Línea Internacional
Guadi Calvo
Una vez más, las tensiones constantes entre las dos principales facciones políticas-militares y étnicas de Sudán del Sur amenazan con encender una nueva guerra civil, que es prácticamente la misma que se libró desde 2013 a 2018 y dejó cuatrocientos mil muertos y cuatro millones de desplazados.
En esta nueva versión del viejo conflicto, emergen los mismos jugadores: por una parte, el actual presidente Salva Kiir, de la etnia dinka, a quien apoyan las Fuerzas de Defensa del Pueblo de Sudán del Sur (SSPDF) y, por otro lado, el primer vicepresidente, con detención domiciliaria desde marzo pasado, Riek Machar, de la etnia nuer, apoyado por algunas facciones que integran el White Army. Esta organización, que surgió a finales de los años noventa, fue desde entonces un gran protagonista de la guerra de liberación contra Jartum.
La cuestión étnica entre los Nur y los Dinka, desde siempre, ha sido explotada por el poder colonial y utilizada a lo largo de todos los conflictos posteriores. Los Nur históricamente se han postergado por los gobiernos. Aunque también reciben acusaciones de haber sido responsables de terribles matanzas.
Ambas organizaciones armadas evolucionan hacia una nueva guerra desde marzo, cuyo epicentro hasta ahora se mantuvo circunscrito a la provincia del Alto Nilo, al norte del país, una cuña que se extiende entre Sudán y Etiopía.
La crisis que comenzó a principios de este año y provocó en los primeros noventa días más de mil muertos, alcanzando su punto culminante el tres de marzo, cuando algunas de las facciones que forman el White Army atacaron y tomaron la base militar cercana a la ciudad de Nasir en el norte del país de las SSPDF, lo que produjo cerca de doscientos cincuenta muertos, entre los que se incluye un general de división, un hombre de Naciones Unidas. Lo que dio inicio a la represión por parte de las fuerzas leales a Kiir, que han bombardeado poblaciones civiles a lo largo de los márgenes del Nilo.
Estos acontecimientos fueron los que precipitaron la detención de Marchar, acusándolo de planear ataques contra el ejército, detonando de hecho el acuerdo de paz de 2018, por el que se había repartido el poder dentro de un gobierno de transición. Es en este contexto que Machar, quebrando el acuerdo con Salva Kiir, ha declarado la ruptura del Gobierno de unidad, llamando a sus seguidores a movilizarse para un cambio de gobierno.
Si bien desde marzo hasta este pasado día once la situación se había mantenido circunscripta a algunas regiones de Alto Nilo, el sábado veinte por la tarde, combatientes del SPLA-IO atacaran sorpresivamente una base de las SSPDF, en la localidad de Burebiey, cerca de la frontera con Etiopía. Situación que continuó al día siguiente, que provocaron, al menos, unos cincuenta muertos y más de ciento cuarenta heridos. Muchas de estas víctimas han sido a causa de los bombardeos aéreos, que tuvieron como blanco poblaciones civiles y contra infraestructuras en el estado de Alto Nilo, donde se ubican los principales yacimientos petroleros del país.
En agosto del año pasado, la petrolera china Shengli Oilfield Keer Engineering and Construction Company (SOKEC) había acordado con la estatal sudanesa Nilepet la construcción de una refinería e instalaciones de almacenamiento de petróleo en Tharjiath, estado de Unity, en el centro del país, una inversión por parte de Beijing valorada en cerca de tres mil millones de dólares.
La nueva crisis, que puede derivar en otra guerra, agrava todavía más la situación de los siete millones de personas en situación de inseguridad alimentaria aguda, profundizada por los recortes de fondos, debido a la crisis financiera, golpeando a servicios fundamentales como los de salud, alimentación e higiene. Agravados por el bloqueo del acceso humanitario.
A este cuadro se agrega la situación generada por las recientes inundaciones y la actual ola de calor, que ha provocado el brote de enfermedades como el cólera y obligado el desplazamiento de cientos de miles de personas.
