Sobre el pacifismo como sueño lejano

Enrique Gomáriz Moraga

Enrique Gomariz

Las tradicionales marchas pacifistas que tienen lugar en Alemania durante la Pascua han sucedido este año en medio de una novedad importante: el quiebre del habitual apoyo otorgado por el partido de Los Verdes, otorgado desde que era sólo movimiento social. Desde luego, muchos simpatizantes y aun militantes de esta fuerza política han participado en estas manifestaciones en las distintas ciudades alemanas. Pero su dirección política se encuentra inmersa en una franca revisión de sus orígenes.

El pasado sábado, víspera de las marchas, el ministro de Economía y vicecanciller alemán, Robert Habeck, del partido verde, pidió que las manifestaciones por la paz se dirigieran claramente contra el presidente ruso, Vladímir Putin, “que es el agresor en esta guerra”, y agregó: “Por eso las marchas de Pascua tienen que dejar claro que se dirigen contra la guerra de Putin», en declaraciones a los medios del grupo Funke. A continuación, hizo una defensa de la necesidad de que Alemania envíe armas a Ucrania y siguiendo esa estela emitió una frase para el bronce: “El pacifismo es actualmente un sueño lejano”.

No tan lejano Robert, no tan lejano. En 1982 tuvo lugar en Roma la formalización de la campaña European Nuclear Disarmament (END), cuyos principales pilares fueron algunos partidos socialdemócratas (encabezados por el sueco de Olof Palme y el Labor Party británico), grupos pacifistas europeos y de forma sobresaliente los verdes alemanes. Fueron los verdes quienes organizaron las convenciones multitudinarias de la END en Alemania y quienes plantearon el nuevo trípode de la movilización social en Europa: ecologismo, feminismo y pacifismo.

Claro, entonces nuestro flamante ministro Habeck era un chaval de sólo 12 años, así que es posible que no tenga de ese planteamiento de los verdes una memoria muy clara. Pero eso significa dos cosas: la primera, que la memoria institucional del partido verde no parece muy consistente, y la segunda, que la afirmación de Habeck es un buen reflejo de cómo está hoy el ambiente político en Europa en materia de paz y seguridad. Si la corriente de opinión europea fue en los ochenta y noventa favorable al mantenimiento de la paz como valor fundamental, algo que reflotó bastante con motivo de la invasión de Irak por Estados Unidos y sus aliados en 2003, hoy la opinión pública parece inclinada a la confrontación bélica; también porque el movimiento por la paz se encuentra muy disminuido, convertido en los últimos veinte años en organizaciones de asistencia humanitaria, en centros selectos de pensamiento o simplemente habiéndose disuelto.

Y parece que el recambio generacional no ha recogido el tradicional legado pacifista europeo. Desde luego, la decisión del autócrata Putin de invadir Ucrania contribuye poderosamente en esa dirección, a lo que se agrega la indignación que provoca su implementación operativa de la acción bélica, produciendo acciones que califican como crímenes de guerra.

Pero la pregunta sigue siendo si esas circunstancias conducen forzosamente al abandono del pensamiento y la acción pacifistas. Parece indispensable algún tipo de clarificación conceptual.

Si se acude a la RAE el significado de pacifismo está claro: “Movimiento a favor de la abolición de la guerra como solución a los conflictos entre naciones”. Entonces, de acuerdo a esta definición, la Carta de Naciones Unidas es pacifista ciento por ciento. Así pues, ¿a qué pacifismo se está refiriendo el ministro verde, Robert Habeck?

Para ser rigurosos, hay que admitir que, como suele ocurrir en otros movimientos, el pacifismo siempre tuvo diversidad de matices; pudiéndose destacar dos polos relevantes. De un lado, un pacifismo radical, que recibe con frecuencia el apellido de ingenuo, que se posiciona contra la guerra independientemente del contexto y sus características, que tuvo como referencia más importante, a principios del siglo pasado, al Círculo de Bloomsbury (con Virginia Woolf, John M. Keynes, y otros, en relación con Bertrand Russell). Del otro lado, un pacifismo más ponderado, que toma en cuenta la naturaleza del conflicto y el conjunto de los preceptos de la Carta de Naciones Unidas, entre los cuales se encuentra el derecho de legítima defensa. Esas dos alas del pacifismo, sobre todo en Europa, se han unido en su rechazo a la guerra en muchas ocasiones, pero también se han dividido en otras. La más conocida referida a la segunda guerra mundial y la naturaleza del régimen de Hitler, cuando todo un sector del pacifismo aceptó que era necesario combatir contra las potencias del Eje.

