La Patrulla de Bares: La Cantina del mercado (Cholo Gigante)

Especial para Cambio Político

SEMPER COMPOTATIUM

Y LLEGO LA PATRULLA DE BARES

Al rescate de la más noble de las tradiciones culinarias costarricenses: la boca
Enemigo mortal del karaoke y los bares de pipicillos

Patrulla de Bares Misión: Bar Cholo Gigante
Dónde: Costado norte del mercado central, San José (ver mapa)

Cholo Gigante

Cuando a uno le mencionan la cantina del mercado piensa en “El gran vicio”, que se jacta de ser la cantina más antigua de San José, fundada en 1880, la cual sin embargo no pasa de ser una chichera. Pero hay otra. Al otro lado de la calle. Para más señas, en avenida primera, al costado norte del Mercado Central, en lo que llaman el “mercado de carnes”. No se ve desde la calle y lo que menos puede imaginarse es que al fondo de un montón de tramos de mercado haya un bar acogedor y obviamente para efectos patrulleros, con buenas bocas.

 
El negocio en cuestión se llama “Cholo Gigante” aunque se le conoce más por su antiguo nombre “Súper Gigante”, la historia no es muy complicada, el comercio comenzó hace medio siglo como una tienda de abarrotes (en esa época no había nada de “minisúper”) que por venderle guarito a los parroquianos terminó especializándose en el noble oficio de cantina. Recientemente le hicieron una remodelación que le terminó de quitar su pinta de cantinucha, pues le cambiaron las mesas con bancas por unas mesas de madera si se quiere elegantes, quitaron un montón de tiliches viejos y rótulos polos de las paredes y además hicieron unos baños impecables, lo último que uno se esperaría encontrar al fondo de un vetusto mercado.

Para aprovechar el espacio el local posee una enorme barra doble en forma de U, por lo que a pesar del limitado espacio hay una buena capacidad para recibir a sus sedientos clientes, que constituyen una variada fauna, que va desde los trameros y oficinistas de los alrededores hasta un grupito de evidentes “habituales” con pinta de pensionados que están como en su casa y hasta se despiden de beso de las saloneras. Nada de gente fea, por eso algunos de los grupos que resaltan las tradiciones urbanas de San José hasta han incluido al lugar en sus visitas guiadas.

Y para que no quede duda acerca de la honradez de la fonda, hasta tiene un amplio menú de restaurante, de hecho al mediodía se ve llegar a mucha gente que a todas luces trabaja en los alrededores, a nutrirse sin las estrecheces de los “corretes” y con la ventaja de que pueden aderezar su almuerzo con un birrita. Pero los patrulleros vienen a su oficio y procedieron a ejercer su tradicional y riguroso examen sobre las bocas de la casa, que indudablemente abundan en ingredientes frescos dada su ubicación.

La muestra comenzó con una torta de huevo con camarones, que para regocijo de su catador resultó ser de generosas proporciones y bien provista de crustáceos carídeos. Dado los fríos propios de la época se degustó también una sopa de mariscos, la cual sin embargo no llenó las expectativas, pues aparte de unos pocos camarones y almejas, era más una sopa de pescado, eso sí, sabrosa, con el punto perfecto de sal y suficiente para saciar una velada entera. También se examinó la sopa de pollo, la cual tenía el extraño mérito de estar extremadamente grasosa, hay que preguntar adonde crían a los pollos con colesterol. El ceviche estaba por supuesto hecho con pescado fresquísimo, bien bueno, nada de tiburcio, aunque se podía esperar un poquito más de cantidad, dado el tamaño de las demás bocas. La lengua en salsa estaba buenísima, apenas para llegar con una camisa impecablemente blanca y salir todo chorreado. Dentro de las opciones de mariscos hay macarela, traen una chuleta frita acompañada por una yuca deliciosa. Los frijoles tiernos con pellejo estaban sencillamente sublimes, de esos platos que por decoro no se les puede terminar pasando la lengua. El menú tiene un “chifricholo” por aquello de que no los demande don Cordero, pero también porque es una versión propia, a juicio de esta Patrulla desafortunada, pues le ponen demasiados “olores” al pico de gallo (que no es chimichurri, polos), al final terminó sabiendo a zacate. Y la crítica al chifrijo se aumenta porque luego al pedirse una boquita de lechón, trajeron unos gallos de carne de chancho picada, apenas para terminar diciendo “venga, asista y colabore” como en un turno, o sea buenos frijoles y buen cerdo en un mal chifrijo. La carta boquera también tiene el inefable “gordon blue” (otro atropello costarricense a los nombres culinarios), para terminar de alejarlo de su receta original venía con salsa blanca, pero igual la carne y el relleno cumplieron satisfactoriamente. Por curiosidad se ordenó un taco de pescado, aunque viene tipo gallo como su original mexicano, lo que ponen son unos cuadritos con pescado empanizado, desperdiciando el potencial del plato.

La legendaria hostilidad del “Garro’s” a la hora del cierre se replica acá aunque por motivos comprensibles. El mercado oficialmente cierra a las 6, así que pasaditas las 7 pasan la cuenta y de manera explícita invitan a desalojar. Además una elemental prudencia recomienda no merodear por la zona más tarde, cuando es tomada por lo más exquisito de la sociedad josefina. La relación precio calidad está muy buena y por menos de cinco mil colones se pueden consumir un par de birritas con una boca de apreciable envergadura. Y para pagar la cuenta por separado no hay mayor problema, con la ventaja para los que pagan con tarjeta de que la salonera de una vez llega con un datáfono inalámbrico, algo que deberían aprender los negocios de estas latitudes. A la inversa de lo que sucedió con nuestra siempre añorada, recordada y llorada “Saint Francis”, bienaventurado el momento en que el abastecedor se transformó en cantina.

Cholo Gigante

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