¿Enajenados o cínicos?

Manuel D. Arias M.

Manuel D. Arias M.

¿Es en serio, todavía queda algún iluso que piense que este desatre de capitalismo funciona? Para creer eso, una de dos: o se es un enajenado, incapaz de ver lo que hay más allá de la nariz, o, aún peor, se intenta ser un cínico descarado de los que pretenden colocarse entre el 1 por ciento de los que ostentan la riqueza en este planeta.

A los neoliberales les encantan las cifras y las estadísticas. No les voy a hacer la tarea; pero, a ojo de buen cubero, se puede hacer un cálculo rápido que genera escalofríos: para que 300 millones de estadounidenses, 500 millones de europeos y otros 200 millones de otras naciones privilegiadas habiten en países “desarrollados”, que ostentan la propiedad de las industrias, de las materias primas, del conocimiento y del patrimonio cultural de toda la humanidad, — sobre la utopía de que todas ellas y ellos viven bien, como si en esos “paraísos” no hubiera pobreza y exclusión —, eso implicaría que más de 6 mil millones de seres humanos, iguales en dignidad y, supuestamente, en derechos, tienen que entregar, día con día y de manera “voluntaria” sus vidas, para que unos pocos puedan disfrutar de las mieles de la cultura del consumo.

Eso, por supuesto, en el panorama más macro; no obstante, una abstracción similar se puede hacer con Costa Rica, un país subdesarrollado, saqueado, dependiente y colonizado, en el que el 10 por ciento de los más ricos concentra más bienes que el resto del 90 por ciento de la población.

¡Ah, pero nos engañan y se engañan con la idea de que, mientras haya más riqueza, algún día nos va a gotear al resto! ¡Cómo si el recipiente en el que guardan sus tesoros no creciera, proporcionalmente, a su avaricia! Encima, a estas alturas del siglo XXI, insisten en decir que quienes no pensamos como ellos, los rebeldes, más o menos somos sociópatas y envidiosos del éxito ajeno, capaces de instaurar una dictadura comunista, en la que se roban a las y los niños para ponerles al servicio del “maléfico” Estado totalitario.

¡Por favor! Ya vasta de ingenuidad y de dejar que nos engañen, como a ovejas, gracias a su control de las iglesias, las escuelas, los medios de comunicación y los instrumentos digitales de enajenación. El capitalismo es, simplemente, un sistema contrario al humanismo, porque se sustenta en la explotación del la mujer y el hombre por la oligarquía, porque se fundamenta en la equivocada máxima de que los recursos naturales son infinitos y porque concentra cada vez más riqueza en menos manos, en detrimento de los más pobres y, últimamente, también de unas clases medias que, por muchos años, fueron el pretexto para preservar el status quo y dejar de soñar con algo que pudiese ir más allá de la disfuncional democracia liberal, burguesa y representativa, que ha dejado al margen a las grandes mayorías, que no encuentran alternativas electorales capaces de escuchar sus problemas, inquietudes, anhelos y esperanzas, lo que ha dejado espacio para soluciones fáciles, encarnadas por un populismo demagógico que comulga con los dueños de los medios de producción y defiende sus intereses económicos, para lo cual se sirve de la religión, del nacionalismo, del racismo y de cualquier otro método de división de quienes ya se encuentran aplastados por los engranajes del sistema.

La Democracia Cristiana y, principalmente, la Socialdemocracia, que otrora conformaron el eje centro derecha – centro izquierda en los regímenes teóricamente democráticos, no sólo perdieron el rumbo, sino que, desde la década de los ochenta, abrazaron, cada vez de forma más explícita, el pensamiento único de que la estrepitosa caída del socialismo científico, es decir de una estrecha, dogmática y totalitaria interpretación del marxismo que se verificó en el imperio Soviético y sus países satélites del este de Europa, implicaba automáticamente la victoria definitiva de las tesis neoliberales y ultra capitalistas. Desde entonces, los gobiernos de uno u otro signo político, con matices insignificantes en el largo plazo, se dedicaron a retrotraer las conquistas sociales de la clase trabajadora y, sobre todo, a satanizar y desmontar el Estado social y democrático de derecho, solidario y del bienestar, que es el único responsable de sostener a unos sectores de ingresos medios y con oportunidades de movilidad social, que se han visto condenados a engrosar las estadísticas de la pobreza.

La Socialdemocracia, de billetera en el bolsillo derecho, por ende, ha perdido toda su credibilidad y se aboca a su extinción. De otras ideologías políticas de “centro derecha”, mejor ni hablar, porque se han convertido, en su mayoría, en semillero del que se nutren ahora los populismos extremistas y reaccionarios, que amenazan con el retorno triunfante del corporativismo, de la organización vertical de la sociedad, de los “valores tradicionales” y, en definitiva, del fascismo más intransigente, que niega los más elementales derechos humanos y que persigue cualquier manifestación de libertad.

Para que la democracia funcione, hay que cambiarla de raíz. Sin embargo, hay pocas organizaciones políticas que entiendan la urgencia de esta transformación. La izquierda marxista, por ejemplo, huele a naftalina y su empeño en justificar incoherencias, como la “dictadura del proletariado”, o a regímenes claramente fracasados, como Cuba, Nicaragua o Venezuela, le resta toda credibilidad.

A un año de las elecciones que podrían embarcar a Costa Rica en varias direcciones muy peligrosas, como la profundización del sistema neoliberal de capitalismo inhumano y salvaje, la senda hacia el fascismo excluyente y totalitario, o una cleptocracia servil del crimen organizado, parece que las alternativas no son muy halagüeñas.

La responsabilidad de cambiar este país, para transitar hacia un sistema democrático con más justicia social, distribución de la riqueza, manejo racional de los recursos naturales, avance en libertades y derechos humanos y capacidad de reciliencia frente a desafíos globales como el cambio climático, está en las manos de un pueblo que,, en su mayoría desgraciadamente, sigue confortablemente insensible y narcotizado.

Es hora de construir el Socialismo Democrático del tercer milenio y de despertar para tomar el timón del país en nuestras manos, de lo contrario, el barco amenaza con naufragar en la próxima tormenta.

Comunicador Social

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