Cuentos para crecer: Las princesas liberadas

Cuentos para crecer: Las princesas liberadas

Las princesas liberadas

Por Adriana Ferraggine

Cuento de República Checa

¡Así que, niños, escuchad con atención! Éranse una vez un tal Honza, un tal Jakub y un tal Frantik, hijos de un campesino rico. Un día dijo el padre:

—Bueno, chicos, ¿dónde plantamos los guisantes?

—¡Plantémoslos al lado del cementerio —respondió Honza—. Allí hay buena tierra, vamos a plantar ahí los guisantes.

Así fue. Sembraron los guisantes y crecieron y crecieron. Entonces dijo Honza un día:

—Querido padre, tenemos que ir a ver cómo crecen los guisantes.

Fue a mirar, y el campo de guisantes estaba revuelto y deshojado. Cuando Honza volvió a casa, dijo:

—Padre, los guisantes están totalmente deshojados; tenemos que hacer guardia.

—Bien, Honza, hoy irás tú.

Honza cogió un palo y se puso en camino. Cuando llegó al campo, se puso a escuchar.

Nada. En la torre dieron las diez y él seguía sentado en el campo de guisantes. Dieron las once y media, las doce y media, y entonces, apareció un fantasma. Iba todo vestido de oro, lleno de cadenas, se metió en el campo de guisantes y arrancó todo lo que se podía arrancar. Se metió los guisantes en los bolsillos, en las mangas, en la blusa; cogía guisantes de todas partes y Honza no sabía qué hacer de tanto miedo que tenía. Se dejó el palo atrás y puso pies en polvorosa. Llegó a casa terriblemente asustado, se echó en el establo y ni rechistó.

Por la mañana fue el padre y le preguntó:

—Bueno, ¿qué hay, Honza? ¿Has vigilado los guisantes?

—¡Padre, no pienso volver a ir allí en toda mi vida! —respondió Honza—. ¡El que lo ha organizado todo ha sido un fantasma!

—Bueno, Honza —dijo Jakub—, si tú no quieres volver allí, esta noche iré yo.

Cortó una estaca y se puso en camino. Se tumbó detrás del muro del cementerio y se puso a vigilar. Dieron las diez, las once, las doce… y apareció el fantasma. Estaba envuelto en un aura, por eso brillaba y relucía de aquel modo. El fantasma se metió en el campo de guisantes y arrancó, peló y comió a destajo todo lo que veía. El buen Jakub no sabía qué hacer de miedo que sintió. Lo dejó caer todo, incluso la estaca, y salió corriendo tan rápido como pudo. Completamente espantado, fue presa del pánico. Cogió rápidamente una cubeta, sacó agua del pozo, se lavó los pantalones y se metió en la cama para que nadie viera lo que había armado y supiera que había salido de allí corriendo aterrorizado. ¡Pobre muchacho! Por la mañana le preguntó al padre:

—Bueno, Jakub, ¿has descubierto algo?

—Ay, padre, no me preguntes o no volveré a poner un pie en el campo.

—Está bien, entonces irá el más joven, Frantik.

—¡Esperad, os voy a enseñar yo a vosotros! —dijo Frantik—. Vosotros habéis tenido miedo, pero yo, el más joven, acabaré con el fantasma. No va a recoger nuestros guisantes.

Por la noche se marchó y cogió el rifle, aunque luego se dijo: «El rifle, total, no dispara»

Así que Frantik lo tiró a los matorrales; además no le gustaban esas cosas. Fue y cortó una buena estaca. Entonces se puso lentamente en camino. Llegó al muro del cementerio, se acercó con sigilo, se deslizó en el campo de guisantes y se tendió allí silenciosamente.

El reloj dio las diez, pero no apareció nadie. Dio las once, y tampoco. Entonces dijo:

—¡Maldita sea! Probablemente, el miedo de los dos les ha hecho imaginarse algo.

Seguramente no vendrá ningún fantasma. Pero voy a estar atento.

Dieron las once y media. Nada. Las doce menos cuarto. Entonces, el fantasma apareció con arnés de oro, lleno de cadenas y echando llamas por la boca: «¡Espera y verás cuando te sientes!», dijo Frantik para sí. El fantasma se sentó en los guisantes y empezó a recolectar.