Además de la manipulación de los discursos de odio, las crecientes divisiones étnicas y el estancamiento del proceso eleccionario, que se tendría que resolverse en diciembre del año próximo. Lo que significa un nuevo incumplimiento de muchos de los compromisos del acuerdo de paz.
El desgobierno de la economía del país, que provocó la renuncia del ministro de finanzas, al ministro de finanzas “sospechado” de corrupción, además incriminado por el desvío de fondos públicos y manejo de los ingresos por las explotaciones petroleras, que representa el noventa por ciento de las importaciones del país, en la que estarían involucrados otras figuras del gobierno. A esto se le agrega el deterioro de los oleoductos que deben atravesar Sudán, envuelta en una guerra civil desde abril de 2023, rumbo a los puertos del Mar Rojo, para ser embarcados prácticamente con exclusividad hacia China, que le compra más del noventa y cinco por ciento de esa producción.
Recordemos que Sudán del Sur, tras haber logrado su independencia de Jartum en 2011, después de dos guerras por su independencia: la primera desde 1955 a 1972 y la segunda de 1983 hasta el tratado de paz de 2005, en las que fueron consumidas dos millones y medio de almas, alcanzaría su independencia absoluta tras el referéndum de 2011.
Los acuerdos del dieciocho, que propugnaban un Gobierno de unidad, la conformación de un solo ejército nacional, donde se fundirían todas las milicias que actúan para uno y otro bando, jamás consiguieron superar la mutua desconfianza, retrasando, además de la unificación del Ejército, la redacción de una Constitución y la convocatoria de elecciones.
La transición estalló cuando Kiir decidió unilateralmente atrasar las elecciones para extender el periodo de transición, que seguiría liderando. Las Naciones Unidas y los países más poderosos de occidente anotaron esto como un grave antecedente. Mientras tanto, Machar espera el inicio del juicio en su contra, junto a una veintena de sus colaboradores, por asesinato, conspiración, terrorismo, traición y crímenes de lesa humanidad.
Otra señal de la actual desintegración lo marca el éxodo de parlamentarios del SPLM/A-IO, que ya no solo han abandonado Juba, la capital del país, sino que han escapado al exterior.
La batalla del Alto Nilo
Desde marzo pasado, tras la invasión del White Army a la base militar cercana a la ciudad de Nasir de las Fuerzas de Defensa del Pueblo de Sudán del Sur (SSPDF), que responde al presidente Kiir, miles de personas han debido abandonar la región, huyendo hacia Etiopía o desplazándose a regiones alejadas del núcleo del conflicto.
Se estima que ya suman ciento cincuenta mil las personas que han debido abandonarlo todo y que, sin asistencia alimentaria ni sanitaria, recorren los bosques en búsqueda de seguridad. Debido a que han debido aprovisionarse de agua en fuentes contaminadas, se ha declarado un brote de cólera.
Los refugiados llegados a Etiopía han denunciado que las SSPDF, que están siendo apoyadas por contingentes de las fuerzas armadas ugandesas, utilizaron bombas incendiarias en los ataques, destruyendo viviendas, almacenes, sembradíos y matando muchas cabezas de ganado.
Se conoció que, debido a las numerosas pérdidas sufridas por el White Army, se ha debido replegar, en las últimas semanas, lo que está facilitando las operaciones de limpiezas de las tropas leales al presidente Kiir.
Esta nueva versión de la guerra iniciada en 2013 ha generado temores en las poblaciones que más la habían sufrido en su momento y en los campamentos de desplazados cercanos a Juba, donde unas cincuenta mil personas, desde 2013, se baten contra el abandono estatal y el de las organizaciones humanitarias internacionales, resistiendo en campamentos levantados en terrenos que la mayor parte del año son lodazales, cuya protección aparente es una base de mantenimiento de la paz de Naciones Unidas.
En los últimos años, se han registrado numerosos episodios de asesinatos de civiles miembros de la etnia Nur, cuyas mujeres e incluso niños han sido secuestrados para introducirlos en redes de trata, como parte de un botín, de una guerra que parece ser siempre la misma, aunque no importe.