Conversaciones con mis nietos
Arsenio Rodríguez
Estaba despierto de nuevo, sin proyecto ni agenda para el día. La brisa de la mañana. acariciaba la piel de mi identidad, asomada en vejez y recuerdo. Mi cuerpo, auscultando su última dolama. Desayunando y escuchando a lo lejos. las noticias de la mañana, las mismas escenas pero otros actores. Los poderosos, los malos, las víctimas, las sensualidades, vanidades, el mercado, las guerras.Me acordé, de los minutos de odio de George Orwell en su libro 1984, y de Macondo en Cien Años de Soledad. Esas partes de la historia, a la cual le llamamos imaginación y literatura, y son tan solo sombras de la novela de la vida.
Así me tomaba el café, y pensaba, mientras cantaba una canción de esas nunca aprendidas de memoria, pero que sobrevienen en las mañanas, sobre algún romance perdido, o un canto a una patria. Y quizás fue ahí, con toda esa mezcolanza, que me llegó una sensación de humanidad.
O a lo mejor fue la mirada de mi gato. Porque de momento me conecté con él en mundos más allá. En sus ojos translucientes, sentí un momento de compañía sublime, un pulso de ser. Cada uno con sus particulares herramientas corporales. Pero qué magia en común se reveló, en esa amistad más allá de las especies, manifestada entre una piel peluda y una desnuda! De alguna u otra manera, cantamos canciones profundas, en un idioma más allá de palabras, consciencia, cultura y formas biológicas. ¡Bailamos la Existencia!
Entonces sentí, que se derramaron palabras por mis manos de niño. Esas manos que observaba con asombro como en ese antes, que no recuerdo. En ese entonces eran tan ajenas, pero aun así de manera milagrosa y desconocida, estaban conectadas conmigo y las podía mover, desde aquella inocencia ignota de ser, sin saber que era. Sin predicados, ni ataduras. Y de ahí nació esto que ahora les comparto.
Cuando me lavo las manos, después de tanto tiempo de haber estado conectado a ellas, tengo la firme convicción de que son parte de mí, que las manos son parte de mi cuerpo, y que yo soy mi cuerpo, y que yo soy yo. Pero a veces, si a veces, las veo ajenas, como instrumentos que maravillosamente están conectados con ese ser que siento, entre los haces misteriosos de luz que me conectan todo lo demás. Y las veo ahora corriendo por este teclado para contarles lo que estoy sintiendo.
Es un momento de olvido de que yo soy yo, el denominado. Por un instante vuelvo a sentir la inocencia ignota de ser sin saber, sin definir, de estar misteriosamente separado de mis manos y ocupando este cuerpo.
Entonces parto en paseos imaginarios, con mis mochilas, llenas de municiones, rosas y ropa. Caminando entre voces de viento que distorsionan el silencio, entre jardines que florecen en apocalipsis y molinos de viento que giran sus aspas amenazadoramente. Y entre corazones vivos plenos de sentimiento y torbellino.
Y percibo, las voces de nuestra ignorancia, derramándose en historias interminables, los brazos extendidos, en suplica y abrazo. Percibo nuestras mentes, prisioneras del día a día, que van manifestando ideologías, a través de bocas pequeñas, centrándose en nimiedades y miedos por nada. Mientras la poesía va inundando el universo, y la luz de los ojos, va alumbrando todo. Todo.
Y desfilan conjuntos de voces de amor, y desesperación, coros de trivialidad, escenarios de exquisita belleza, paisajes tenebrosos, sueños pasajeros, recuerdos hermosos, quehaceres cotidianos, propiocepción, identidad fraudulenta, nostalgia, retrospección, y esperanza. Todo agrupándose en secuencia y collage, mientras la consciencia va expresándose en cada momento de vida. Las mentes intentando comprender, los corazones ansiando bailar, los cuerpos consumiendo el universo.
Cada día se levanta el telón, y salimos como personajes al escenario, según sea el acto correspondiente, a interpretar nuestros respectivos papeles. Los de hoy, los acontecimientos de nuestra vida. Y sin saber sabemos, que cada movimiento y momento está diseñado y es sagrado. Sin embargo, debemos fingir, en aras del juego divino, que somos los planificadores, los responsables, los perpetradores, los benditos, y las víctimas.
No obstante, cada cambio improbable de cualquier nube electrónica de cada átomo, cada certidumbre, cada duda, cada sonrisa y ceño fruncido, cada consejo, cada insulto expresado con miedo, y todo lo que nos divide y nos une, proviene del mismo lugar sagrado de calma.
Sí, estos nuestros encantadores egos van expresando, cada uno de ellos, sus propias representaciones de sufrimiento, dolor, alegría, distracción, profundidad, inanidad, y vanidad. Su tono muscular y espiritual. Manifestando todos los juegos posibles hasta el momento del cierre.
Entonces viene el aplauso final, la ovación de pie, cuando cada uno se postra ante el otro, en admiración por esa unicidad inseparable, donde los muchos son solo Uno. Cuando finalmente nos fusionamos en ese abrazo, donde todas las cuentas se saldan en gracia, y todos los errores y los aciertos se vuelven iguales.
Hasta entonces, tenemos que seguir fingiendo, sin saberlo, que somos multitud y que estamos separados, cada uno desempeñando el papel asignado, con toda seriedad y pasión. De lo contrario, arruinaríamos la trama de esta producción opus máxima, dirigida, producida, interpretada y coreografiada, por la propia Existencia. ¡Y el espectáculo tiene que continuar!
Entonces, perdonemos nuestros átomos y nuestros pecados, esas criaturas reptantes que piensan en nuestro interior, y sigamos jugando este juego divino, hasta que descubramos que no tenemos nombre. Y mientras tanto, si las cosas en nuestro rincón del escenario se ponen muy intensas, un poco salvajes y abrumadoras (y ya saben a lo que me refiero), entonces, por uno o dos segundos, inspirémonos, pero sin estropear la actuación, y recordemos quiénes somos realmente.
Sí, recordemos el juego que estamos jugando como Uno, y sonriamos hermano y hermana, sonriamos por dentro. Para que se escape una bocanada de fragancia y se derrame en el teatro, y brille por unos instantes una sensación de belleza. Para ayudar a que todos, por un santiamén tomemos consciencia, de que somos mucho más que yo, tu, y lo mío.
Mi gato maulló su hambre, y me miró con demanda felina, y me desperté de mi trance de desayuno. La televisión vociferaba las ultimas noticias. El teatro estaba repleto de gente y la Existencia tenía que seguir presentando la obra de la vida.