En defensa del Estado Social y Democrático de Derecho

Mauricio Ramírez Núñez

Mauricio Ramírez

Muchas personas piensan que defender nuestro Estado Social y Democrático heredado de la Segunda República es sinónimo de defensa de abusos, gollerías y corrupción en el aparato público. Eso es lo que muchos han hecho creer a la población, tomando como prueba algunos hechos objetivos y concretos que como en todo espacio, tanto público como privado se pueden presentar, pero que nunca pueden considerarse generalizaciones absolutas de la realidad. Evidentemente, lo hacen con una doble intención, no solo de confundir a la población, sino de tratar de persuadirla para poder de esta manera concretar apoyo en la dirección de sus intereses verdaderos; desmantelar lo que por más de 70 años nos ha dado paz social, estabilidad jurídica y una democracia sólida, con todo y sus yerros.

Gracias a Dios, las contrarreformas de los años ochenta, primero con Thatcher y luego con Reagan, demostraron que superponer la economía por encima de la política es un error que no logra resolver problemas sociales, culturales, de inclusión y mucho menos, construir tolerancia y respeto por la diferencia. Es triste ver cómo en esta actual contienda electoral de nuestro país, muchos candidatos, por no decir la gran mayoría, siguen apuntando en esa dirección añeja y probadamente errónea de un occidente sin liderazgo, rumbo ni alternativas claras de desarrollo para nuestros pueblos.

Pero regresemos a lo que nos importa, defender nuestro Estado Social nunca puede ser sinónimo en ningún momento de callar o aceptar abusos, corrupción o ineficiencia, por el contario, exige de instituciones sólidas, con visión estratégica de largo plazo y una gestión adecuada a la era digital, así como a las necesidades de todas las personas y sectores. No es posible que sigamos con una lógica de siglos pasados cuando tenemos encima nuevas realidades, necesidades y una cantidad de nuevos grupos sociales con sus propias características y demandas, todas con su justo derecho a ser resueltas.

¿Significa esto, tener excesiva cantidad de personal haciendo las mismas funciones, aumento de trámites, burocracia extrema, dificultades administrativas o muchos impuestos para empezar a producir? desde luego que no, de la misma manera en que tampoco puede significar el abandono por los más necesitados, recortes a programas sociales, la existencia de hambre y grandes desigualdades. Todo esto es inaceptable, podemos tener el Estado más pequeño o grande, que en el fondo si lo reflexionamos a conciencia, no depende del tamaño sino de las personas, el gobierno y los líderes que tengan la responsabilidad de hacer que las cosas caminen.

Aquí es donde me pregunto; ¿no será mas bien, que estamos eligiendo a las personas incorrectas? ¿es lo que tenemos hoy el resultado de nuestra apatía y desinterés por la política y los asuntos públicos? y es que siempre desde un sector u otro es muy fácil echar la culpa a los demás, dejando de ver nuestro propio comportamiento y actitud, que también contribuye con ese estado de malestar general, pues somos parte y estamos dentro de esa estructura social. Lo típico, “los otros están equivocados y yo tengo la razón”, el argumento perfecto para “inmunizarnos” en contra de, y cerrar las puertas a todo diálogo franco y honesto para resolver problemas comunes. Es más fácil echar la culpa a ideologías o instituciones antes que aceptar nuestra propia realidad y responsabilidad.

Querer un Estado eficiente no implica necesariamente cerrar, privatizar o vender instituciones o empresas públicas, así como un negocio privado puede ir con números rojos por estar mal administrado, y su dueño decide hacer cambios de personal, gerentes o de la propia actividad productiva para adaptarla a las necesidades del mercado y evitar su quiebra o venta, igualmente pasa y se debe hacer con el Estado. De la misma manera que no puedo afirmar que porque una empresa es irresponsable con sus trabajadores y evasora de impuestos, todas lo son y no sirven para nada, igual sucede con el Estado y sus instituciones, esas generalizaciones son destructivas desde todo punto de vista, mal intencionadas y deben ser superadas.

