Tailandia-Camboya: las paces de Donald Trump

Línea Internacional

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Guadi Calvo

Evidentemente, Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, tiene extraordinarias actitudes como showman, tiranuelo a la carta o pirata caribeño, aunque sin duda, como gestor de paz, es un fracaso.

En plena campaña electoral había anunciado que, apenas triunfara en las elecciones del cuatro de noviembre del año pasado, iba a terminar con la guerra entre Rusia y Ucrania, incluso antes de asumir su segundo mandato el veinte de enero siguiente. A casi once meses de iniciada esta gestión, ahí todavía tenemos a Zelenski reclutando, con poco éxito, por cierto, voluntades que lo ayuden a eludir el zarpazo final del oso ruso.

Peor le fue con el alto el fuego al genocidio sionista en Gaza; aunque ya establecido, su socio y principal aliado a escala global, Benjamín Netanyahu, ordenaba a sus esbirros que siguieran asesinando palestinos en procura de su tan anhelada solución final palestina. Por lo que nada ha cambiado en Gaza, donde las cosas absolutamente normales, los judíos matan y los palestinos mueren.

En la mañana del lunes ocho, él y todos nosotros nos enteramos de su nuevo fracaso, aunque remoto, fracaso al fin. Una vez más, los ejércitos de Tailandia y Camboya, volvieron a cruzar intenso fuego de artillería en su crónica disputa fronteriza. La que había eclosionado el pasado mes de julio y que el inquilino de la Casablanca y pretendiente a dueño del mundo, pudo detener antes que la cuestión se desmadre. (Ver: Tailandia-Camboya, la guerra de los templos), lo que considero un escalón más hacia el Premio Nobel de la Paz, aunque en esta oportunidad se lo arrebató la ex Miss Universo venezolana, y en verdad, si se lo dieron a ella, se lo podrían haber dado a cualquiera.

Sin importarles dejar en ridículo al hombre color zanahoria, el nuevo episodio en la guerra de los templos ya produjo, según fuentes tailandesas, unas ciento setenta bajas al ejército camboyano desde su inicio el pasado domingo, lo que Phnom Penh niega.

Con las declaraciones y aclaraciones típicas para estas oportunidades, ambos contendientes, además de cruzarse con fuego de artillería pesada, también lo hicieron con ardientes acusaciones. Responsabilizándose mutuamente de haber faltado a lo acordado en julio, rompiendo el alto el fuego y prometiendo a sus pueblos seguir defendiendo su patria.

Las razones de la guerra se deben a reivindicaciones territoriales, no resueltas desde los tiempos coloniales franceses, por lo que la pugna tiene poco más de un siglo.

Al retirarse Francia en 1953, dejó las cosas como estaban y la frontera de poco más de ochocientos kilómetros entre ambos países, quedo abierta a nuevos conflictos. Aunque el conflicto quedó solapado, por la continuidad de la Guerra de Vietnam y la convulsa situación de toda la región, los largos años de conflictos armados: insurgencias, guerras civiles, golpes de Estado, por lo que recién se pudo comenzar a estabilizar a partir de los años noventa.

Ya que ninguna de las dos naciones había estado de acuerdo con el trazado, se sucedieron algunos enfrentamientos siempre menores hasta el estallido de la “guerra por el templo de Preah Vihear” (2008–2011), cuando Camboya pretendió registrar a este templo en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco.

Cuando y desde entonces los tirones fronterizos continuaron y oportunamente vuelven a esos reclamos, según las necesidades políticas internas que Bangkok o Phnom Penh puedan tener, hasta la escalada de julio pasado. (Ver: Tailandia-Camboya, una carrera al abismo).

Una nueva oportunidad para la guerra

La intensidad de los enfrentamientos que se suceden desde el domingo provocó que más de cuatrocientos mil tailandeses y unos cien mil camboyanos hayan abandonado sus hogares, para buscar refugio en templos y pagodas, mientras la intensidad de los combates se intensifica. Utilizando aviación, drones lanzabombas, cohetería y artillería.

