La gran mentira de la autorregulación

Freddy Miranda Castro

La gran mentira de la autorregulación

Si uno quiere entender en todo su contexto y sus probables consecuencias lo que ocurre con las universidades públicas del país y su visceral oposición a la ley de regulación del empleo público, una buena idea sería observar lo que ocurrió con el sector financiero de los Estados Unidos.

Después de la crisis de los años 30 el sector bancario de los Estados Unidos fue fuertemente regulado y la mayoría de los bancos eran locales, pequeños ecosistemas financieros dispersos por todo el país. Para Estados Unidos significó 40 años de crecimiento económico sin ninguna crisis financiera o económica.

Con el gobierno de Reagan en 1981 inició la desregulación, se retrocedió al periodo anterior a los años 30 y el sector financiero prometió autorregularse. Eso fue como poner al zorro a cuidar el gallinero, todos sabemos lo que produjo esa situación, una crisis financiera tras otra, mientras unos pocos se convertían en hiper millonarios, a ellos les iba bien y al sector real de la economía mal. La economía de papel era y es centenares de veces más grande que la economía de mercancías. La autorregulación es un fiasco es el zorro cuidando el gallinero o el lobo a las ovejas. La crisis financiera y económica del 2008 tiene ese origen.

En Costa Rica todos sabemos a dónde conduce eso. Los autobuseros se autorregulan, los arroceros y los cañeros también. Los carteles económicos dominan el sector de la medicina, los colegios profesionales autorregulan su sector y tienen funciones cuasi estatales. La oficinas de regulación y control están a su vez controladas por quienes deben ser regulados como ocurre en el sector bancario, de seguros etc.
Resultado un país caro, con crédito caro, con una economía lenta que no genera empleo de calidad, donde es muy difícil crear negocios e invertir, para beneficio de las mafias que controlan cada uno de los sectores de la economía nacional.

Lo inaudito es que algo similar ocurre con el Estado que tiene un carácter feudal. Las instituciones incluidas las empresas públicas, son feudos al servicio de castas y círculos de poder que las controlan para su beneficio y que olvidaron la finalidad pública de las mismas. El resultado es un Estado elefantiásico, hipertrofiado, ineficiente, derrochador, que crea poco valor público y está a punto de quebrar y con él toda la patria.

Las universidades no escapan a ese fenómeno de feudos al servicio de sí mismos y de espaldas a los intereses de la ciudadanía. El CONARE hace las veces de un cartel económico, centrado en la defensa de su feudo y en los pingües beneficios que ello genera a una pequeña cúpula de “académicos” enriquecidos con los fondos que deberían servir para brindar acceso democrático a la educación superior a miles de jóvenes costarricenses. Ese sistema está a punto de quiebra, el TEC gasta el 90% de sus recursos en salarios. La UNA en pocos años no podrá pagar la planilla. Pero en el CONARE y en el profesorado insisten en autorregularse, bajo el pabellón de que son autónomos.

La autonomía universitaria surgió como una protección contra las tiranías, para garantizar su libertad de pensamiento y de cátedra. Bajo esa noble bandera las cúpulas burocráticas que tienen capturada la educación superior en Costa Rica, pretenden encubrir sus espurios negocios.

Escuchar a los miembros del consejo del TEC arremetiendo contra los líderes estudiantiles con sus falaces argumentos, da náuseas. Escuchándolos yo me preguntaba: ¿En manos de ese tipo de personas está nuestra educación superior? Con razón somos uno de los países que más gasta en educación sin obtener los resultados que ese volumen de inversiones debería generar para la sociedad.

La autorregulación es una farsa en cualquier sector de la vida. Cada grupo, cada gremio, cada sector solo piensa en su beneficio y en el de sus agremiados, por más que aleguen defender los intereses generales de la sociedad. Son humanos y los humanos no somos candorosos dioses. Ni los arroceros, ni los autobuseros, ni el sector financiero, ni las universidades se pueden autorregular, porque se sirven con cuchara grande.
La nuestra no es una tiranía, es una democracia y las regulaciones en temas de reglas de juego económico deben establecer fronteras que protejan a la sociedad y a la propia economía de acciones mafiosas. Lo mismo en el caso de las regulaciones salariales en el sector público, capturadas por mafias sindicales y corporaciones gremiales.

Bien dicen que el patriotismo es el último de refugio de los canallas. Pues la bandera de la autonomía universitaria se ha transformado en las manos de las cúpulas universitarias en una falsedad para encubrir su espurio negocio salarial. Si les permitimos que se salgan con la suya, van a destruir la educación pública superior del país. Por eso no deben eximirse de las regulaciones de la ley de empleo público.

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