Viajes relámpagos por Europa: Inglaterra la romántica y lluviosa

Enrique Jardiel Poncela

El Libro del Convaleciente

EL PAÍS DE GALES

Pocas comarcas hay en el mundo tan pintorescas y tan húmedas como el País de Gales.

Casi toda la región se ve cubierta de extensos prados en donde la hierba está diciendo «comedme»; el cielo es poético, aunque plomizo; y el ganado vacuno ostenta en esta tierra sus mejores ejsmplares. Hay tres mil fábricas de leche condei>sada especial para niños y enfermos, marca «La Belleza de Lord Byron», y al correr vertiginosamente a pie por estas carreteras alquitranadas he sorprendido varios cientos de letreros.

Lo que dicen esos letreros es lo siguiente:

Aquí se cayó del caballo S. A. I. el Príncipe de Gales.
Aquí se cayó del caballo S. A. I. el Príncipe de Gales.
Aquí se cayó del caballo S. A. I. el Príncipe de Gales.
Aquí se cayó del caballo S. A. I. el Príncipe de Gales.

Y así sucesivamente.

En el límite del país encontramos un nuevo letrero. En éste se lee:

Aquí se cayó tres veces seguidas del caballo S. A. I. el Príncipe de Gales.

ESCOCIA: PESCA DEL BACALAO A LA VIZCAÍNA

Pensaba llegar a Escocia por Newcastle, pero en realidad he llegado a Escocia por aburrimiento.

Escocia es muy romántica, y aunque esto ya lo dijo Walter Scott, el notabilísimo inventor de la emulsión, yo lo repito, porque, si no, nadie va a creer que he estado en Escocia.

Y, verdaderamente, después de dar la vuelta al país, comprendo que Escocia es uno de esos países a los que no hay que darles vueltas; total, unos cuantos lagos, unas cuantas montañas, alguna que otra nube, varios perritos vagabundos: esto es todo lo que he visto en Escocia.

Durante muchos días intenté ver alguna gaita escocesa, pero me dijeron que hacía ya años que se habían acabado, y para que un viejo escocés entonase una romanza en honor mío hubo que pedir la gaita a Santiago de Compostela.
Copio a continuación dicha romanza para llevar la emoción al corazón de mis lectores:

«I remember, I remember my sweet window of Dublin: little rowster Nelson little rowster Cromwell underwood and fountain pen.»

Horas después de llegar a Edimburgo, cuando ya hacía las maletas para trasladarme a Londres, fui invitado a la pesca del bacalao a la vizcaína.

Es un espectáculo curioso. La pesca comienza a las tres de la mañana, hora en que el bacalao no se espanta por hallarse durmiendo. Cuarenta o cincuenta pescadores se sientan en el rompeolas del muelle, con las piernas colgando hacia el mar y con los anzuelos atornillados en el extremo de otras tantas cadenas de bicicleta. Un regimiento de highlanders se coloca junto a los pescadores y rompe a tocar el «Tipperary». Entonces el bacalao se despierta, avanza en tropel hacia el muelle a presenciar el desfile de las tropas, trepa por las cadenas y cae en las manos de los pescadores. (Los anzuelos se ponen para despistar).

LONDRES: LLUEVE.—CASAS, MONUMENTOS, MUSEOS: LLUEVE.— NOS COMPRAMOS UN PARAGUAS Y DEJA DE LLOVER

Llego a Londres lloviendo.

Londres es una ciudad preciosa. Es la capital de Inglaterra. Se halla sobre el Támesis. El Támesis es un río.
Así que cambio de ropa y me dispongo a danzar por la ciudad, un caballero con monóculo que pasaba a mi lado me dio un tirón de la americana y, después de arrancarme el bolsillo derecho de cuajo, me llevó a la orilla del Támesis.

—Mire usted qué perspectiva y muérase de gusto.

—¡Ah! ¿Es usted español?

—Sí; de Busdongo. Me dedico a la caza de mariposas en las grandes selvas y he venido a Londres en viaje de prácticas. Me llamo Esteban Mascurcio.

—Encantado de conocerle.

Y ya, con la tranquilidad de pensar que si no me queda dinero para pagar el hotel me lo pagará este compatriota, contemplo la perspectiva que antes me indicaba.

Efectivamente, es brutal como un carretero.

A la izquierda se ven el puente de Londres y las torres de Westminster, y a la derecha, el puente y la torre de Londres. Enfrente, Ja ciudad grandiosa, con sus doscientos quince millones de paraguas pululantes.

Viendo aquello se ensancha el alma y el calzado.

—La abadía de Westminster es gotosa, ¿verdad?—pregunto, para darme tono.

—¿Gotosa? No. Gótica.

—Eso, eso. Gótica. ¡Es verdad! ¿Estaba ya cuando la Guerra europea?

—Sí. Ya estaba ahí entonces.

—¡Hay que ver lo que duran los edificios!—exclamo con admiración.

—Sí. Duran bastante—responde Mascurcio.

Y empezamos nuestro paseo por Londres. —Vamos a Whitechapel.

—¿Eso es un cabaret?

—No. Un barrio pobre, pero pintoresco. Sus habitantes son miserables, pero honrados; su calles son estrechas, pero limpias, y su extensión es grande, pero transitable.

—Entonces es curioso, pero no me interesa.

Desde Whitechapel pasamos a la City. Mascurcio explica que aquél es el barrio de los negociantes. Efectivamente, a poco de llegar a la City, varios transeúntes pretenden comprarme el sombrero que llevo puesto. Después de un largo trato se quedan con él cambiándomelo por un acordeón. Los negocios son intensos en Londres.

Vemos la Banca de Inglaterra por fuera. Me hace poco efecto. Al lado se alza el edificio de New Scotland Yard. Me hace poco efecto. Llegamos al viaducto de Holborn en el momento en que un ciudadano se tira por él para suicidarse. Me hace poco efecto. Mascurcio me pisa el pie izquierdo, sin querer. Esto me hace un efecto horroroso.

El Strand, la Catedral de San Pablo, Newgate, lo vemos todo al correr de un taxi en cuya trasera nos hemos acomodado.

Pasamos por el mercado de Covent Garden, por Oxford Street por Picadilly, Pall Malí, el parque de San James… Sigue lloviendo.

—Vamos a ver los museos —le digo a Mascurcio— y algún que otro monumento. —En seguida.

Y me explica mientras corremos a ochenta por hora: —Monumento a Juana Seymour, María Estuardo, San Eduardo, Eduardo VIII, Enrique V, Ricardo Corazón de León. Museo Británico, Colección Vallace, Galería Nacional, Galería Gate, el South Kensintong, Hyde Park, Museo Tussand, Jardín Zoológico.

A las nueve de la noche, el taxi en cuya trasera vamos coge un bache y nos encontramos de pronto sentados en un charco de Forrigton Square.

—¿A dónde vamos ahora?—le digo a Mascurcio.

—¿A dónde vamos a ir? Ya le he enseñado a usted todo.

—Entonces, ¿se nos ha acabado Londres?

—Sí. Se nos ha acabado.

Siento un dolor agudo en el corazón. He visto todo Londres: museos, monumentos, edificios, en una sola tarde. A este paso, en una semana habré dado la vuelta al mundo.

Sigue lloviendo…

Me echo a llorar a gritos y le compro el paraguas a un transeúnte. Al taparme con el paraguas, cesa la lluvia. Entonces determino marcharme a Dinamarca.

Fuente: El Libro del Convaleciente (inyeciones de alegría para hospitales y sanatorios)

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