Ágora*
Guido Mora
guidomoracr@gmail.com
La victoria de Jair Messias Bolsonaro el domingo pasado constituye no sólo el ascenso de los sectores conservadores al gobierno de Brasil, sino que representa también una contundente derrota a los grupos progresistas latinoamericanos.
Debe interpretarse además como una señal inequívoca del fortalecimiento de las fuerzas conservadoras, aliadas al neoliberalismo -y a su nuevo Caballo de Troya: el neopentecostalismo-, interesadas en quebrantar el estado social de derecho, construido a lo largo de décadas, por políticos y pensadores sociales latinoamericanos.
Los resultados de muchas elecciones durante este Siglo XXI, no han sido sino una manifestación de suicidios masivos protagonizados por los electores, dentro del sistema político democrático, que procura la participación de las mayorías en la selección de sus gobernantes: Estados Unidos con Donald Trump, Argentina con Macri y Brasil con Bolsonaro, son expresiones contundentes del deterioro de la racionalidad política de importantes sectores sociales que construyen, como lo hacían los condenados a muerte, sus propias tumbas.
Nos recuerda el ascenso al poder de Hitler, electo por una abrumadora mayoría, para conducir al pueblo alemán al más cruel genocidio que registra la historia contemporánea.
Contrario a lo que señalaba en su momento Josef Stalin, ahora es poco significativo quien cuente los votos: el aparato ideológico y la construcción de mentiras y temores, vinculados al imaginario popular de los sectores sociales más vulnerables, irreflexivos y manipulables, les conduce incluso a respaldar, a los enemigos acérrimos de las democracias, a los enemigos de los pueblos, a sus enemigos.
El despertar de la derecha política más recalcitrante y conservadora, provocado por el triunfo de Bolsonaro, exige a los sectores progresistas reflexionar y realizar la introspección necesaria, que conduzca a reconocer, comprender y buscar los mecanismos para enmendar los errores cometidos.
La reacción de los sectores populares, que apoyan a los grupos políticos conservadores, no depende sólo de las mentiras y mitos explotados, difundidos y divulgados por los grupos de derecha.
Muchas de estas reacciones constituyen la reacción natural al hartazgo, la decepción y el sentimiento de traición que numerosos representantes de los partidos progresistas han provocado en inmensas masas sociales, que hoy votan en contra de sus candidaturas y sus propuestas políticas.
La adopción y ejecución por parte de partidos progresistas -socialistas o socialdemócratas-, de políticas neoliberales, que desde los años 80 impulsaron un modelo de desarrollo concentrador y excluyente; la escasa o nula seriedad en la planificación de las políticas estatales, que a lo largo de los años sólo han empobrecido a amplios sectores populares; el tráfico de influencias; la corrupción y el uso del Estado como un instrumento de enriquecimiento de las cúpulas partidistas, como ha ocurrido en Argentina, Venezuela, Brasil o Nicaragua -para mencionar sólo unos países-, son los causantes de un movimiento pendular, dialéctico, que conduce a empobrecidas masas populares, a depositar sus aspiraciones y esperanzas en los más entrañables enemigos de su condición social.
La fábula que recoge la expresión, “tan desesperada estaba la hormiga, que votó por el insecticida”, refleja el cansancio, la desazón, el agotamiento y el desaliento que han provocado los grupos progresistas, ante las empobrecidas sociedades latinoamericanas.
No es casualidad que los últimos años, los latinoamericanos en general y los costarricenses en particular, manifiesten la pérdida de credibilidad en los regímenes democráticos, ante la incapacidad de atenuar el impacto de las recurrentes crisis económicas, que han asolado los grupos más vulnerables de la sociedad.
En el caso particular de Costa Rica, el resultado de las medidas adoptadas por los últimos cuatro o cinco gobiernos, ha sido el empobrecimiento de la sociedad y la profundización de la pobreza, que nos pone en la vergonzosa lista de los 10 países más desiguales del Mundo, según datos del Banco Mundial.
Algo hemos hecho mal y los partidos progresistas deberían tomarse en serio la necesidad de reflexionar sobre sus pecados, realizar un acto de contrición para expiar sus culpas y rediseñar los espacios que le permitan enmendar la inconsistencia, la incoherencia y los errores ideológicos, materializados en la ejecución de medidas políticas y económicas, que sumieron en la pobreza a millones de latinoamericanos.
Después de muchos años en que los grupos progresistas lideraron América Latina hoy los electores los lanzan al banquillo, cuidado y no al rincón del olvido, para que hagan conciencia sobre las faltas cometidas.
Lo mismo ha ocurrido en Costa Rica con el Partido Liberación Nacional, sin embargo parece que el mensaje no ha sido comprendido por los jerarcas actuales, que, en vez de reconstruir el instrumento de desarrollo que algún día fue esa agrupación política, se han plegado a los grupos conservadores, para recoger las migajas del poder, escondiendo los pecados y sin mostrar ninguna señal que refleje el reconocimiento de los yerros, de la permisibilidad y la flexibilidad ante pifias, abusos y casos de corrupción que empañaron los últimas Administraciones que lideraron.
Añoramos el resurgimiento de los valores que impulsaron las corrientes políticas progresistas y esperamos que estos vuelvan a formar parte de la coherencia, la ética y el quehacer de las élites interesadas en el ejercicio del poder.
* El Ágora era el centro de la actividad política, administrativa, comercial y social de la antigua Atenas.