Adriana Núñez Artiles
Siempre he visto los cambios con mucho positivismo, pues nos permiten abrirnos a alternativas nuevas que refuerzan nuestra creatividad, fortalezas y capacidad de resiliencia.Sin embargo, hay algunos giros que -con claras señales- nos alertan sobre procesos peligrosamente negativos que debemos atender con presteza y decisión.
Hoy quiero referirme a estos últimos: los cambios en la forma de pensar y de actuar de muchos costarricenses, que denotan un desgaste profundo, un desencanto furioso y una pérdida sensible de ciertas herramientas que décadas atrás, le permitían al ciudadano promedio salir adelante mediante su propio esfuerzo.
Comencemos por el lenguaje: aunque a lo largo de la historia los dichos campesinos, sumados al vocabulario de lo que entonces llamábamos “polo” siempre simpáticos y realistas, formaron parte importante de nuestro decir cotidiano -pues en pocas palabras nos permitían definir una actuación, situación o comportamiento- se han sustituido ahora por palabras groseras, expresiones vulgares y términos extranjeros igualmente sucios, indicativos de poca y débil identidad nacional. Ni qué decir del lenguaje escrito, plagado de errores ortográficos, semánticos, etc. etc. Muchas personas incluso desconocen palabras de uso diario, porque no se incluyen en su reducido vocabulario. Lógicamente, tampoco han leído nunca, excepto memes.
Esta situación refleja una ostensible baja en la calidad de la educación, la floja formación de algunos educadores y el evidente temor de otros a corregir a quienes cometen los yerros, para no convertirse en blanco de chotas y dardos.
Hace unas pocas décadas, la enorme mayoría de ticos se distinguía por su fina forma de expresarse y el empleo correcto de las palabras que conforman el idioma español.
Quien nos gobierne a partir del 2022, tendrá que afilar el lápiz y ejecutar urgentes acciones para enmendar el rumbo del currículo educativo desde la escuela primaria. Para ello, deberá buscar un titular y un equipo de trabajo para la cartera de Educación, que no tiemble a la hora de realizar
evaluaciones e implementar mejoras. De qué sirve que muchos sepan usar la computadora si no pueden expresar correctamente sus ideas. Como decía un lema de una editorial universitaria “Leer da qué pensar”. Escribir bien es el resultado del ejercicio anterior
En segundo término, quiero citar la pecaminosa costumbre de servirse de lo ajeno. Recuerdo la honradez característica de gente verdaderamente “humilde” una definición que se ha manoseado muchísimo a la hora de calificar a personajes aparentemente empáticos y sencillos a los cuales se endiosa sin haber probado aún sus verdaderos méritos.
En nuestros días, debido a la rampante pérdida de valores, miles se han acostumbrado a escalar sin esfuerzo, a robar descaradamente -incluso del erario- y a no dar cuentas por sus delitos. A vista y paciencia de las autoridades y en muchos casos con su venia, se entronizan odiosas costumbres que nos llevan, hasta en los espacios públicos, a estarle dando dádivas y pagando una y otra vez, a personas jóvenes y saludables, que nos abordan de pronto con el cuento de que nos cuidaron el carro, el campo en la fila, etc. Este es solo un pequeño ejemplo de cómo la ilegalidad ha ido permeando el quehacer social.
Ni qué decir a gran escala, lo que ha provocado la avaricia de quienes por la vía fácil pretenden enriquecerse o de otros que -teniendo en demasía- cada vez quieren más. La brecha económica entre muchos necesitados y unos pocos privilegiados, ha causado estragos en nuestra sociedad. Ha llegado el momento de aplicar todo el rigor de la ley para parar esta avalancha que nos ha removido desde las raíces. Y para ello se necesita gente de carácter firme que no se escude en excusas para no ejecutar su trabajo. Supervisión oportuna a capitales y construcciones de dudoso origen y un examen minucioso a la hoja de vida de trabajadores públicos y privados en puestos de dirección, es indispensable.
Finalmente, en un no menos importante tercer lugar, quiero resaltar el vacío moral y espiritual que ha causado la preponderancia que se ha dado a expresiones culturales e ideologías totalmente ajenas a las autóctonas. Las nuevas generaciones, cuyos sostenes en la vida son el teléfono celular y la computadora, de donde -como secantes- absorben todo tipo de actitudes, deben contar también con la posibilidad de interactuar con espacios,
programas, presentaciones en vivo, mensajes, etc. que reflejen, con todas las variaciones de la modernidad, nuestros propios valores, creencias y cultura.
No es cercenando y sustituyendo la creación nacional y debilitando el teatro, la música, la danza, la radiodifusión y la producción televisiva, para mencionar algunos aspectos relevantes, como lograremos reavivar la llama del ser costarricense, que se ha extinguido en manos de oportunistas e ignorantes. No es sepultando creencias religiosas o abriendo portillos al libertinaje rampante como vamos a progresar, pues precisamente la transparencia, el esfuerzo y la laboriosidad se asientan sobre bases sólidas, las cuales provienen de principios firmes, afianzados en nuestro fuero interno por la familia, la espiritualidad y la adecuada formación.
Resueltos lo mejor posible estos tres aspectos citados anteriormente, lo demás vendrá por añadidura.
Menuda tarea. Pero no es tarde aún ni es imposible…