Un ser humano excepcional

Carlos Manuel Echeverría Esquivel

Wilburg Jiménez

Murió hace pocos días a los 99 años, el connotado maestro y hombre público costarricense doctor Wilburg Jiménez Castro. Quienes lo conocieron -y son muchos- han de estar de acuerdo con este servidor en que fue un hombre extraordinario.

Economista, académico de primer orden especialmente en la UCR y en universidades de los diversos países donde sirvió vía la ONU, fue un especialista del mayor nivel en América Latina en el campo de la Administración Pública, con especial énfasis en la organización sistémica del aparato estatal y en temas de planificación. Tuve el honor de servir con él como su viceministro-subdirector entre 1978 y 1982, en la Oficina de Planificación Nacional y Política Económica de la Presidencia de la República (OFIPLAN), transformada posteriormente por craso error en MIDEPLAN. Los años con él fueron de constante y valioso aprendizaje, como lo fue, entre 1988 y 1990, la participación de ambos en la primera Comisión de Reforma del Estado Costarricense (COREC I), que, en la época pre internet, dejó un informe que la Biblioteca Nacional digitalizó.

Don Wilburg, al amparo de la ley 5525 de planificación nacional, en cuya concepción participó, además de las funciones habituales y “cajoneras” propias de su cargo como Ministro-Director, le entró de lleno al fortalecimiento del “sistema de planificación nacional” y lo que pueden ser muchos subsistemas, la forma lógica de organizar el accionar del aparato estatal costarricense. La idea: fortalecer la dirección política y sus responsabilidades, facilitar la coordinación operativa entre las instancias del estado, vinculando la expresión “del ramo” en la ley 6227, general de la administración pública, con los conceptos de la sectorialización, regionalización y sus consejos de desarrollo regional socialmente participativos, entre otros más puntuales. Fue durante su gestión cuando primero se trató en Costa Rica estos temas con la profundidad e integralidad que merecen, a la vez que se iba avanzando en la práctica, creando las estructuras requeridas. Don Wilburg dejó un sistema de planificación funcionando. Si luego prácticamente se desmanteló, fue por razones reflejó de una lógica que prevaleció en Costa Rica durante algunos lustros y que ha probado ser errada. El país perdió tiempo y recurso humano.

Integró consejos directivos de algunas de las instancias más importantes del país en esos años, anteriores y posteriores. A todas llevó su lucidez y su sentido del humor.

Trabajó sin pausa, con consistencia y dedicación absoluta, aun fines de semana cuando se reunían los 22 consejos de desarrollo subregional en su gran mayoría creados durante su gestión. A nivel internacional, tanto como ministro-director, antes y después, hizo importantes contribuciones. En la administración Oduber, 1978-1982, fue asesor del Ministro de la Presidencia y durante varios meses canciller de la República, mérito de servicio que me parece en el fondo por mezquindad, no se ha querido reconocerle. Estuvo ligado a la creación de la Dirección General de Estadística y Censos, predecesora del INEC y el ESAPAC, hoy ICAP (Instituto Centroamericano de Administración Pública), esa entidad subutilizada por descuido de los gobiernos centroamericanos.

Muy joven colaboró con el rector magnífico de la UCR doctor Rodrigo Facio. Con seguridad el último colaborador que quedaba. Siempre se expresó sobre esa experiencia como una muy grata.

Intelectual, técnica, organizativa y ejecutivamente hablando, don Wilburg destacó, como lo refleja por ejemplo la amplia publicación de sus obras en su especialidad, en instancias como el Fondo de Cultura en México, para uso docente en diversidad de países. No cualquiera publica en el Fondo de Cultura.

Más aún que lo anterior, don Wilburg fue un ser humano excepcional como familiar, esposo, padre, abuelo, bisabuelo, colaborador y superior jerárquico, hombre leal, espiritual e integro hasta decir basta. Pocos como él; un pro hombre sin duda, de los que hoy en día cuesta ver. A él se le respetaba, sin que él lo demandara. Por su proceder, era natural hacerlo.

Hoy en día no son muchos los maestros de gran calidad en nuestro país. Don Wilburg lo fue. Para honrarlo a él y exaltar su ejemplar carrera, la Patria le debe un busto, una vía o una plaza con su nombre, quizás en la UCR.

Siempre estaré agradecido por la confianza que me dio. Pero más que eso, le agradezco su especial trato, a veces paternal, a veces de amigo. Siempre respetuoso de la dignidad que todo ser humano tiene. Gracias don Wilburg, quien intentó enseñarme buscar la perfección en lo que se acomete, a ser justo y dar lo mejor de uno mismo.

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