El Estado no tiene que estar metido en todo negocio que exista, estoy claro, pues lógicamente hay muchas cosas donde el mercado es y tiene el deber de ser más eficiente en beneficio de las personas, pero, utilizando el sentido común y comprendiendo la complejidad de los tiempos actuales, hay ciertos sectores o aspectos donde el Estado debe ser fuerte, sin malentender la palabra, para garantizar el cumplimiento, respeto y protección de los derechos fundamentales de todas las personas, sin distinción alguna. El Estado es la forma de organización de nuestra sociedad, de toda la sociedad.

Imaginen nada más el momento donde algún “ideólogo posmoderno” salga y cuestione la legitimidad de una ley solo por el hecho de que viene de los diputados, que son funcionarios públicos, y bajo la premisa de que todo lo público es sinónimo de malo, ineficiente, socialista e inútil, entonces se declaren en desobediencia a la misma ley. ¿Verdad que suena absurdo, sin sentido e ilógico? más de uno diría, ese ejemplo no aplica y no tiene sentido de ninguna manera, porque la ley es para respetarse, así está establecido en la constitución y, por lo tanto, no aplica lo que digo. Además, para hacer una ley se debe tomar en cuenta previamente a todos los sectores de la sociedad y llega a ser algo consensuado.

Pues déjenme decirles que bajo estas “nuevas tendencias” todo es una “cuestión de enfoque”. A los extremos que han llegado estas épocas, donde la verdad y la certeza no existe, y la posverdad reina de la mano del caos, todo es posible. Para muestra un botón: vean nada más el movimiento terraplanista, los negacionistas del cambio climático o los antivacunas, que se niegan a ponerse una, pero sí vacunan a sus mascotas, como me dijo un querido amigo hace unos días. Hace tres años si alguien decía que era posible una pandemia que paralizara al mundo, cualquiera diría: una en un millón, y vean nada más la realidad actual. El mundo cambió hace mucho tiempo, y ya ni siquiera podemos ponernos de acuerdo respecto a la forma de crear verdades mínimas compartidas (ser Estado).

Con la sentencia de la sala constitucional sobre el proyecto de ley de empleo público, muchas han sido las reacciones, todas lamentables, pues nos seguimos viendo como enemigos y revanchistas, tanto desde el sector privado, como del público. El análisis de constitucionalistas como Rubén Hernández, dice que la sala usó la técnica procesal de la “inconstitucionalidad por sus efectos” para tomar una decisión al respecto, lo cual da una perspectiva muy optimista pues “las normas no cuestionadas de inconstitucionalidad por sus efectos por la Sala Constitucional son de aplicación obligatoria para todas las instituciones estatales, incluidos el Poder Judicial, el TSE, la CCSS, las universidades y las Municipalidades…los principios contenidos en la ley son de aplicación obligatoria para tales instituciones”.

Por otro lado, análisis como los del Dr. Mauricio Castro Méndez, plantean una perspectiva algo diferente, al afirmar que efectivamente es inconstitucional lo que sectores detractores (no porque no quieran que se arreglen situaciones anómalas en el sector, sino por temas de fondo del proyecto) habían planteado sobre el tema de concentrar mucho poder en el ejecutivo, “por encima del poder judicial, el TSE, las U. Públicas, la CCSS y las municipalidades”. Y agrega que: “la Procuraduría General de La República, el Ministerio de Hacienda, el Ministerio de Trabajo y la Contraloría ignorarán olímpicamente lo ordenado por la sala constitucional, y provocarán que el tema se litigue por unos diez años, a nivel nacional e internacional”, haciendo que sea finalmente la Corte Interamericana de Derechos Humanos la que termine por condenar al país.

¿Dónde está la verdad?

