Ricardo Castro Calvo
Desde el grito de independencia, el pueblo costarricense ha sabido reclamar sus derechos con dignidad y defender su democracia con coraje. Pero esa voz, que antes nos unía, parece hoy confundirse entre el ruido de la polarización, el desencanto y la indiferencia.
Vivimos un tiempo en el que la palabra pública se ha vuelto áspera, donde la desconfianza ha sustituido al respeto, y donde los debates se miden más por el volumen del grito que por la fuerza del argumento. En medio de esa confusión, olvidamos que la democracia es una obra viva: se construye todos los días, con responsabilidad, con empatía y con esperanza.
Recuperar la voz del pueblo no significa volver atrás. Significa rescatar la esencia de lo que somos. Esa voz ética y serena que inspira, que une, que escucha, y que enseña a mirar hacia adelante sin renunciar a lo que nos define como nación: la libertad, la paz y el respeto a la dignidad humana.
Volver a escuchar la voz del pueblo es recordar las enseñanzas de quienes nos precedieron. De los hombres y mujeres que construyeron esta República sin rencores, sin odio y sin temor al diálogo.
De aquellos que, con fe en la palabra, fundaron escuelas antes que ejércitos, y que creyeron que el bienestar colectivo era el verdadero rostro de la independencia.
Hoy, más que nunca, necesitamos reencontrarnos con esa voz interior que habita en cada costarricense. Esa voz que sabe discernir entre el ruido y la verdad; que reconoce en el respeto una forma de amor a la Patria; que defiende el derecho al voto no como un trámite, sino como un compromiso ético con el futuro.
En tiempos de elecciones, votar no es solo un derecho. Es un acto de confianza en nosotros mismos, en nuestra democracia y en la posibilidad de seguir siendo un país donde la libertad florece sin miedo.
Volver a escuchar la voz del pueblo es, en última instancia, volver a creer en Costa Rica.
Un pueblo que escucha su conciencia jamás pierde su rumbo.