La Patrulla de Bares: Inspiración legislativa (Bar Acapulco)

Especial para Cambio Político

SEMPER COMPOTATIUM

Y LLEGO LA PATRULLA DE BARES

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Enemigo mortal del karaoke y los bares de pipicillos

Patrulla de Bares Misión: Bar Acapulco
Dónde: Avenida central, costado sur antiguo edificio de Sión, calles 17-19 (ver mapa)

Bar Acapulco

Hay lugares que por su ubicación generan algún tipo de ambiente especial, indudablemente los vecinos de cualquier bar constituyen una clientela básica y a veces la concurrencia de los mismos hasta puede convertir algún lugar en centro de culto, como suele suceder con los bares cercanos a las universidades.

Los funcionarios legislativos no son la excepción y con ellos indudablemente llegan sus jerarcas temporales, atraídos por el sabio consejo de sus asesores. En los altos de Cuesta de Moras, el lugar que cumplía esta función era más que todo el Rafa’s, pero luego esta cantina se convirtió en el ícono de los chiquillos que les gusta tomar en media calle y aunque en principio no hay superposición horaria, la discreción impera y la clase política ahora muestra preferencia por el más circunspecto El Acapulco, ubicado al costado sur el antiguo colegio de Sión, o sea en avenida central entre calles 17 y 19.

 
Pero en estos tiempos el encontrarse con un Padre de la Patria en un lugar destinado al solaz y esparcimiento puede implicar más o menos una afrenta a la armonía del aparato digestivo, por lo que para no quemarlo hay que decir que El Acapulco atrae a una clientela más variopinta, la presencia cercana de algunas paradas de autobús hace que también pasen muchos a tomarse un aperitivo antes de irse para la casa, además en la reciente ola de manifestaciones el lugar se convirtió en santuario para muchos sedientos marchantes y para completar la variedad los parroquianos hasta incluyen parte del güilero que se concentra en el sector de La California cuando se adentra la noche.

Y obviamente lo mejor de El Acapulco es la cocina lo cual no es casualidad si se cae en cuenta que su propietario es el legendario Ramón Pereira Ferreira, el popular Moncho, para más señas el antiguo propietario de El Romeral, un bar legendario que tuvo que cerrar injustamente sus puertas ante la falta de imaginación de una infame agencia de publicidad que se hizo con el inmueble que ocupaba, justo a la salida de la estación del Atlántico. Si los apellidos de Ramón suenan a gallego es porque es gallego, prácticamente ya la última generación de cantineros españoles, que conjuntamente con los italianos, durante buena parte del siglo XX saciaron a los habitantes josefinos.

El lugar hay que decirlo, de primera entrada no es nada acogedor, más bien parece un cangilón oscuro que por su gran tamaño nunca se ve lleno, irse a la parte del fondo hasta da miedo de que asusten. El alargado local posee además una barra que parece interminable, aunque la leyenda dice que algunas de las sillas hasta tienen el rótulo de sus usuarios asiduos, a la usanza de una curul…

El menú de bocas es amplio y bastante criollo en su oferta, por lo que la degustación comenzó con un hígado encebollado, el cual no estaba muy abundante pero sí muy bueno en sabor; para no pedir como siempre una torta de huevo, se pidió una torta de la casa, que a fin de cuentas es un torta de huevo a la que le ponen mucho arroz y poco chorizo, por lo que el resultado no es nada del otro mundo, nada más para llenar la panza; lo que sí estuvo buenísimo fue el pulpo al ajillo, claro, el dueño es gallego, el pulpo delicioso y bien suavecito, para darle el toque tropical lo acompañan de patacones; así como hay torta de la casa, hay arroz de la casa, este sí salió muy bien parado tanto en sabor como en tamaño, le faltó pan porque estaba para dejar el plato bien limpio; los garbanzos también vienen tamaño para hambrientos, aparte de gustosos quedan en un buen término de cocción, ni muy duros ni muy suaves; siguiendo con las legumbres también se pidieron unos frijoles tiernos, igual de buenos; hay olla de carne, que no es tan exagerada en tamaño como en otros lugares, también muy bien evaluada, con la carne suavecita pero con un elote rarísimo, porque venía sin granos; otra opción bien criolla es la lengua en salsa, de la que también se resintió que no venía más cantidad, la chismosa hasta que se deshacía y la salsa en su punto perfecto; el arroz con pollo sabía a turno, recomendado; hay carne mexicana, la cual a gusto de comensal la sirven con o sin picante, la carne muy bien como las otras variantes que se probaron; el canelón de carne lo sirven a lo tico envuelto en huevo, algo extraño pero muy funcional; las fajitas de pollo estaban crujientes pero no resultaron nada del otro mundo y finalmente el chifrijo tiene muy buen tamaño, lo que agradece un estómago hambriento, pero lo sirven sin aguacate.

La atención es muy buena y no arrugan la cara si se piden cuentas separadas. Y a pesar de la ubicación y la naturaleza de parte de su clientela, el lugar es tranquilo, ideal para comer boquitas criollas, de esas que cada vez se ven menos. Ojalá que los diputados lo frecuenten bastante, para que sus espíritus se alborocen y emitan sabias leyes.

Bar Acapulco

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