Guadi Calvo
Uno de los relatos más breves que se han escrito, por lo menos, en la literatura latinoamericana, pertenece al guatemalteco Augusto “Tito” Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Sobre aquello muchísimas más que estas escuetas siete palabras se han ensayado acerca de la metáfora.
Si bien no hay duda de que centenares de millones de indios y pakistaníes nunca han escuchado hablar de Tito Monterroso y su dinosaurio, aunque cada día, cuando abren los ojos, experimentan la misma sensación, porque la guerra sigue allí. Latente, constante, dispuesta, de un momento a otro, a devorarlo todo.
Por lo que, este alto el fuego, anunciado el diez de mayo por el presidente norteamericano Donald Trump, con el que se intenta evitar la quinta guerra entre ambos países, el silencio de las armas, que en esta oportunidad pueden ser nucleares, genera la misma inestabilidad a uno y otro lado de la frontera.
El conato de guerra, que duró apenas cuatro días, dejando cerca de un centenar de muertos, en el que ambos se han declarado ganadores, se aproximó demasiado al punto de no retorno.
Más allá de que esos días de ataques transfronterizos y la improvisada tregua parecen no ser más que un ensayo general para una guerra de magnitudes como ninguna de las anteriores. Nada se ha resuelto y tanto Nueva Delhi como Islamabad se continúan preparando para la contingencia del reinicio de la contienda.
Aunque existe la presunción de que India, debido a su superioridad militar, armamento e incluso respaldo internacional, es quien, más allá de lo que se diga, se ha quedado con sabor a poco y, fundamentalmente, sin resolver la aparente razón de este conflicto, la matanza de Pahalgam.
Por lo que, en esta discutida y momentánea resolución, no deja para nada conforme al supremacismo del primer ministro Narendra Modi. Que ha elevado a la Hindutva, el concepto que preconocía la superioridad de la hinduidad a una razón de Estado.
Con su ideología Modi, a lo largo de su carrera la que empieza en 2002, cuando ocupa el cargo de Ministro Principal (gobernador) del Estado de Gujarat, y a lo largo de sus dos mandatos, transita el tercero; como jefe de Estado indio, una de sus principales políticas ha sido inculcar el odio al islām y a todo lo que represente particularmente. Quizás como la mejor manera de ocultar las inmensas necesidades que sufren la mayoría de los mil quinientos millones de indios, no importa sean hindúes, musulmanes, sikh, cristianos o alguna del largo etcétera de religiones que se practican en India.
La articulación de ese odio apunta esencialmente a Pakistán, con quien hay además las disputas eternas por Cachemira y las heridas que siguen sangrando desde la partición de 1947. A lo que se suma, que Pakistán se convirtió en la nación con la primera población mundial de musulmanes, más de 240 millones de fieles, habiendo superado a Indonesia con sus 230 millones, mientras India continúa en el tercer lugar con otros 220 millones.
La tenue paz que hoy existe a lo largo de las líneas Radcliffe, por el funcionario británico que la trazó en 1947, dividiendo ambas naciones, y la trazada en 1972, la hoy tan mencionada Línea de Control (LoC) que parte en dos porciones desiguales a la disputada Cachemira, está amenazada por las diatribas de Modi.
En el discurso pronunciado la semana pasada, el primer ministro indio reiteró que la ofensiva militar contra los grupos terroristas pakistaníes, conocida como Operación Sindhoor, sigue activa, mientras que el alto el fuego es simplemente una pausa.
A consecuencia de esto, el ejército pakistaní, que había caído en el desprestigio tras haber operado descaradamente, junto al establishment político-empresarial y a la embajada norteamericana, para el derrocamiento del ahora detenido ex primer ministro Imran Khan, en abril del 2022. Tras los ataques a territorio indio, ha vuelto a recuperar aquel apoyo, por de ser considerado la única defensa ante los odiados bharti (si bien significa indios, en Pakistán se lo utiliza peyorativamente).
La intersección y destrucción de los misiles indios lanzados contra la base militar de la ciudad de Rawalpindi, el núcleo principal del ejército pakistaní, habrían sido el principal motivo para la nueva predisposición positiva de la población hacia su ejército. Lo que la prensa ha considerado una verdadera victoria.
¿De qué lado está la derrota?
Mientras Pakistán ha festejado esos breves combates como una histórica victoria, lo que también mediática y políticamente ha hecho India, los analistas serios de indios coinciden en que para nada ha sido así.
Teniendo como principal objeto de especulación a India, que, en estos últimos años, ha superado a Pakistán prácticamente en todo, al tiempo que ya es una potencia económica y geopolítica a nivel global, el traspié en la frontera parece mostrar que dichos cambios no son tantos. Y más allá de pretender elevarse por encima de la región, aspirando a su liderazgo, todavía tiene un pendiente con quien ha sabido ser históricamente el matón del barrio.
Y que mucho le falta para ocupar ese rol, al que parece no alcanzarle con el discurso de Modi, quien sin duda se verá obligado a reverdecer esos laureles, hoy un poco achicharrado por el fuego pakistaní.
Mientras los funcionarios del primer ministro de Pakistán, Shehbaz Sharif, se muestran públicamente, apareciendo en la información de manera permanente, contestando a la prensa y dando detalles sobre, según sus versiones, el derribo de cinco aviones militares indios, al tiempo que ya se atreven a mencionar mesas de negociaciones en algún país del Golfo Pérsico o en Londres, negociaciones que incluirían de manera definitiva la cuestión de Cachemira.
Por su parte, sus colegas al otro lado de la Línea de Radcliffe, donde las expresiones contra Pakistán se han incrementado al punto de haber elevado la consideración popular de Modi, las intervenciones públicas de sus funcionarios son más escasas y mucho más sombrías, limitando sus conferencias de prensa, por lo general muy breves y dirigidas a medios “amigos”. Donde la cuestión de la caída de aquellas cinco naves es un tema que no se aborda.
Las pocas explicaciones dadas por Nueva Delhi han desatado las protestas de grupos ultranacionalistas, que son la columna vertebral donde se ha articulado el poder de Modi desde que llegó a Nueva Delhi en 2014, y ahora reclaman la vuelta a la guerra.
En este contexto, cuando nada está resuelto y todo depende de un hilo, para que se impongan los ánimos belicistas, las fronteras siguen cerradas, se continúa sin emitir visas y se sigue ejecutando la decisión más drástica desde el comienzo de esta última contienda: el tratado del río Indo, por el que se garantiza el suministro de agua a Pakistán por parte de India, sigue suspendido unilateralmente por Nueva Delhi.
Diversos analistas indios coinciden en una visión pesimista sobre cualquier tipo de diálogo entre Nueva Delhi e Islamabad. El diálogo tras estos cuatro días de combates y todo lo que lo antecedió, desde el ataque a los turistas en Pahalgam, por el que India responsabiliza a Islamabad, y el ataque al Jafar Expres, por parte del Ejército de Liberación de Beluchistán (BLA), que según Pakistán es financiado por Nueva Delhi, el pronóstico sigue siendo muy comprometido.
Calificando la situación como un “callejón sin salida”, en el que los dos bandos hablan sin escucharse. Lo que hace temer que pronto se registre una nueva ronda de ataques.
Por lo que, para millones de indios y pakistaníes, a pesar de que nunca hayan escuchado hablar del bueno de Tito Monterroso y su dinosaurio, saben que cuando despierten, seguirá allí.
Línea Internacional