Así como en la política no hay silla vacía, en el mercado tampoco, ni uno ni otro van a desaparecer. La única alternativa para buscar la verdad, como decían los filósofos de la antigüedad, es el diálogo, la negociación y los acuerdos país. Sin duda alguna, es necesario de lo privado y lo público, si entendemos que uno necesita del otro y que esto es realmente una realidad simbiótica, de apoyo mutuo entre todos para de esta manera llevar bien vivir a todas las personas. Para ello se debe dar una especie de “salto cuántico de conciencia”, atreverse a pensar fuera del saco y conversar sin prejuicios, escucharnos, no gritarnos.

Me quito el sombrero frente al discurso del señor Obispo hace exactamente un año en Cartago, en celebración del dos de agosto. Fue un excelente mensaje, claro y directo, rescato algunas de sus frases: “No negociar es sinónimo de suicidio nacional”, “el único y verdadero enemigo de todos los costarricenses es el egoísmo, querer enriquecerse cada vez más sin importar el prójimo”, “O negociamos como hermanos o estamos sembrando la semilla de la violencia y la dictadura”, “Nos unimos o nos hundimos”. Creo que ahí empezamos a encontrarnos nuevamente, redescubriendo nuestra verdad compartida y colectiva.

Todo esto lo planteo para recordar que la gran reforma social de nuestro país fue gracias a la negociación y a la política de alianzas, precisamente en épocas duras y muy críticas, el Pacto de Ochomogo es un gran ejemplo de ello también. No es momento para hacernos creer que debemos abandonar nuestras posturas o ideologías, tampoco es tiempo de ponerlas en el ring como si fuese lucha libre para ver cuál es mejor o peor. Vivimos épocas históricas a nivel mundial nunca vistas, cambios profundos y riesgos para la existencia de la vida que pasan desde lo ambiental, hasta lo militar.
Resolver problemas a lo interno de nuestros países requiere diálogo, humildad, negociación y una visión compartida sobre un destino común que mire hacia la vida digna de todas las personas sin ningún tipo de exclusión. Mucho nos hemos formado como para entender esto y saber que es menester ponerse de acuerdo y respetarnos para convivir en familia, sociedad y planeta. Costa Rica no está exenta de los problemas geopolíticos, económicos y ambientales que afectan al mundo entero, al contrario, estamos ubicados en un espacio estratégico para el nuevo mundo multipolar que nace con fuerza y es liderado por oriente.

Por ello, y para sacarle el mejor provecho en beneficio de todas las personas, debemos hacer el esfuerzo de dejar de pensar binariamente, en lugar de atacarnos y decir; ustedes empleados públicos son esto y aquello, ustedes empresarios son esto y aquello, ustedes partidos políticos, sindicatos, y demás, la patria y la historia nos obliga a decirnos: somos costarricenses, compartimos la misma tierra, respiramos el mismo aire y amamos la bandera que nos identifica como un pueblo soberano y único.

Romper el saco no es solo criticar o creer que pensamos mejor que el otro, es atreverse a acercarse, dialogar con respeto y plantear ideas con quien sea, para llegar a los acuerdos mínimos que requiere el país para seguir caminando. Así a como en los años 40 se dieron grandes alianzas entre sectores completamente opuestos, para alcanzar las garantías sociales, hoy el saco se debe romper con humildad y gallardía, con amor patrio, sentido común y voluntad.

Duele mucho ver cómo nos atacamos unos a otros de forma extrema, con odio y resentimiento, sin duda alguna, son sentimientos que no ayudan a construir, por el contrario, destruyen, alejan y terminan siendo un círculo vicioso que solo beneficia a unos cuantos que sí tienen claro el panorama y hacia dónde desean llevar las cosas. Atrevámonos a romper el saco, con voluntad y pensamiento, con sentimiento y acción, pero ante todo, con respeto, humildad y patriotismo. Esos valores que forjaron nuestra identidad, nuestra democracia y que son las raíces costarricenses más auténticas. Todo por Costa Rica.

Académico

Revise también

Arsenio Rodríguez

El viaje imaginario

Conversaciones con mis nietos Arsenio Rodríguez “Adán y Eva hablando en el Paraíso… —Si pudiéramos …

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *