfiere de forma mal definida los costes de una transformación supuestamente ecológica del capitalismo a los países del Sur. Pero sin restringir drásticamente el poder de las compañías de petróleo y gas con sede en el Norte y organizar democráticamente la producción de energía, los objetivos climáticos tanto en el Norte como en el Sur serán inalcanzables. Esto requiere una presión masiva desde abajo.
Un solo día de acción es solo una gota en el océano. Pero la amplitud de la movilización espontánea muestra lo grande que es el potencial para un movimiento climático orientado internacionalmente. Sin embargo, aún más notable que el tamaño de los grupos y países involucrados es la inversión exitosa de las relaciones de poder anteriores: las preocupaciones de las y los directamente afectados por la extracción de materias primas fósiles se han colocado en el centro de las protestas de un movimiento de justicia climática en su mayoría blanco y eurocéntrico. La gente se reunió más allá de los movimientos y países, en una acción dirigida por el Sur contra instituciones neocoloniales como el FMI, el Banco Mundial y las empresas transnacionales. Como recordó uno de los organizadores en Berlín: «Tal vez éste pueda ser el comienzo de una nueva forma de movilizarse; en la que el Norte puede unirse con el Sur y llevar a cabo la lucha contra las corporaciones que nos matan».
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur
Al encontre (Artículo publicado originalmente por la revista Der Freitag).
* Louise Wagner es socióloga y forma parte de varias alianzas internacionales que luchan por la justicia ambiental y climática. Elias König es el autor de Klimagerechtigkeit warum wir braucht eine sozial-ökologische Revolution (Unrast-Verlag) (La justicia climática: por qué necesitamos una revolución socioecológica) y participa en la alianza Shell Must Fall.