Suecia entre bastidores

Política entre bastidores

Manuel Carballo Quintana

Manuel Carballo

La Juventud Liberacionista me propuso como candidato a una beca del gobierno del Reino de Suecia, conjuntamente con las cuatro universidades públicas de ese país, junto con sus gobiernos estudiantiles: la Universidad de Estocolmo, la de Gotemburgo, la de Lünd y la de Upsala. Fui escogido como becario en 1964. Resultaba alucinante para mí poder viajar a Suecia, el país paradigma de Costa Rica y el mundo por su sistema de seguridad social, por su sociedad igualitaria y por su política de neutralidad internacional. En otras palabras, Suecia siempre fue el ejemplo de Socialdemocracia a seguir.

El propósito de la beca fue cursar un diplomado en Administración Cooperativa. Las juventudes de los distintos partidos políticos de Costa Rica postularon sus candidatos, con la gran suerte de ser yo el seleccionado. Cursaba en ese entonces la carrera de Derecho en la Universidad de Costa Rica, pero ante el atractivo de estudiar cuatro meses en Suecia, suspendí mis estudios en la Universidad. Obtuve mi diploma como herramienta para trabajar con el cooperativismo; sin embargo debo hacer la confesión de que nunca llegué a trabajar como administrador cooperativo, y peor aún, nunca he pertenecido a cooperativa alguna. De ahí en adelante me entregué a la acción política, a la función pública y a la formación política.

Fuimos ocho los becarios latinoamericanos, todos tenían filiación política muy diversa, aunque todos progresistas; igualmente diversas eran sus ocupaciones laborales. Los guías y acompañantes suecos eran de habla hispana, pero el curso se impartía en inglés. Era extraordinario el caso del participante peruano, que en su país laboraba como operador de cine en una de las salas públicas de Lima, y aprendió su inglés siguiendo las películas que proyectaba. Los anfitriones de nuestra permanencia en Suecia fueron los dirigentes de la Federación Universitaria de Estudiantes.

Quedamos admirados de las bellezas de este país nórdico; no nos detenemos a hablar de ello porque esto no es una crónica turística, sino una visita de cuatro meses derivada de una relación político-partidista. Pero cómo dejar de mencionar la belleza de las suecas; y ellas admiradoras del “talante” de los latinos. En entrevista grupal a los becarios por parte de la prensa escrita, en forma unánime llegamos a expresar nuestra admiración por algo novedoso para nosotros, cual era la alta participación y hermosura de las mujeres en la policía. Suecia fue uno de los primeros países del mundo en incluir al elemento femenino en sus cuerpos de seguridad. Alguien del grupo llegó a expresar su satisfacción si era apresado por una mujer policía; bonito comentario que habla por sí solo.

Disculpen los lectores, pero no podemos dejar de mencionar algunos sucesos anecdóticos. Un fin de semana cuatro de nosotros decidimos ir a remar en uno de los lagos cercanos a Estocolmo. Para ello alquilamos un botecito y desembarcamos en un pequeño islote de dicho lago. ¡Para qué lo hicimos! Tuvimos que huir despavoridos porque fuimos perseguidos con furia, picoteados y atacados por una bandada de cisnes blancos. Por un tiempo borramos de nuestras mentes la idea de la belleza y dulzura de los cisnes.

Otra experiencia extraordinaria fue la invitación a la playa nudista de Tullan, situada más o menos a media hora de Estocolmo. Acepté porque era permitido ingresar en pantaloneta de baño, no necesariamente desnudos. Eso sí, en el reglamento de la playa estaba indicado, entre muchas indicaciones, que no se podía mirar fijamente a los playistas desnudos. Quienes ingresamos en pantaloneta éramos una pequeña minoría. ¡Se imaginan ustedes la tentación de admirar a algunos especímenes humanos femeninos! Pero bien, pasé la prueba sin transgresiones de esa naturaleza.

Una visita obligada fue al teatro de la Ópera Real de Estocolmo. Fuimos guiados a todas las salas, salones, vestidores y demás áreas del teatro. Cuando nos mostraron el palco real, del Rey Gustavo V, muy bonito, amplio y lujoso, a tres compañeros se nos ocurrió sentarnos en la silla del rey. El guía principal se disgustó en tal forma que nos reprendió como si hubiéramos cometido el pecado más grave del mundo. ¡Y sí que lo era! Meterse con el rey era gravísimo. No volvimos a cometer afrentas de esa categoría.

Dos de los participantes en el diplomado, el guatemalteco y yo, nos trasladamos en tren un fin de semana a Copenhague, la linda ciudad capital de Dinamarca. Nos alojamos tres días en una casa particular, con una familia danesa que alquilaba habitaciones (algo así como Airbnb de hoy) con desayuno. Todos muy amables y hospitalarios en esa familia. Al segundo día, la señora dueña de la residencia nos llamó aparte y nos preguntó en confianza que le dijéramos si padecíamos de alguna enfermedad. Por supuesto, nuestra respuesta fue un rotundo no, pero a la vez preguntamos el por qué nos hacía esa pregunta. Porque ustedes se han bañado todos los días, y hasta dos veces por día. Explicamos que esa era la costumbre en nuestros países, que no se preocupara, estábamos sanos y sin ninguna enfermedad que temer. Ya después nos enteramos que en esos países escandinavos -y hasta en algunos de Europa-, lo que hacen diariamente es pasarse un pañito húmedo por todo el cuerpo. De ahí que siempre, donde nos alojamos, se disponía de la pequeña toalla.

Con tristeza, nos llegó el final de los cuatro meses en Suecia. Desde mucho tiempo antes, en Costa Rica había cultivado gran amistad con Luis Orlando Corrales, Gilberto Calvo y Lenin Chacón. Desde la Juventud Liberacionista compartimos muchas luchas y pensamiento con los jóvenes de Vanguardia Popular y la juventud de los demás partidos políticos. Por ello, tuvieron la gentileza de gestionar una invitación a una visita de diez días a la Unión Soviética.

Debe tomarse en cuenta que el mundo vivía la “guerra fría” y quien de Costa Rica viajara a la “capital” del comunismo era estigmatizado. Además, Costa Rica no mantenía relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. Sin embargo, nada me podía impedir aceptar la invitación que se formalizó por intermedio de la embajada de la URSS en Estocolmo.

Complacido acepté para viajar al finalizar la estadía en Suecia. Pero… había un asunto. El regreso era problemático: tenía que hacer escala en Nueva York y si el pasaporte tenía sellos de la URSS, los autoridades norteamericanas eran muy esquivas y problemáticas. Solución, viajé a la Unión Soviética con un salvoconducto de la Embajada Soviética en Estocolmo, sin tener que sellar el pasaporte. Sin embargo, de nada sirvió. En el regreso de la URSS haciendo escala en Nueva York, un agente de migración me invitó a que lo acompañara; me llevó a una pequeña oficina del aeropuerto y empezaron las preguntas: qué países había visitado, por cuánto tiempo tiempo, por qué en Moscú, con quiénes había hablado y mil preguntas más. En resumen, más de media hora de interrogatorio suave y respetuoso, pero perdí el vuelo de regreso a San José. Afortunadamente pude alcanzar otro vuelo cuatro horas después y asunto resuelto.

Hasta aquí estas vivencias con un par de interesantes anécdotas, que me parece a mí no pierden el norte de hablar de la política entre bastidores. En una entrega posterior podré detallar algunas experiencias políticas y personales en la Unión Soviética.

Estos apuntes no tienen ninguna pretensión literaria; son la narración coloquial de vivencias personales y simples hechos reales relacionados con la política, poco conocidos, que vale la pena recordar.

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