Hacia una nueva Costa Rica

Mauricio Ramírez Núñez y Guillermo Villalobos Solé

Si bien es cierto que la historia de nuestra vida republicana estuvo marcada desde la independencia por un compromiso con la educación y con un desarrollo autóctono que marcó claras diferencias con el resto de países de la región, las bases fundamentales del Estado Social de Derecho Costarricense se comienzan escribir en los años 40 del siglo pasado, a partir de la creación de la Universidad de Costa Rica (UCR) en ese mismo año, seguida por la creación de la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS) en 1941 y la incorporación del capítulo de garantías constitucionales en nuestra carta magna en 1942 y selladas posteriormente, con la aprobación del Código de Trabajo en 1943.

Estos cuatro emblemáticos acontecimientos permitieron dar vida a la más ilustre década de la historia nacional, completada hacia el final de los años 40 con lo que se llamó la fundación de la Segunda República. Esto fue posible gracias a la visión señera de tres grandes costarricenses, Rafael Ángel Calderón Guardia, Monseñor Víctor Manuel Sanabria Martínez y Manuel Mora Valverde que, en medio de las diferencias políticas e ideológicas, supieron poner por encima de sus intereses personales, los objetivos patrios que sentaron las bases de un desarrollo con justicia social. Estos ilustres costarricenses no solo se adelantaron a los tiempos respecto a muchas otras naciones, sino que le mostraron al mundo que era posible una verdadera política de alianzas madura y certera que produce grandes transformaciones.

Esa historia tiene detalles poco analizados, por ejemplo, la posición de Monseñor Sanabria se adelantó por mucho a la teología de la liberación en tanto la lucha por la justicia social y ponerse del lado de los menos favorecidos. Manuel Mora, supo adoptar el marxismo de manera científica y realmente dialéctica a la realidad nacional, con el fin de superar todo dogmatismo ideológico y poder lograr así que el programa mínimo que el Partido Comunista había establecido en su carta fundacional, se cumpliera sin que necesariamente hubiera que seguir una receta única y ortodoxa. Algo dicho sea de paso histórico y único a nivel mundial: un partido comunista que logró sus objetivos políticos superiores sin la necesidad de una lucha armada, participando de las reglas de la democracia y sin que se ostentara el poder. No quiere decir que no se derramara sangre y que la lucha fuese sencilla, pero siempre reinó el humanismo y un análisis dialéctico profundamente arraigado a la realidad nacional.

Todas esas particularidades han hecho que la historia costarricense fuese una muy especial. Esa gran reforma social tuvo un carácter de verdadera revolución, misma que después de la guerra de 1948 tomó más fuerza gracias al liderazgo y la visión de José Figueres Ferrer, que, junto a la Junta de Gobierno provisional, fundan la Segunda República y sientan los otros pilares que terminaron por consolidar ese Estado Social de Derecho que permitió llevar al país por las sendas de la justicia social, el progreso y el bienestar del mayor número durante las décadas siguientes.

Ese grupo de costarricenses pensantes y líderes de gran estatura que, junto a ilustres miembros del Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales integrado entre muchos otros, por figuras como Rodrigo Facio, Isaac Felipe Azofeifa, Fabián Dobles, Alberto Cañas, Daniel Oduber, Carlos Monge, Eugenio Rodríguez y Fidel Tristán, todos estudiosos y destacados hombres de la historia del país, participaron de lo acontecido en esa década y son a quienes debemos esto que hoy somos. Pensar en la Costa Rica de la segunda mitad del siglo XX, es pensar en el modelo de desarrollo político, económico, social y cultural más rico de nuestra vida como Nación y como Sociedad.

Especial mención merece el compromiso del Pacto de Ochomogo, convertido en un hecho histórico que nunca debe quedar de lado a la hora de recordar la historia patria de los años 40 y todo lo que en ella sucedió. Ese gran acuerdo entre dos grandes líderes hoy beneméritos de esta patria (José Figueres y Manuel Mora) permitió salvaguardar la gran reforma de principios de esa década y brindar a las y los costarricenses, perspectivas diferentes al resto de Centroamérica. Los años de bonanza y éxito que siguieron en las décadas del 50, 60 y 70 han pasado y el modelo poco a poco se nos ha ido agotando por diversas razones, algunas que son propias de nuestros errores y desviaciones y otras que son el producto de un modelo hegemónico en el mundo que ha trastocado el Estado Benefactor y que nos ha conducido por senderos muy alejados de ese ser costarricense que tanto nos distingue.

