Por Angelika Resenhoeft (dpa)
Cuando la emperatriz austriaca María Teresa llegó a Wurzburgo en 1745 se trajo su propia cama y la hizo instalar en la habitación imperial destinada a los invitados y situada junto al salón de los espejos del palacio residencial, que este año cumple 300 años.
Según la tradición, la visita imperial supuso un enorme esfuerzo logístico, porque el numeroso séquito llegó al palacio de la ciudad bávara con docenas de carruajes de caballos.
El maestro de obras de la Residencia, Baltasar Neumann (1687-1753), cabalgó él mismo para saludar a la monarca austriaca. Se dispararon cientos de cañones y repicaron las campanas de la ciudad.
El príncipe-obispo Friedrich Karl von Schönborn (1674-1746) quiso cenar con la emperatriz en la magnífica Sala Blanca en un momento en el que la Residencia todavía estaba lejos de ser el edificio que acabaría siendo, pero la soberana austriaca se excusó.
María Teresa «no cenaba en la mesa, sino sola en su dormitorio», evoca el actual administrador de la Residencia, Gerhard Weiler.
La primera piedra del «Palacio de los palacios», como fue llamado entonces, fue colocada el 22 de mayo de 1720, hace 300 años. La Unesco declaró el complejo del palacio Patrimonio de la Humanidad en 1981, el primer sitio con este rango en Baviera y el tercero en Alemania.
«Se pensó a lo grande, no querían construir nada pequeño», observa Weiler al explicar las dimensiones del edificio: casi 170 metros de largo, alrededor de 300 habitaciones y un verdadero tesoro en el techo, obra de Giovanni Battista Tiépolo (1696-1770).
El maestro italiano pintó el considerado segundo mayor fresco del mundo de sus características. «Mientras estuvo aquí, alcanzó la cima de su creatividad», prosigue Weiler.
Otro tesoro se esconde bajo el palacio: la bodega, que almacena vinos desde hace siglos. Es considerada la más antigua y una de las más grandes de Alemania. Su primera mención data de 1128, y ahora es propiedad del estado federado de Baviera.
Sus bóvedas son parte del Patrimonio cultural de la Humanidad. En sus laberínticos pasillos, que se extienden bajo el ala norte del palacio, hay unos 300 barriles de roble. Según el director de la bodega, Thilo Heuft, la mayoría están vacíos.
Los vinos locales, como el Silvaner o el Müller-Thurgau, son almacenados en tanques de acero inoxidable. Heuft sostiene que la bóveda es la bodega de época barroca más grande del mundo.
Antes de la construcción de la Residencia, los obispos utilizaban una bodega ubicada en la fortaleza Marienberg. «Entonces tanto el espacio como la bodega eran demasiado pequeños», explica Heuft.
La secularización puso la bodega en manos de los reyes bávaros. Actualmente tiene unas 110 hectáreas de viñedos propios y comercializa alrededor de 800.000 botellas al año.
La Residencia y la bodega son los mayores atractivos turísticos de la región. En 2019, unas 50.000 personas visitaron o participaron en eventos en la bodega, a la luz de las velas.
La Residencia de Wurzburgo atrae a unos 350.000 visitantes anuales, la mitad de ellos no germanoparlantes. La crisis causada por la pandemia de coronavirus hizo que ambos espacios cerraran sus puertas.
Probablemente el día más dramático en la historia del edificio, situado cerca del centro histórico de Wurzburgo, fue el 16 de marzo de 1945, cuando un bombardeo británico hundió la techumbre.
«Toda la historia de la bodega se perdió ese día», se lamenta Heuft. Es posible que sea aún más antigua de lo que se cree, pero se perdieron documentos.
En los años siguientes, el complejo fue reconstruido poco a poco y restaurado con un presupuesto millonario. Parte de los frescos de Tiépolo en la Sala del Emperador se vieron afectados por salitre.
Además, el agua y una excesiva humedad afectaron a los estucados. Los artesanos y restauradores demostraron mucha paciencia y habilidad en la reconstrucción y restauración.
Símbolo del poder de los príncipes-obispos de Wurzburgo, actualmente el complejo barroco aloja servicios de la universidad, la administración del palacio y su jardín. Y algunos ciudadanos de Wurzburgo también tienen su residencia en él.
«Hay ocupados nueve apartamentos», explica Weiler. Para los habitantes de este poco habitual edificio de viviendas, en su mayoría empleados de la Residencia, es muy normal ver desde sus ventanas a presidentes alemanes o a personalidades internacionales.
Asimismo, «la Residencia fue sede de una conferencia de la OTAN durante la Guerra Fría», recuerda Weiler.
Antes de la pandemia de coronavirus, los autobuses que aparcaban en los alrededores de la Residencia acostumbraban a descargar cientos de turistas mayoritariamente japoneses, italianos y franceses, que llegaban a pie hasta la entrada del edificio.
Volviendo a sus orígenes, la Residencia de Wurzburgo no impresionó a la emperatriz María Teresa, ni siquiera se entusiasmó con las habitaciones para los invitados. «Para ella solo eran unas habitaciones marrones», rememora Weiler.
dpa