Cómo dejar el mundo atrás: viajando en tren hasta el norte de Canadá

Por Benno Schwinghammer (dpa)

Cómo dejar el mundo atrás: viajando en tren hasta el norte de Canadá
Cuando el tren llega a Churchill, en el norte de Canadá, los pasajeros han recorrido un largo camino. Foto: Benno Schwinghammer/dpa-tmn/dpa

El sol del atardecer baña el cielo del verano canadiense sobre Winnipeg con colores deslumbrantes, mientras alguien toca un piano de cola en el salón del hotel. En el bar, un hombre con un garfio en lugar de una de sus manos se toma una copa de vino.

El caballero de pelo blanco se presenta como médico y se interesa por el viaje hasta Churchill, en el norte de Manitoba.

«Si te gusta la paz, la tranquilidad y el silencio, ve allí. Es donde está el vacío», dice el doctor, como consejo y advertencia.

Sin tren por las inundaciones

A la mañana siguiente, en la estación Union de Winnipeg hay un convoy con dos locomotoras diésel, un vagón de carga, otro de pasajeros, un vagón comedor y dos coches-cama.

A mediados de 2017, la línea férrea quedó interrumpida debido a unas inundaciones. Año y medio después, los habitantes de Churchill celebraron la llegada del primer tren tras restablecerse la línea.

En ruta sobre las vías

El viaje de 50 horas recorre unos 1.697 kilómetros, desde cerca de la frontera con Estados Unidos hasta la bahía de Hudson.

En este paisaje desierto salpicado de lagos cristalinos, hay que recordar que por aquí las puertas de los coches se dejan siempre abiertas por si hay que refugiarse del ataque de un oso polar.

El color gris azulado que predomina más allá de las vías recuerda que en este viaje de placer también va a haber algo de aventura.

En el tren se pierde la cobertura de telefonía móvil, y la sensación de paz y tranquilidad invade el vagón de pasajeros.

Una familia en movimiento

El tren se detiene. «No se alejen mucho del tren, el próximo no llega hasta dentro de tres días», se advierte por los altavoces.

El viaje se reanuda y los pasajeros se reúnen. A medida que avanza el tren, cada persona adquiere un nombre y explica su historia.

Joana es de la costa oeste y viaja con su hermano. El pequeño Isaac de Chicago es muy educado, y su madre muy estricta. James es australiano y vive en Noruega. Glenn es músico y está de gira con su esposa Heather. Coralli quiere trabajar en Churchill.

Ajedrez, dominó e intereses reales

Surgen nuevos grupos y nuevas historias. «Conocí a las personas más interesantes en trenes o en barcos», revela Susan, quien después se entera de que Joana y ella son del mismo lugar junto al Pacífico. Las horas pasan charlando o mientras se juega al dominó o al ajedrez.

Durante la última mañana del viaje, el paisaje se convierte en un páramo repleto de tocones de árboles talados a ras del suelo.

Belugas y osos polares

«Allí no hay nada». La voz del doctor de Winnipeg vuelve a resonar, y los primeros pasos en la localidad de Churchill prueban que tenía razón. Una fría niebla se cierne sobre la calle frente a la estación.

«Cuando era niño, Churchill tenía más de 6.000 habitantes», dice el alcalde Michael Spence. Hoy tiene menos de 1.000. Pence explica que la naturaleza está regresando y cita las belugas como ejemplo.

La mayoría de la gente viene aquí para practicar el turismo al aire libre. Un cartel a la entrada califica a Churchill como la «Capital (mundial) de los osos polares y las belugas».

En verano, los barcos se internan en la bahía de Hudson. Enseguida surgen a su alrededor los lomos blancos de las belugas, animales curiosos que siempre acuden en manadas.

Todos los caminos acaban aquí

Lo más fascinante de Churchill es la sensación de aislamiento que rodea al lugar. Las carreteras que inician su trazado en la localidad terminan a pocos kilómetros de sus límites.

Los caminos también conducen a la costa desértica donde se pueden visitar los restos de un naufragio, una estación de radar de un antiguo programa de cohetes, una estación científica polar o cientos de lagos.

Al caer la noche en Churchill, el puñado de restaurantes y bares de la ciudad se llenan. Se llaman «Tundra Inn» o «Lazy Bear» («Oso Perezoso») y es el lugar de reencuentro con los viajeros del tren.

Unos días después, justo antes de subir al avión para partir de Churchill, suena el móvil. Es el médico de Winnipeg. Llama para comentar: «Todo el mundo debería ir allí al menos una vez para reflexionar».

 
Datos para viajar en tren de Winnipeg a Churchill

Clima y temporada de viajes: el clima de Churchill es duro. Las noches estrelladas de febrero y marzo son muy adecuadas para quienes quieren observar la aurora boreal. Mayo y junio son los mejores meses para los observadores de aves, y julio y agosto para avistar belugas. De julio a noviembre se pueden ver muchos osos polares.

Cómo llegar a Churchill: Los billetes de la compañía Calm Air cuestan entre 540 y 650 dólares por trayecto. Un pasaje en el tren, en coche cama, cuesta alrededor de 545 dólares.

 
Más información: www.viarail.ca

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