Ennio Rodríguez
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Expertos debaten sobre la forma de la curva de la recuperación. Inicialmente se discutía si esta iba a tener forma de V o de U, esperanzados con que no había tenido lugar destrucción de las capacidades productivas. Sin embargo, ante las dificultades que empezaron a manifestarse, se ha pasado a hablar de una curva más parecida al símbolo de NIKE o de picos en virtud de posibles nuevas olas de infección. La pregunta entonces es, ¿qué determinará la forma de la curva?
En definitiva, debemos tener presente que la crisis no se originó en la economía, no hubo shocks en el sector productivo ni en el financiero. La causa es externa al sistema económico y, mientras esta persista, continuará teniendo repercusiones económicas, más profundas cuanto más se extienda la duración de la pandemia. Todos los países que han tenido algún grado de éxito en el manejo inicial de la pandemia (entendido este como lograr aplanar la curva de muertes, así como la de nuevos infectados y no desbordar las capacidades hospitalarias), han incluido diversos grados de confinamiento y distanciamiento social, lo cual ha impactado frontalmente los servicios (además del turismo que tuvo un colapso global y directo) y, en general, deprimido la demanda. Las empresas, por su parte, para no entrar en crisis de liquidez y de insolvencia, despiden empleados o les suspenden sus contratos de trabajo, con lo cual se reduce aún más la demanda. Por su parte, las cadenas de valor internacionales o nacionales pueden sufrir de desabastecimientos, con lo cual se generan problemas de oferta también. Esta es la espiral descendente del consumo y la producción que estamos viviendo y el consecuente verdadero drama social de los nuevos desempleados que, de repente, se quedaron sin la fuente de sustento, por lo que muchos hogares están pasando grandes necesidades.
Existen dos formas de abordar las crisis económicas: la clásica y la keynesiana. La solución clásica es dejar que los mercados se ajusten a las nuevas condiciones, de tal manera que, si existe desempleo, habrá una tendencia a la baja de los salarios hasta que nuevamente se alcance un nuevo equilibrio de pleno empleo. Pero, señaló Keynes, los mercados del trabajo son poco flexibles a la baja, por lo que el desempleo se puede prolongar en el tiempo y dilatar el regreso a pleno empleo con el consecuente costo social. Para ello, propuso su conocido estimulo a la demanda mediante déficits fiscales y políticas monetarias laxas.
Ahora bien, debemos tener claro que, si la causa de la presente crisis no es propia del sistema económico, una inyección keynesiana de liquidez, por sí sola, no va a detener la crisis de empleo y podría generar desequilibrios macroeconómicos. Desde luego el camino clásico sería aún más lento. De ahí que para determinar la duración de la crisis y la forma más eficiente de abordarla debemos entender que su causalidad se localiza fuera del sistema económico. La normalidad de la economía o, mejor dicho, la nueva normalidad, no se va a alcanzar hasta tanto ese factor exógeno deje de impactar a la economía. Esto probablemente solo ocurrirá cuando una proporción importante de la humanidad sea resistente al nuevo coronavirus y la forma más rápida de lograrlo, sería mediante una vacunación masiva, lo cual, según los expertos, nos coloca en un escenario del segundo semestre de 2021.
Por su parte, nuevos enfoques terapéuticos son prometedores, probablemente el plasma a partir de la sangre de sujetos recuperados vaya a ser el más efectivo, pero también están los retrovirales, la hidrocloroquina y otros actualmente en pruebas clínicas o casuísticas. Muchos de estos empiezan a formar parte del arsenal de los médicos que, junto con un mejor conocimiento de la enfermedad y sus dinámicas, está permitiendo acortar los plazos de recuperación y disminuir la mortalidad. A su vez, las pruebas masivas efectivas con resultados oportunos (menos de 24 horas), combinado con inteligencia artificial, pueden mejorar el rastreo e identificación de los positivos asintomáticos o de aquellos infectados que todavía no presentan síntomas, pero infectan, y así disminuir los contagios comunitarios. Esto se suma a los efectos positivos probados del confinamiento, distanciamiento social, las medidas de higiene y el rastreo efectivo de contactos, entre otros. De tal manera que, el efecto externo al sistema económico parece empezar a atemperarse y se abren posibilidades de relajamiento paulatino de las medidas sanitarias que deprimen la actividad económica, con lo cual se lograrían recuperaciones parciales. Sin embargo, una apertura poco cuidadosa podría desencadenar una segunda ola elevada de contagios. De tal manera, que estamos lejos de cantar victoria y, como dijimos, la nueva normalidad difícilmente se alcanzará sin la vacunación.
En esta etapa, las prioridades de las políticas económicas deben centrarse en la atención de los efectos de los factores exógenos de la pandemia sobre la economía. A estas alturas se trata, principalmente, de prevenir más daño económico, en particular, mediante subsidios a los desempleados, la protección de los más vulnerables que no participan del empleo formal, cuidar que las empresas no entren en procesos de liquidación (pérdida de capacidad productiva) y otras medidas de protección del empleo, donde el sector financiero regulado puede jugar un gran papel, conscientes de que esto va para largo y se debe prevenir la contaminación de los intermediarios bancarios. Para estos efectos, está el arsenal de políticas fiscales, incluido el desafío de su financiamiento, y las monetarias. Estas políticas están bien resumidas y argumentadas en la publicación reciente del Banco Interamericano de Desarrollo: “Políticas para Combatir la Pandemia”
En conclusión, la crisis producto del COVID-19 no es, en su origen, económica. Por lo tanto, su solución tampoco puede ser solo económica; esta pasa, necesariamente, por los logros médicos en el manejo de la pandemia. Por lo tanto, las políticas económicas deben navegar estas aguas de crisis sin poder atacar sus causas, sino concentrarse en paliar sus efectos. Además, debemos tener presente el riesgo de agotar los grados de libertad de las políticas económicas en la atención de los efectos de la pandemia y quedar desarmados para la reactivación.