Cuando el buen Frantik lo vio, le asestó un golpe. Le quitó un trozo de cadena y el fantasma salió corriendo tan deprisa como pudo y Frantik detrás de él. Corrieron hasta el bosque. Allí había un agujero y el fantasma saltó dentro. Entonces, Frantik cogió una rama y la clavó en el suelo, en el lugar donde había desaparecido el fantasma, para dejarla como señal. Se fue a casa y al llegar dijo:

—¡Padre, he descubierto al fantasma! Mirad qué trozo de cadena de oro tengo aquí.

—¿De dónde lo has sacado?

—Del fantasma. Al pegar al fantasma, se ha roto un trozo de cadena. Tenemos que avisar rápidamente a los vecinos, reuniremos a toda la comunidad y nos acercaremos entonces al lugar. Cogeremos un cubo del pozo y una cuerda y yo bajaré por ella. Yo, el más joven, perseguiré al fantasma.

Los vecinos y todos los campesinos del pueblo fueron convocados a toque de tambor y luego se fueron al bosque. Allí construyeron un eje oscilante y colgaron el cubo de él. Frantik se sentó dentro y ordenó:

—Ahora, escuchad lo que os digo. Atended bien. Me bajáis, y si tiro de la cuerda, me subís enseguida, pues eso significará que va mal la cosa. Mientras no tire de la cuerda, no me subáis.

Lo bajaron como había acordado. Frantik llegó abajo y vio un largo pasillo negro, polvoriento y lleno de arañas y telarañas. Se dijo: «¿Y ahora, hacia dónde? ¡Por todas partes reina la oscuridad!».

Frantik palpó con las manos por delante y sintió una puerta. Llamó. Detrás de la puerta se oyó una voz que dijo en alemán: «¡Adelante!». «Aquí hay algún alemán» —se dijo Frantik—.

«Bueno, no importa».

Entró. Vio una mesa a la que estaba sentada una bella y grácil princesa, que dijo:

—Buen amigo, ¿de dónde venís? Si nuestro señor os ve, os comerá en el acto.

—Yo no tengo temor a vuestro señor —replicó Frantik severamente—. Bueno, ¿dónde está?

—¡Seguid por ahí! —contestó ella señalando hacia delante.

Frantik continuó y llamó a la siguiente puerta, tras la cual se oyó, esta vez en su idioma:

«¡Adelante, por favor! ¡Entre!».

Entró y vio a una novia todavía más hermosa y grácil. Ella dijo:

—Buen amigo, ¿de dónde venís? Si nuestro señor os ve, acabará con vos en un instante.

¡Rápido, marchaos! ¡Marchaos!

—¡Yo no me marcho! No temo a vuestro señor. Quiero verlo y tener unas palabritas con él. ¿Dónde está?

La encantadora y grácil muchacha señaló la tercera puerta. Frantik fue y llamó. Se oyó una débil voz: «¡Adelante, por favor!»

Entró. Una asustada mujer, sentada detrás de una mesa, le dijo:

—Os lo ruego, decidme, ¿de dónde venís? Si aparece nuestro señor, no quedará nada de vos. ¡Estaríais muerto en el acto!

Frantik respondió:

—No temáis, no voy a haceros nada; he venido a liberaros. A vuestro señor, en cambio, lo voy a agarrar y voy a acabar con él. ¿Dónde está?

Ella lo examinó con la mirada y dijo:

—Querido amigo, no acabaréis con él. No podéis hacer nada contra él. Esta noche ha estado por ahí en algún sitio, ha vuelto en un estado lamentable y completamente desollado y ahora está durmiendo en el jardín bajo un rosal.

Frantik miró a su alrededor y dijo:

—Entonces voy a…, dejadme, que voy a por él.

—Así no —dijo ella—; aquí tienes un anillo, póntelo en el dedo y gíralo. —Frantik dio la vuelta al anillo—. ¡Ahora ven conmigo! Ahí hay un sable, está colgado al lado de la puerta.

Cógelo e intenta moverlo.