Mientras los informes sobre bajas indican que ya son veinte los muertos, lo que incluye soldados tailandeses y civiles camboyanos. Una cifra que, según algunas fuentes, ya supera los cincuenta muertos a lo largo de los cinco días que duró el conflicto de julio.

Donald Trump se ha comprometido nuevamente a comunicarse con las partes para ajustar las piezas sueltas del acuerdo anterior. Pieza que quizás se llame rebajas, arancelarias o algo parecido.

Nuevamente, el punto más disputado vuelve a ser el templo hindú del siglo XI de Preah Vihear, o Khao Phra Viharn, el que, a pesar de que, en 1962, la Corte Internacional de Justicia (CIJ) había otorgado a Camboya, Tailandia sigue reclamando junto a las tierras circundantes.

Los estallidos de este año han tenido como epicentro formal las presiones del nacionalismo tailandés al oponerse al intento del gobierno de negociar con Camboya la exploración conjunta de recursos energéticos. Lo que los nacionalistas utilizaron como una posibilidad de pérdida de territorio. Mientras que los camboyanos siguen reclamando cuatro templos en poder de Tailandia.

En noviembre, un soldado tailandés había resultado herido al pisar una mina terrestre, supuestamente colocada por Camboya, después del alto el fuego, lo que obligó a Tailandia a suspender los compromisos del acuerdo. Si bien se puede entender como un incidente casi venial en la magnitud del contexto, existen intereses detrás de esto para haber generado finalmente una situación como la que se vive en estos días.

La situación obligó a Camboya, por cuestiones de seguridad, a retirar el miércoles a su representación deportiva que participaba de los Juegos del Sudeste Asiático, organizado en esta ocasión por Tailandia.

A prácticamente cinco días de iniciados los combates, se siguen produciendo, a lo largo de toda la frontera, un flujo de desplazados hacia campamentos que carecen de las condiciones mínimas para albergar a los centenares de miles que siguen huyendo del frente.

Aunque para los desplazados, más allá de la falta de alimento y elementos para protegerse de la lluvia y el calor, su mayor preocupación es el miedo. Generado por el vuelo de los aviones de guerra, las explosiones que no dejan de escucharse a pesar de estar a kilómetros de donde se desarrollan los combates. Por lo que la gente ni siquiera se atreve a desempacar para estar lista para una próxima fuga, que para la gran mayoría se producirá mucho antes que llegue la paz.

La que, según las últimas declaraciones del Ministro de Asuntos Exteriores tailandés, Sihasak Phuangketkeow, parece muy lejana, ya que la otra parte parece no tener intención de negociar, que continúa utilizando armadas de largo alcance.
Mientras que desde el Ministerio de Defensa camboyano insisten en que su ejército no tuvo otra opción frente al ataque de sus vecinos, que accionaron de manera “indiscriminada y brutal en áreas civiles”.

De ambos lados parecen solo estar esperando el llamado de Trump, por lo que, mientras se demora, ambos ejércitos intentan ocupar mayor territorio para tener mayor capacidad de presión a la hora de sentarse a conversar.

Mientras que la política también desarrolla una guerra en el interior de sus países, el actual primer ministro Anutin Charnvirakul, del partido conservador Bhumjaithai, quien alcanzó el cargo tras la salida abrupta en septiembre de la primera ministra Paetongtarn Shinawatra, por una comunicación filtrada el quince de junio con el ex primer ministro de Camboya, Hun Sen, para bajar las tensiones fronterizas, ordenó el cierre del congreso y llamar a elección en un plazo no mayor a cuarenta y cinco.

Finalmente, este conflicto se suma a la ya larga cadena de casualidades, que está afectada en el arco que va desde Bangladesh con el golpe contra la Primera Ministra Sheikh Hasina, en agosto del año pasado; la guerra civil de Birmania desde 2021, y este nuevo conflicto que parece estar afianzándose entre Camboya y Tailandia, naciones en que China no solo tiene multimillonarias inversiones desde hace años, sino que también intereses geoestratégicos, lo que parece conformar aquello de que “las brujas no existen, pero que las hay, las hay”.

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