Sobre creerse Dios y juzgar a los demás

Manuel D. Arias Monge

Manuel Damián Arias

No juzguen, para que no sean juzgados… Esta máxima que permite la convivencia, no es del suscrito, sino de Jesús de Nazareth. Sin embargo, los cristianos de diversas denominaciones, han utilizado la decisión de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH, para juzgar y condenar a una población, los homosexuales, que ya han sufrido por muchos siglos de intolerancia, de discriminación y de violencia.

Cada quien está en derecho de creer en lo que quiera. Nuestra moral es, simplemente, personal y particular y, por ende, de ninguna manera, podemos imponérsela por la fuerza a quienes piensan de un modo distinto.

La Ley, no obstante, es la que permite que personas diferentes, con visiones de mundo a veces incompatibles, puedan convivir en una sociedad. La decisión de la Corte, en materia de Derechos Humanos, es legal, no moral. Y, por consiguiente, no hay que mezclar las cosas y difundir profecías apocalípticas, como que la aprobación de las uniones entre personas del mismo sexo significan el fin de la familia y el matrimonio cristiano tradicional.

¿O será que estos adversarios del reconocimiento de las libertades fundamentales tienen un concepto tan alejado de la realidad biológica, social y humana, que creen que, una vez abierto el portillo, todos los que nos reconocemos como heterosexuales vamos a cambiar nuestra inclinación e identidad de género? Eso es, por decir lo menos, ridículo y demuestra una ignorancia preocupante.

La Biblia ha sido, históricamente, una de las fuentes de las que se nutre el derecho, pero no es y no debe ser la única. Si así fuera, nuestro país no sería una Democracia, sino una Teocracia, al mismo nivel de la República Islámica de Irán, con ideas fundamentalistas similares a las que, en el contexto del Islam, defienden grupos extremistas y terroristas como ISIS y Al Qaeda.

Una sociedad, en el marco de un Estado de derecho, con separación de la Iglesia y el gobierno, que pretende universalizar el respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales, no puede regirse, de manera absolutista y contraria a la razón, por lo que La Biblia dice… Para empezar, habría que iniciar por cuál de las versiones aceptadas de las escrituras nos vamos a decantar. La Tora Judía, sólo incluye el denominado Viejo Testamento; por otra parte, entre las iglesias cristianas, ni siquiera hay consenso sobre la cantidad de libros que, supuestamente, son “palabra de Dios”. La Iglesia Católica admite 67 libros como sagrados, la mayoría de las denominaciones protestantes, sólo admiten 63, mientras que, entre las iglesias orientales, se aceptan hasta 75. Además, hay una enorme cantidad de libros apócrifos y prohibidos que quedaron por fuera del canon bíblico oficial, porque eran, para la época de consolidación del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano, políticamente incorrectos.

Dicho esto, La Biblia es, definitivamente, un libro inspirado y muy valioso, para conformar una fe, en el caso de quienes hemos optado por definirnos creyentes, y una fuente de historia, de ética, de moral y de filosofía a tener en cuenta, que enriquece a toda la humanidad.

Pero, por encima de cualquier libro sagrado o no, las sociedades democráticas modernas creen profundamente en la libertad humana y en lo que la misma Biblia define como “libre albedrío”. No necesitamos manuales de instrucciones para que nuestras conciencias valoren qué está bien o qué está mal.

Echando mano de La Biblia, sin embargo, quiero hacer un llamado a la reflexión a todas esas personas que, manipuladas desde las estructuras de poder religioso, hoy se atreven a señalar y a juzgar a las personas del mismo sexo que, mediante la decisión de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), podrían tener acceso a la libertad fundamental y al derecho humano de poder vivir sus vidas como mejor les parezca, en unión y con los mismos derechos de las parejas heterosexuales que contraen matrimonio civil (la religión todavía está muy lejos de reconocer los derechos de todos, aunque ese camino también se andará).

Ya basta de mezclar religión con política e Iglesia con Estado… La unión de personas del mismo sexo no afecta, de ninguna manera a la institución del matrimonio religioso. Ya es suficiente de condenar a quienes, simplemente, son diferentes y tienen una moral distinta a la que, muchos años por la fuerza, impuso la religión.

Sobre esto, me permito recordarles lo que Jesús dijo:

Mateo 7:

1 «No juzguéis, para que no seáis juzgados.

2 Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la
medida con que midáis se os medirá.

3 ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no
reparas en la viga que hay en tu ojo?

4 ¿O cómo vas a decir a tu hermano: “Deja que te saque la brizna del
ojo”, teniendo la viga en el tuyo?

5 Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para
sacar la brizna del ojo de tu hermano.

Juan 3:

16 Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que
todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

17 Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al
mundo, sino para que el mundo se salve por él.

Juan 8:

1 Mas Jesús se fue al monte de los Olivos.

2 Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el
pueblo acudía a él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles.

3 Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio,
la ponen en medio

4 y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante
adulterio.

5 Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué
dices?»

6 Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús,
inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra.

7 Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
«Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.»

8 E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra.

9 Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro,
comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que
seguía en medio.

10 Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha
condenado?»

11 Ella respondió: «Nadie, Señor.» Jesús le dijo: «Tampoco yo te
condeno. Vete, y en adelante no peques más.

Juan 13:

20 En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me
acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado.

Juan 13:

34 Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros.
Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los
otros.

35 En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor
los unos a los otros.

Si Jesús no vino a juzgar y a condenar, ¿quiénes se creen todos los que, en estos días, han levantado las piedras para atacar al colectivo LGTBI? ¿No cometen, acaso, un pecado de soberbia, al creer que, a pesar de que son sólo seres humanos, pecadores por naturaleza, están por encima del Hijo del Hombre, porque se sienten facultados a condenar a una minoría que ha sufrido mucho a lo largo de la historia.

Si ustedes creen que su salvación está en una interpretación radical y obsoleta del amor y la misericordia que Jesús quiso legar en los evangelios, háganlo, nadie se los impide. Pero, por favor, dejen a los demás vivir como mejor les parezca, ¿o es que, en realidad, ustedes no creen que hay un Dios que es el único facultado para juzgar a toda la humanidad? Yo, por mi parte, no creo en ese Dios de venganza y de condena, sino en un Dios de compasión, de amor y de misericordia para todas las personas, al margen de que sean fundamentalistas religiosos o transexuales.

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