El buen Frantik, sin embargo, era demasiado débil, y no pudo luchar con el sable. Ni siquiera pudo darle la vuelta; en una palabra, no pudo hacer nada de nada. Entonces ella le ordenó:

—Dale otra vuelta al anillo y luego otra. —Tres veces le había dado ya la vuelta—. Coge ahora el sable y mira a ver si lo puedes mover.

Frantik lo cogió y lo blandió como si fuera un ligero látigo, con tan poco esfuerzo lo movía y le daba la vuelta.

—¡Bueno, ahora estás armado! Ahora puedes arremeter contra nuestro señor. Pero antes tengo que advertirte: nuestro señor es un dragón con nueve cabezas, y si le cortas una, le crece una nueva y escupe pez y azufre. Si no ganas, despídete de tu vida, querido Frantik.

—Mi querida y bella señorita—respondió Frantik—, no tengáis miedo, que yo os liberaré y mataré al dragón.

Frantik se fue pisando sin hacer ruido: tap, tap, tap; y pronto llegó ante el monstruo, que descansaba bajo el rosal. Apuntó y le asestó un golpe. Ya salía la segunda cabeza. Saltaba sangre y se elevaban llamas. ¡Otro golpe! La tercera cabeza. ¡Otro golpe! La cuarta cabeza.

¡Otro golpe! La quinta cabeza. ¡Otro golpe! La sexta cabeza. La séptima. La octava. ¡Y otro golpe más! La novena. La última cabeza rodaba por el suelo.

El dragón se quedó tirado en el suelo gimiendo:

—Eh, aaah, aaah.

Se acabó con el dragón. El buen Frantik estaba muy contento y dijo:

—Bueno, ahora ya te he vencido.

Después cogió a la princesa a cuya puerta había llamado primero y que le había contestado «¡Adelante», en alemán. Era una alemana que estaba hechizada desde hacía siglos.

Luego fue a recoger a la otra, que había dicho «¡Adelante», por favor! ¡Entre!» desde detrás de la puerta. Se la llevó igualmente consigo y finalmente recogió también a la tercera. Se dirigieron al rosal e vieron que el dragón, entretanto, había fallecido. Entonces dijo Frantik:

—Queridas princesas, ahora estáis liberadas, pero ¿dónde tenéis picos y palas para poder enterrarlo?

Ellas llevaron picos y paLas, cavaron una gran fosa, cogieron al fantasma, lo echaron dentro, lo cubrieron con cal, echaron barro encima y lo apisonaron todo bien. Ya se había ido y con ello hubo paz por fin. Frantik dijo:

—Aquí no os podéis quedar, queridas princesas; tendremos que hacer algo. Vamos a volver al mundo del que vosotras también venís.

A la primera princesa le tocó el primer turno. Se dirigieron al agujero por el que Frantik había bajado en el cubo y llenaron el cubo con barro. Frantik dio la señal que había acordado a los de arriba, pero el cubo con el barro se rompió y volvió a caer al suelo: ¡bum! Salió todo volando. Frantik dijo:

—¿Ves? Si te hubiera sentado a ti primero, ahora estarías muerta. Pero he sido lo suficientemente astuto como para meter barro y piedras primero.

Entonces lo prepararon todo para la subida, se dijeron adiós, Frantik dio la señal y la princesa subió.

En cuanto Honza y Jakub la vieron, empezaron a pelearse por ella de tal modo que sonaban bofetadas. Los dos la querían para sí, pues era hermosa e iba muy bien vestida.

Llevaba zapatos de cordones; bueno, en fin, que iba lujosamente vestida, toda en oro y plata.

—Yo soy el mayor —dijo el buen Honza—, me voy a casar y ésta es mi novia, así que no será para ti.

Se puso en camino con ella, la sentó en el coche y se fueron a la hacienda. Allí se organizó un banquete con comida y bebida, pues todos vieron que era muy rica y llevaba oro y plata. Por ello no escatimaron nada y comieron y bebieron. Los demás, entretanto, esperaban a ver qué pasaba.

Frantik dio otra señal con la cuerda del cubo. Los hombres, desde arriba, tiraron de la cuerda y sacaron a la segunda bella y grácil princesa a la luz del día.

