Especial para Cambio Político
SEMPER COMPOTATIUM
Y LLEGO LA PATRULLA DE BARES
Al rescate de la más noble de las tradiciones culinarias costarricenses: la boca
Enemigo mortal del karaoke y los bares de pipicillos
Misión: Legends Bar 2000 Dónde: Bar 2000 Cinco Esquinas vía 211, San Francisco de Dos Ríos. (ver mapa) |
La convocatoria fue en el Bar 2000, ubicado en un punto conocido como cinco esquinas en San Francisco de Dos Ríos. Para el que le dé pereza andar contando intersecciones, las señas son: 100 metros al sureste del Motel Sol y Luna y aquel por sus castas virtudes ignore la existencia de este establecimiento, podrá ubicarse viajando en la carretera que va desde San Francisco a San Antonio de Desamparados, cien metros antes de llegar al puente sobre el río Tiribí, cruce de la ruta 211 con la transversal 65 para los que son civilizados y no dependen de tanta seña.
La ocasión fue además propicia para agasajar a un compañero de Orden caballeresca, proveniente de tierras australes y que consuetudinariamente suele batirse junto a este Cronista en las épicas incursiones en tierras manchegas. Al ilustre extranjero había que llevarlo sin sofisticaciones a un típico bar criollo y el Bar 2000 llenó con creces los requisitos.
Una aclaración para los no iniciados: el sobrenombre comercial de la taberna “El rincón de Víquez”, evidencia la necesidad de nombrarlo debido a la honrosa trayectoria de su gestor en otros ilustres negocios que en su momento fueron debidamente patrullados, como los tristemente cerrados “Ricos y famosos” en Desamparados y el mencionado “Víquez Bar” en Zapote, así como una estadía temporal en el “Bar Tilarán” en Quesada Durán. Y eso que al momento de escribir estas líneas, falta de reseñar “El nuevo Víquez” recientemente surgido también en San Francisco. En fin, tal recorrido culinario es labor pendiente para algún esclarecido biógrafo.
La visita inicial fue en el que ahora parece distante mes de marzo, cuando ya había declaratoria de pandemia, pero cuando las medidas sanitarias se limitaban al lavado de manos, saludarse de lejitos y el taparse para estornudar. De hecho el tema de conversación en la tertulia fue que tantas abluciones estaban dejando a la vista viejos “forros” escritos en las manos en épocas de secundaria…
En esta primera visita, el tamaño de las viandas hizo imposible completar la cuota mínima para elaborar esta rigurosa crónica. En su momento se degustó un olla de carne que resultó de tamaño gigantesco, de esas que aparecen en las pesadillas de megaplatos y dejó fuera de combate al patrullero que osó pedirla, el caldo estaba espectacular, lleno de “ojos”, aunque la carne estaba durona, el comensal que la ingirió terminó bañado en sudor, lo que explica el aire playero que tenía la particular decoración del negocio, con sombrillas playeras en el cielo raso. También se cataron unos frijoles tiernos, que estaban suavecitos, cremosos y en generosa cantidad. La costilla no dio la talla, le faltaba sal y aunque está bien que le vuelen buen fuego, se les pasó de tostada. El arroz con carne, también gigantesco, más carne que arroz, como los patrulleros somos bien incómodos, eso le criticamos. Y la sesión se completó con una boca de mondongo, muy bien de sabor, con la advertencia de que lo sirven picante. Prueba de fuego: el parroquiano foráneo fiel a su cultura gastronómica solicitó pan para acompañar su alimento y le fue prestamente servido sin chistar, un detallazo.
Pero lo estómagos sucumbieron y ante la vergonzosa derrota culinaria, obviamente los patrulleros planearon una segunda visita para completar su rigurosa cata, que quedó truncada cuando se vino el apocalíptico cierre de bares. Ninguna plaga o maldición alcanzan para haber generado tanto infortunio.
Pasaron los meses, que parecieron eones, hasta que un venturoso día se leyó en los heraldos electrónicos:
Así que con la misma ilusión de unos adolescentes enamorados, la Patrulla retornó a tan acogedora tasca a concluir su solemne visión. En efecto, el lugar se acondicionó para estos aciagos días, con mamparas en la barra, distanciamiento entre las mesas y lavado de manos obligatorio. Obviamente, desinfección alcohólica interna incluida.
La esmerada reapertura además de la remodelación física que implicó la desaparición de las enigmáticas sombrillas, incluyó un nuevo menú, si se quiere más breve que el anterior, con el infortunio de que las bocas reseñadas en la primera ronda, sólo los tiernos sobrevivieron el paso de la pandemia. La novedad ahora es que hay una sección con raciones más pequeñas, a la usanza antigua. Esta segunda visita incluyó el paladeo de una torta de huevo, que como adivinarán los lectores en virtud de los méritos de la casa, era de dimensiones pantagruélicas. Hay también canelones, que se asemejan más a la receta vernácula del raviol, o sea, el canelón envuelto en huevo, con una salsa picantona y una abundante guarnición de arroz blanco. Pero para completar la misión se prefirieron las vituallas reducidas, por ejemplo la sustancia, que lo deja a uno bien pochotón; los frijoles blancos, un clásico en cualquier cantina, buenísimos, al nivel de los tiernos degustados en la visita anterior, buenos para levantar cobijas; el taco era un típico taco de cantina, bien crujiente, de buen ver y nada dejado, con la carne con un exquisito sabor a pueblo y todavía la gula alcanzó para pedir una orden de papas a la francesa para la sobremesa, nada de producto congelado, hechas en casa y bien crujientes.
Aparte de las bondades culinarias, lo que más agradó del local fue la cálida atención y para completar la ventura, la magnitud de la cuenta era baja dado el abundante festín. Definitivamente, si hubiesen estrellas Michelin para los bares patrios, el señor Víquez sería orgulloso portador de una.
Como ya se acostumbra en esta era moderna, el bar cuenta con página en Facebook.
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