Enrique Gomáriz Moraga
Durante los años ochenta y noventa corrieron ríos de tinta en todo el mundo para examinar y saludar la que se consideró modélica transición española, desde la dictadura franquista a la democracia con una de las constituciones más avanzadas de Europa. El acuerdo entre las generaciones que hicieron la guerra civil y las nuevas generaciones del desarrollismo fue efectivamente ejemplar. Y las fuerzas políticas, desde las exfranquistas hasta el Partido Comunista de España, dieron una muestra notable de sentido de Estado.Sin embargo, esa cultura política que reflejaba madurez ha ido decreciendo progresivamente desde fines del pasado siglo hasta la actualidad. Hoy, la pandemia del Covid-19 muestra una paradoja: las continuas expresiones de solidaridad social parecen compatibles con la continuación de la cultura de las banderías y las trincheras, repleta de sectarismo político. Un dato confirma esta penosa cultura. Esta semana pasada, todas las encuestas coincidían en que cerca del 80% de la gente consultada era favorable al establecimiento de un acuerdo nacional para enfrentar la crisis. Pero cerca de la mitad de los electores del PSOE mostraban reticencia o rechazo a que este pacto se hiciera con el Partido Popular y, viceversa, algo semejante ocurría cuando se pregunta a los votantes del PP respecto del PSOE. Por supuesto, este negacionismo cruzado aparecía en la casi totalidad de los votantes de Vox y Podemos.
Es decir, todo indica que la vieja cultura de banderías y sectarismo político ha regresado. Y como la mitad de la sociedad española es políticamente conservadora y la otra mitad es progresista, muchos observadores señalan que han vuelto las dos Españas. Desde luego, esa división prácticamente por la mitad entre sensibilidades conservadores y progresistas también se da en otros países de Europa y América, pero la madurez política del conjunto permite que las fuerzas políticas adversas sean capaces de entenderse, sobre todo ante emergencias como la actual. Cabe destacar casos ejemplares, como Portugal o Alemania.
Claro, existe una interpretación benevolente de la pobre cultura política española actual. Y es que el sectarismo sólo afecta a los representantes políticos, o como algunos dicen a “la clase política” y no al pueblo, que siempre es tan sabio y ecuánime. Pero las encuestas muestran claramente que la cultura de banderías y sectarismo esta presente en las entrañas de la sociedad española. Son los electores quienes, queriendo el acuerdo nacional, rechazan hacerlo con las fuerzas políticas de signo contrario. Una muestra palpable de la pobreza de su actual cultura política. O, dicho de la forma más clásica, una muestra evidente de su idiotez política.
La pregunta es entonces: ¿Cuándo se jodió la madura cultura política española?
Se ha escrito bastante acerca de que el regreso de la política de trincheras se produjo en torno al último cambio de siglo. Ya en los años noventa comenzó a hablarse de la famosa crispación entre fuerzas políticas progresistas y conservadoras. El exptresidente de Gobierno, Felipe González, que siempre ha apoyado el sentido de Estado, no está exento de responsabilidad al respecto. Porque en los noventa elevó el tono de las disputas con el Partido Popular, como si considerara que España no volvería a necesitar enfrentar nunca más alguna crisis que exigiera acuerdos nacionales. Hoy sabemos que se equivocó. En 2008 la crisis financiera probó que esos acuerdos serían necesarios. Alemania lo entendió perfectamente. Claro, González se muestra ahora partidario del acuerdo nacional, incluyendo al PP, pero lo que comenzó en los noventa con un tono más ácido, se fue convirtiendo en una crispación endémica que hace tiempo afecta al cuerpo social.
Algún observador ha señalado que ello se debe en buena medida a la soberbia de las nuevas generaciones (no hay que olvidar que ya son mayoría en España las personas que no habían nacido cuando tuvo lugar la transición), las cuales consideraron que España era una potencia económica y poseía un sistema político a prueba de tensiones. Incluso se dice que tiene el mismo origen (la soberbia nacional) las malas cifras que presenta la pandemia en España: mayor letalidad del mundo y mayor infección de personal sanitario. Todavía resuenan aquellas primeras frases a principios de marzo de las autoridades españolas afirmando con rotundidad que España podría enfrentar sin problemas el coronavirus.
Hoy, la lucha contra la pandemia hace imperativa la apuesta por un plan nacional de reconstrucción. Y con ese propósito se ha producido al menos el acuerdo de empezar a trabajarlo en una comisión parlamentaria. Pero ello está teniendo lugar en medio de un círculo vicioso: el Gobierno de Sánchez e Iglesias actúa con total unilateralidad para no ser tragado por la crisis, y la oposición parece dispuesta a que la crisis engulla al Gobierno. Todavía es muy difícil saber cual de las dos dinámicas (cooperación o crispación) subordinará a la otra. Dicho de otra forma, no es fácil saber si será posible en España una recuperación apreciable de una cultura política proclive al sentido de Estado. Ojalá los dramáticos daños que deja la pandemia hagan entrar en razón a la ciudadanía española.