Política entre bastidores
Manuel Carballo Quintana
Esta historia se da en la administración de don Luis Alberto Monge, en tiempos de mucha aprensión y desconfianza mutua del gobierno de Costa Rica por un lado y el régimen de Daniel Ortega del otro lado, con muchos y peligrosos roces fronterizos. Por un lado, las permanentes amenazas de invadir Costa Rica por parte de Nicaragua; y por el otro la presencia de los contrarrevolucionarios antisandinistas en la frontera Norte. Simultáneamente el clima político estaba muy agitado en el resto de Centroamérica, con lucha armada entre gobiernos y grupos insurgentes.En 1984, a instancias del Grupo de Contadora, se formó una Comisión Mixta entre Costa Rica y Nicaragua para dialogar en busca de solución a los roces fronterizos entre ambos países. El Grupo de Contadora -formado por Colombia, México, Panamá y Venezuela-, se creó para allanar el camino para impulsar la paz en la convulsa Centroamérica de esos días. Su nombre deriva de haberse formado en una reunión de los países miembros en la Isla Contadora, de Panamá.
El propósito de la Comisión Mixta era reunirse mensualmente a analizar las relaciones entre ambos países, alternando la sede de las reuniones. Por Costa Rica se integró la Comisión, para la primera reunión, con el Ministro de Seguridad Pública, Ángel Edmundo Solano y los Viceministros Enrique Chacón (Gobernación y Policía), Álvar Antillón (Relaciones Exteriores) y Manuel Carballo (Presidencia).
A esa primera reunión en Managua volamos entre el Aeropuerto Juan Santamaría y el Aeropuerto de Liberia, en un bimotor de la Sección Aérea del Ministerio de Seguridad Pública, acompañados por la Embajadora de México en Costa Rica, María Luisa Leal, quien a la vez viajó en representación el Grupo de Contadora. De Liberia por tierra nos trasladamos hasta la frontera de Peñas Blancas. En Peñas Blancas nos recibió y atendió el Comandante Tomás Borge, quien encabezó, con nuestro Ministro de Seguridad, una caravana hasta Managua. Nos alojaron en una ‘casa diplomática’ con piscina, antes perteneciente a un empresario somocista. La mansión aunque muy bonita y lujosa, no tenía agua en la cañería, por lo que nuestro baño diario fue consumiéndonos en la piscina.
La reunión principal se desarrolló en armonía, con la participación de comandantes y funcionarios del gobierno nicaragüense. Por separado un encuentro con Daniel Ortega. Los demás detalles de este encuentro binacional no son tema de estos apuntes, por lo que prescindo de ellos.
El regreso fue lo mismo: por tierra, de Managua a Peñas Blancas, de Peñas Blancas a Liberia, y finalmente por aire del aeropuerto de Liberia al aeropuerto Juan Santamaría. Hubo un gran inconveniente: que llegamos a Liberia a las 7 de la noche y ese aeropuerto no contaba con iluminación, y a todos nos urgía estar en San José ese mismo día. El Capitán Osvaldo D’Ambrosio (miembro de una familia de pilotos, hijo del coronel Armando D’Ambrosio) fue muy claro: tenía prohibido despegar de noche en un aeropuerto sin iluminación en la pista, a menos que recibiera una orden superior. Y aquí vino la solución. El Capitán D’Ambrosio dijo: yo salgo sólo si recibo la orden de mi superior, el Ministro de Seguridad Pública. Ángel Edmundo Solano, dio la orden de despegar, iluminando la pista con las luces de tres automóviles al final de ella. Todo se hizo a satisfacción, pudiendo nosotros al fin respirar profundo. Podríamos atender las obligaciones que teníamos en San José al día siguiente.
Regresamos satisfechos de los resultados de la reunión binacional. Pero, ¡Dios Santo! El problema se nos presentó al acercarnos al Juan Santamaría. El aeropuerto estaba completamente cerrado, niebla espesa y sin visibilidad en el aire a más de 50 metros. Lo grave del asunto no era eso, sino que el Capitán D’Ambrosio nos manifestó: “Señores, arriesgamos una contingencia: no podemos aterrizar en el Juan Santamaría, tenemos combustible sólo para media hora de vuelo, las alternativas en este caso son Liberia otra vez, Chacarita de Puntarenas o Limón, pero ninguno tiene iluminación”. ¡Para qué lo dijo! Todos pensamos lo peor: ¿estaríamos pasando los últimos minutos de nuestra existencia? En eso, la señora Embajadora de México, doña María Luisa Leal, nos dice: “Necesitamos un trago, yo tengo en mi maletín un litro de whiskey. Tomémoslo porque pueden ser el último trago de nuestras vidas”. Ni lerdos, ni perezosos, todos nos tomamos uno o dos tragos, excepto por supuesto el piloto. Osvaldo D’Ambrosio circunvoló como cuatro veces el aeropuerto con la esperanza de que la niebla cediera, pero nada, la neblina se espesaba más. La solución milagrosa la produjo D’Ambrosio. Bajó lo más que pudo -con gran riesgo-, y desde la agencia Datsun voló casi rosando tierra sobre la iluminación de la autopista hasta llegar al aeropuerto. ¡Albricias, lo logró y al fin nos vimos en tierra!
Dimos gracias a Dios, bajamos del avión bimotor un poquillo atolondrados todos, quizás por los efectos del escocés. Para mí, ese fue el mayor susto de mi vida.
En noviembre de 2021, conversando con nuestro amigo Armando D’Ambrosio, padre de Osvaldo, le relaté la historia de esta peripecia y me respondió que eso no era posible, que no fuera exagerado. Dos semanas después me encontré con Armando y me dijo: “Mirá, tenés razón, le pregunté a Osvaldo y me dijo que es cierto, que todavía lo recuerda”.
Estos apuntes no tienen ninguna pretensión literaria; son la narración coloquial de simples hechos reales poco conocidos que al cabo del tiempo se convierten en históricos.
Fué toda una aventura espeluznante en su momento. Afortunadamente el piloto se la jugó de lo lindo. Y la Sram Méxicana dió muy buen aporte que les alivianó las cargas. Me alegro que todo haya terminado bien.