Hoy nuevamente, el mundo se encuentra ante una gran encrucijada en la que a los países les tocará decidir cuál camino tomar, un camino que en época de pandemia se visualiza como uno en el que el Estado debería de invertir nuevamente en servicios estratégicos, seguridad alimentaria, y protección a los más vulnerables. La gran disyuntiva que presenta Costa Rica es que ante esta situación hay visiones diferentes entre sectores de cómo resolver y cómo visualizar el país de cara al bicentenario, de la mano de una creciente y peligrosa polarización social, que como se ha demostrado en otras naciones latinoamericanas, puede conllevar a “experimentos” de carácter político que, paradójicamente, por medio de vías democráticas terminan socavando los propios principios y valores democráticos.

Para realizar un acercamiento a la comprensión de dicha encrucijada, es importante entender lo que pasa fuera de nuestras fronteras. A nivel internacional, las instituciones tradicionales que se han encargado de organizar y darle orden al mundo, hoy se encuentran en franca crisis, lo que les brinda a los estados nacionales la oportunidad de tener una mayor libertad a la hora de tomar decisiones soberanas tanto en lo político como en lo económico. Sin embargo, este cambio geopolítico que conlleva una evolución tecnológica, económica y energética, traerá fuertes consecuencias, debido a que la paz en el mundo se encuentra nuevamente en grave peligro, sin dejar de lado los riesgos que el cambio climático trae consigo. La transición que se está llevando acabo en el sistema internacional y la lucha entre potencias nos deja a todos y todas frente a las puertas de un mundo que le abre las ventanas a oriente y que hace que occidente pierda cada vez más su hegemonía que con tanta fuerza consolidó en la segunda mitad del siglo XX.

¿Cabe aquí la preguntarse hacia donde debe llevarnos el manejo destacado del CoVID19?

El exitoso manejo de la pandemia que ha hecho el Estado costarricense deja muy claro hacia donde debemos apuntar en el futuro; servicios estratégicos de mucha calidad, educación, ciencia, tecnología y agricultura. Frente a la crisis de las estructuras de intermediación social clásicas, entiéndase sindicatos, partidos políticos, cooperativas, asociaciones solidaristas y otras, es tiempo de pensar de manera disruptiva y visualizar cuáles son esos nuevos enjambres o focos de aglomeración social que nos permitan entender esas líneas de pensamiento nuevo en la dirección de construir e incluir, de cara a nuevos acuerdos nacionales.

Nuestra sociedad, una abierta, pluralista y democrática, va evolucionando con el mundo, nuestras antiguas categorías de análisis se van quedando de lado y le van dando paso a nuevos fenómenos sociales a los cuales debemos prestarles atención y estudiarlos con detalle. No es tiempo para sectarismos, es momento de incluir a todas las fuerzas y actores de la sociedad. Costa Rica requiere de un nuevo pacto social y eso tiene que verse transformado en un gran diálogo y grandes acuerdos, en reformas profundas a la Constitución Política y la institucionalidad del país, que dicho sea de paso tiene una madurez impresionante, que debe ser valorada y preservada.

¿Es tiempo de revisión del modelo?

Costa Rica tiene el reto de dar el salto como lo hicimos a lo largo de toda la década del cuarenta, adaptarse al futuro y salvaguardar su valiosísimo Estado Social de Derecho, que nos fue heredado y que es el que nos ha permitido sortear con éxito las dificultades de un mundo cada vez más complejo, en particular con la actual coyuntura, debido a las graves amenazas de esta pandemia. Es tiempo para volvernos a distinguir con una propuesta distinta y a lo costarricense, sin que ello nos desvincule de este mundo cada vez más interdependiente y digital, pero entendiendo que es hora de volver a poner al ser humano y el ambiente como centro de todo y no continuar por ese modelo perverso y deshumanizado de sociedad de descarte, como la llama el Papa Francisco, que nos termina reduciendo a una simple mercancía con valor de compraventa.

Es momento de considerar un nuevo pacto social que se construya desde las personas, los territorios y los sectores, sin exclusiones ni posiciones sectarias o extremas. Hemos tenido una cultura y una tradición de diálogo que hoy se pone a prueba. No dejemos pasar esta oportunidad que nos abre esta dolorosa pandemia del COVID19, todavía existe en el corazón de cada costarricense esa chispa de esperanza, de ganas de salir adelante para construir un mejor país, uno donde todas las personas, sin ningún tipo de discriminación, puedan volver a aspirar, soñar y hacer realidad un provenir lleno de solidaridad, abundancia y bienestar.

Mauricio Ramírez Núñez, académico
Guillermo Villalobos Solé, politólogo costarricense, asesor presidencial en Panamá

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