Freddy Miranda Castro
En estos tiempos de relativismo y reduccionismo político y moral, en el que todo se vale si son los míos los que lo hacen, pero se fusila primero y se averigua después cuando se trata de adversarios reales o imaginarios, me gusta recordar mucho un mantra que repetía Manuel Mora, que en aquellos tiempos no me gustaba, pero que ahora con nieve en el polo norte de mi cuerpo, logro entender en toda su hondura: “Que la sangre no llegue al río”. Eso le gustaba decir a Manuel Mora y así fue como negocio muchas cosas en su vida, guerras civiles, huelgas, acuerdos electorales etc.
Por eso cuando leo a algunos exaltados tan viejos o más que yo, y por lo tanto con una capacidad casi igual a cero de hacer algo práctico, lamentarse porque aquí en Costa Rica no pasa lo de Chile o lo de Ecuador, donde la gente exaltada se tira a la calle, quema edificios, trenes, asaltan comercios o se trenzan en batallas campales con sus adversarios políticos como sucede en Bolivia; me pregunto: ¿Será que no han madurado como seres humanos? Porque no importa cuáles sean tus inclinaciones políticas o ideológicas, nunca debemos querer que la sangre llegue al río, debe ser al contrario, siempre hay que evitarlo a toda costa.
La violencia no hace diferencias de ningún tipo y sus principales víctimas son quienes no la provocan, los niños, los viejos, los ancianos y los enfermos son los que más sufren porque son los más indefensos y vulnerables. Protestar, manifestarse, demandar cambios, son derechos sagrados que en nuestro país se pueden ejercer plenamente y con responsabilidad ciudadana, porque se trata de mejorar el país, no de destruirlo como parecieran querer algunos. No se debe cortar la rama en que estas sentado y siempre es mejor un mal arreglo que un buen pleito, porque el nuestro es un país que permite procesar las diferencias con urbanidad y civilismo, no necesitamos que la sangre llegue al río para mejorar las cosas. Por eso me gusta el estilo de negociar de los sindicatos japoneses, siempre demandan mejoras pero sin poner en riesgo la empresa o institución donde trabajan, piden y dan a cambio mejoras para que su lugar de trabajo prospere. Deberíamos aprender de ellos.
Cada uno puede promover las ideas y los cambios que desee, para eso tenemos un marco político electoral que lo permite sin cortapisa alguna. Si tus ideas no obtienen los votos que crees merecer es tu problema, pero de allí no podes colegir que el sistema no funciona, porque eso indicaría un talante autoritario e impositivo. Tenemos por mucho el mejor sistema electoral del continente y uno de los mejores del mundo, sin margen para fraudes.
Problemas como sociedad nos sobran. Las inequidades e injusticias a superar son muchas. Cada quién pueden explicar sus orígenes a su manera y puede proponer las soluciones que mejor considere y buscar apoyo para ellas, pero en los marcos de los mecanismos que permiten la convivencia en colectividad, porque si no sería volver a las épocas de la horda y del ojo por ojo y diente por diente, es decir a la barbarie. Para no llegar allí, lo primero es no caer en el reduccionismo y en las etiquetas o sambenitos que solo sirven para difamar y estigmatizar al contrario, pero jamás para conversar civilizadamente, negociar y acordar soluciones.
Esa reducción al absurdo de que todo es o neoliberal o comunista, o blanco o su contrario, no nos ayuda, porque reduce la capacidad de pensar, de investigar y de tratar de ponerse en la piel del otro. Necesitamos más amplitud de miras, más capacidad de escucha y de reflexión y menos etiquetas y llamados a las trincheras, sobre todo de que quienes con costo pueden sostener un lápiz entre sus dedos.
¡Qué bien don Freddy!, son necesarias estas reflexiones en medio de intereses oscuros y subterráneos que buscan desestabilizar nuestra democracia, que no es perfecta, pero preferible a otras formas de gobierno.