En España esta diferenciación ha correlacionado con la distinción en la izquierda entre su tendencia más radical y su orientación socialdemócrata. Así sucedió en ocasión del debate sobre la incorporación a la OTAN, entre los grupos AntiOTAN y los grupos encabezados por el Movimiento por la Paz, el Desarme y la Libertad (MPDL), de origen socialista, que, aunque ambos se manifestaron contrarios a la pertenencia de España a la OTAN, lo hicieron desde posiciones diferentes, algo que se manifestó claramente a nivel internacional, sobre todo respecto de la Unión Soviética. EL MPDL formó parte del sector de la END que condenó la violación de derechos humanos y apoyó los grupos disidentes en la URSS, precisamente junto al sector de los verdes que se ocupaba de esta cuestión.

La diferencia entre estas dos alas del pacifismo también guarda relación con la aceptación del precepto de la Carta de Naciones Unidas sobre el derecho a la legitima defensa, que el pacifismo radical o de extrema izquierda subordina al mantenimiento de la paz, mientras el pacifismo ponderado considera necesario integrarlo en su planteamiento de la evitación de la guerra.

Ante la guerra de Ucrania, estas dos alas del pacifismo se inclinan por planteamientos diferentes. De un lado, quienes proponen principalmente un NO A LA GUERRA, sin más consideraciones, o bien colocan esa negación al lado de una critica al bando occidental (generalmente a la OTAN) y a la invasión de Rusia en Ucrania, planteando la negociación diplomática como única vía para detener la guerra, como sucede con buena parte de la izquierda radical europea. Del otro lado, quienes propusieron opciones para evitar la guerra, como fue la neutralidad de Ucrania y el mantenimiento de la unidad territorial de ese país, (un marco que ambas partes consideran ahora) y que, una vez iniciada la guerra, proponen una actuación que concilie la defensa de Ucrania con el esfuerzo para conseguir un acuerdo sobre un alto el fuego inmediato, para detener el enfrentamiento armado. Esta estrategia, que algunos denominan “de doble carril”, mantiene como objetivo estratégico el detenimiento de la guerra, por encima de cualquier otra consideración geopolítica.

Ahora bien, cuando el ministro verde plantea que el pacifismo es un sueño del pasado, está proponiendo otra perspectiva, cuyo objetivo estratégico no es detener la guerra, sino, como han dicho representantes de la OTAN y la UE, derrotar a Rusia en el campo de batalla. No importa si eso prolonga la guerra por años, porque su modelo es la derrota en Afganistán primero de Rusia y después de Estados Unidos. Una resistencia ucraniana dotada de armas de última generación podría permitir una victoria a largo plazo sobre la Rusia de Putin, eludiendo un enfrentamiento directo con Moscú; lo cual quiere decir que se lograría a costa del ejercito y la población ucranianos. Un indicador claro de esta estrategia belicista es su negativa a entablar negociaciones directas con Putin para un alto el fuego, también en la esperanza de que la derrota de Rusia pudiera provocar la caída del autócrata en Moscú.

Definitivamente esta estrategia no es pacifista, ni radical ni ponderada. Corresponde a un estado de opinión donde la orientación belicista es predominante, al menos hasta el momento, acentuada por el descubrimiento de los aspectos más macabros de la guerra. Pero el hecho de que la dirección del partido de Los Verdes cambie sus valores de origen y se inscriba en esa corriente confrontativa, incluyendo la espiral armamentista que desata, no es producto de que “el pacifismo sea actualmente un sueño lejano”, sino más bien un síntoma de que se está produciendo un envejecimiento acentuado del partido verde, cuya memoria institucional muestra serios problemas mnémicos, sin que el recambio generacional esté compensando el deterioro sino más bien agravándolo.

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