Entonces, Jakub se alegró y exclamó:

—¡Ésta es mía! ¡Ahora ya tenemos una cada uno!

La cogió, la sentó en su coche y se fue tan rápido con ella a la hacienda que iba levantando una polvareda a su paso. De nuevo se organizó el banquete con comida y bebida; más de medio pueblo se había reunido ya. Uno llevó una vaca; otro, un cerdo; otro, un pato; otro, un barril de cerveza; las cocineras empezaron a cocinar los músicos cogieron la armónica y el violín; así que se tocó música, se cocinó, se comió y se bebió. Las dos gráciles y bellas señoritas estaban sentadas a la mesa, cada una al lado de su novio.

El buen Frantik, en cambio, se quedó abajo con la tercera señorita. Cuando se comieron y se bebieron todo lo que había en la despensa, metieron todas las joyas, piedras preciosas y todo lo demás que tenían en un paño, lo ataron y la muchacha dijo:

—Bueno, querido Frantik, hoy es nuestro último día, ya llevamos catorce días aquí abajo.

Tenemos que salir también al aire, no nos podemos quedar aquí abajo. ¿Pero cómo vamos a salir?

Dieron una señal con la cuerda, pero el cubo no se inmutó. Los de arriba pensaban que Frantik estaba muerto desde hacía mucho. Entonces, la muchacha dijo:

—Te voy a dar un consejo. Allí enfrente hay unas lujosas caballerizas en las que encontrarás los caballos más hermosos que te puedas imaginar. Ve allí, no digas ni una palabra. Coge el jamelgo más horroroso, peludo, viejo y flaco, ponle el freno y tráelo para aquí.

¡Pero no debes decir ni una sola palabra, te lo digo yo, Frantik!

Frantik lo prometió. Condujo al caballo fuera del establo, cargaron los hatillos, Frantik se subió, la princesa se montó a su lado y exclamó:

—¡Ale, mi caballito, salta con nosotros por encima de los montes!

El caballo hizo «¡iiih!», ¡iiih!, ¡iiih!» escarbó con las patas traseras y saltó hacia las alturas.

Ella exclamó otra vez:

—¡Ale, mi caballito, por encima de los montes, baja ahora!

El caballo se empinó, relinchó y bajó. El agujero se cerró y con ello tuvo su término todo lo de ahí abajo. Frantik cogió a su grácil novia, los hatillos en los que tenían su oro y su plata y todas las demás riquezas, y se dirigió a casa de su padre, a aquella hacienda en la que había nacido.

Cuando llegaron, todos se quedaron asombrados de que llevara a casa a una señorita todavía más bella y grácil que las otras dos.

Entonces se organizó un festín y comieron y bebieron. Había bollos como portones, tartas como puertas, cerdos todavía sin marcar estaban colgados, los cocineros cocinaron y asaron, el orujo corría a litros y las golosinas y los dulces, queridos niños, no se acababan nunca. Yo estuve en la boda y por eso puedo contároslo con tanto detalle. Sonaba la música, se sacaban los unos a los otros a bailar, todos se divertían y estaban alegres. Yo los felicité y les deseé mucha suerte y todo lo bueno, y entonces me conminaron a comer sin interrupción.

Comí, pero por la noche me tuve que ir a casa a cuidar de nuestra vaca y nuestros cerditos.

Además, mi madre me hubiera buscado y hubiera llorado si yo no hubiera estado en casa. Para que no me tuviera que ir a buscar con el candil, me puse en camino: entré pausadamente en el jardín, pero allí el suelo era de papel y me caí hasta aquí, hasta vosotros, queridos niños.

Y con esto se ha acabado el cuento.

Michi Strausfeld y Ramon Besora (eds)
25 cuentos populares de Europa
Madrid, Ediciones Siruela, 2006

El Proyecto CUENTOS PARA CRECER consiste en la publicación semanal de relatos destinados en especial a niños y adolescentes, así como a todos los que encuentran placer en la lectura. Debido al tipo de historias ofrecidas, estas publicaciones permiten reflexionar sobre una serie de valores considerados esenciales para el desarrollo del carácter, como la tolerancia, la generosidad, el espíritu de diálogo y la honradez, proporcionando además un valioso instrumento de aprendizaje.

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