Se calcula que entre tres y más de 20 millones de personas murieron víctimas del régimen establecido por Leopoldo II en el llamado Estado Libre del Congo, que el monarca administró como su propiedad privada a finales del siglo XIX y principios del XX.
A medida que en EE.UU. y otros países se desarrollan protestas contra el racismo y la brutalidad policial, en Bélgica la ira de los manifestantes se dirige contra el símbolo histórico de las atrocidades de la política racial: el rey Leopoldo II.
Una petición que exige eliminar todos los monumentos al monarca en la capital del país, Bruselas, ha sido suscrita ya por más de 42.000 personas desde el lunes. Otra petición análoga, dirigida a las autoridades de la ciudad de Ostende, cuenta con más de 7.000 adhesiones.
Entre tanto, varias estatuas de Leopoldo II han sido atacadas en distintas partes del país. Por ejemplo, en Gante un busto del rey fue cubierto con una tela con la inscripción ‘I can’t breathe’ (‘No puedo respirar’ en inglés), las últimas palabras que pronunció el afroestadounidense George Floyd antes de morir como consecuencia de la brutalidad policial en Mineápolis. En un suburbio de Amberes, un grupo de desconocidos prendió fuego a una estatua del monarca.
Para entender la repulsión que sienten algunos belgas hacia la figura del rey, hay que echar un vistazo a la colonización del Congo, considerado por varios contemporáneos e investigadores como uno de los peores ejemplos del colonialismo europeo.
Administrar el Congo como una propiedad privada
Nacido en 1835, Leopoldo II ascendió al trono en 1865 y gobernó Bélgica hasta su muerte en 1909. Casi la mitad de este periodo, entre 1885 y 1908, fue el monarca absoluto y el único propietario del Estado Libre del Congo, que gestionó como una posesión privada con el beneplácito de las otras naciones europeas con intereses coloniales en África.
A pesar de que formalmente el objetivo del proyecto era ‘civilizar’ a los habitantes locales y mejorar sus condiciones de vida, pronto la empresa se redujo a la explotación ilimitada de las riquezas de la enorme colonia, 80 veces más grande que Bélgica.
Debido a la falta de contabilidad, el volumen de los recursos extraídos por los funcionarios del monarca, que nunca puso un pie en el Congo, sigue siendo desconocido. Se estima, sin embargo, que en los 23 años que el territorio africano estuvo bajo la dominación personal de Leopoldo II el rey ganó cerca de 220 millones de francos de la época, equivalentes a más de 1.000 millones de dólares de hoy.
Estos niveles de explotación podían lograrse solo mediante un régimen de terror generalizado y con la ayuda de la impunidad de los oficiales europeos. En el Congo de Leopoldo II eran comunes prácticas como la toma de rehenes entre la población local, así como los castigos corporales, las mutilaciones y las expediciones punitivas contra aldeas que no hubieran cumplido la cuota de producción de marfil o caucho.
A partir de los años 1890, varios contemporáneos —entre ellos Anatole France, Mark Twain y Arthur Conan Doyle— denunciaron el régimen de terror establecido en el Congo. El texto más famoso que refleja las atrocidades que se cometían diariamente en la colonia privada del rey belga es la novela ‘El corazón de las tinieblas’, del escritor británico nacido en el Imperio ruso Joseph Conrad.
Antes de que una campaña pública internacional obligara a Leopoldo II a vender su posesión africana al Estado belga, su existencia resultó en la muerte de una gran parte de la población congolesa.
A falta de censos, el número exacto de las víctimas del régimen colonizador se desconoce, aunque las estimaciones varían entre tres y más de 20 millones de personas.
Ciertamente, con una pérdida de población estimada en 10 millones de personas, lo que sucedió en el Congo podría razonablemente llamarse la parte más asesina del reparto europeo de África.
Adam Hochschild, historiador
«En Berlín no hay estatuas de Hitler»
En ese contexto, es comprensible que una parte de la sociedad belga repudie la figura de Leopoldo II.
«Muchos turistas vienen a Bruselas cada año. ¿Es esta realmente la imagen que queremos darles de esta ciudad?», dijo al diario belga De Standaard el impulsor de la petición, Noah, un adolescente de 14 años.
«En Berlín no hay estatuas de Adolf Hitler, ¿verdad? Me molestan las estatuas y me siento mal cuando las veo en Bruselas», agregó Noah, que asegura que el racismo sigue vigente en el país.
«Apuesto a que todas las personas negras en Bélgica han tenido alguna experiencia relacionada con el color de su piel. Finalmente, después de un tiempo te pones un arnés para dejar de sentir emociones cuando experimentas algo racista. Me temo que es una armadura que tendré que usar el resto de mi vida», confesó el chico, cuyos padres inmigraron a Bélgica desde el Congo.
Sin embargo, hay otra visión de la polémica. En una publicación en Facebook, el alcalde de Ostende, Bart Tommelein, se negó a retirar las estatuas del monarca, argumentando que esta medida no resolverá el problema.
«La eliminación de una estatua histórica no elimina el racismo en nuestra sociedad. Es mejor informar claramente sobre él», escribió Tommelein.