Se volvió luz

Conversaciones con mis nietos

Arsenio Rodríguez

Cuentan que una vez hace mucho tiempo, en un remoto y pequeño pueblo en la meseta del Decan en la India, vivía un humilde carpintero llamado Pradibi. Era un hombre muy pobre y muy trabajador. Su taller era un simple banco de madera, que rodeaba un enorme y frondoso árbol de nimbo, que yacía en medio del poblado. Era una tierra muy árida y el árbol era una bendición para el trabajo de Pradibi y los viajeros exhaustos que rara vez pasaban por esas tierras desérticas.

Un día, mientras Pradibi se afanaba en su taller, él se percató que un anciano con porte de santo, de Maestro espiritual, de esos que abundan mucho en la India, estaba acercándose, atravesando el pequeño poblado. Con reverencia, Pradibi abandonó su trabajo, y fue a encontrar al santo anciano, para ofrecerle un vaso de agua y algún bocadillo de sus escasas provisiones.

El anciano con gentileza rehusó la comida, se tomó el agua y le dijo ‘gracias hijo pero estoy camino a un encuentro con Dios y estoy tan feliz y emocionado que no puedo tolerar alimentos. Pero tu vaso de agua y el dejarme sentar en esta sombra de tu árbol ha sido suficiente para recobrar mis fuerzas.

Al escuchar que el santo iba a encontrarse con Dios Pradibi exclamó, ‘¡qué vas a encontrarte con Dios!!! Por favor dile que yo rara vez pienso en Él, porque estoy muy ocupado pero que le agradezco todo lo que me ha dado.’ El santo se sonrió y le dijo ‘le diré hijo mío’ y se levantó y continuó su jornada.

Después de atravesar la planicie, caminando muchos kilómetros llegó a un bosque y empezó a atravesarlo. Allí se encontró con un practicante de yoga que llevaba 40 años meditando y repitiendo el nombre de Dios. El Yogui al verlo inmediatamente se dio cuenta del excelso estado del anciano y se postró a sus pies diciéndole: ‘-Maestro, bendíceme y enséñame.’

El anciano sonrió y lo ayudó a levantarse mientras decía: «No tengo nada que enseñarte, hijo mío y además tengo un poco de prisa porque tengo una cita con Dios» Maestro-dijo el yogui-. Te ruego que por favor le digas a Dios que he estado meditando y repitiendo Su nombre durante 40 años, pregúntale cuándo voy a obtener la realización por favor,” ‘está bien, hijo mío’- dijo el anciano- te prometo que lo haré’, y se adentró en el bosque más profundamente de lo que nadie haya conocido jamás.

Pasó el tiempo, y un día el Yogui vio al anciano, regresando del corazón del bosque, con el rostro radiante como el sol, los pájaros cantores lo rodeaban con melodiosas canciones y parecía como si estuviera flotando extasiado sobre el suelo.

Maestro, maestro, le insistió interrumpiendo el embeleso del anciano, ¿le preguntaste, le preguntaste cuánto más tengo que esperar para realizarlo? El anciano, sobresaltado por la voz desesperada e insistente, despertó como de un sueño y sonrió diciendo- “sí, mi hijo Dios me dijo que te dijera que en solo 40 años más lo realizarás.” A lo cual el Yogui, lo increpó, ¿Qué, 40 años más después de todo lo que me he entregado a Él?, ¡No puedo creer esto, no!… Y descargó su frustración en vano, mientras el anciano recuperaba su éxtasis y continuaba su viaje.

El santo se acercaba ahora, al poblado donde estaba Pradibi. Este ese día estaba trabajando muy intensamente, en un pedido muy grande, que le había hecho el hombre más rico de la comarca, y tenía que terminar esa noche, y no tenía tiempo que perder.

Pero al ver al santo, no pudo evitar detener su trabajo, y acercarse a él con reverencia, ofreciéndole de nuevo algo de beber y comer. Pero el santo le dijo –“gracias, hijo mío- pero no puedo soportar nada más que esta sombra fresca, yo estaba con Dios y mi cuerpo todavía está separado de mi alma.” Sólo déjame sentarme un rato a la sombra fresca de tu frondoso árbol.

Y se sentó a descansar un poco bajo el enorme follaje del árbol de sombra. Y entonces espontáneamente le dijo a Pradibi, recordando su última conversación con él, cuando iba de camino a encontrarse con Dios. “Por cierto, hijo, Dios me dijo que te dijera que Él también se acuerda de ti a veces, y que sepas, que en tantas vidas como hojas tiene este árbol, llegarás a realizarlo.

¡Qué! dijo Pradibi, como en un trance, cayendo al suelo, llorando, asombrado de que Dios se acordara de él, “-soy el más afortunado de que Uno como Él- se acuerde de uno como yo” y sollozó de amor al escuchar el mensaje transmitido por el anciano.

Se dice que entonces, de la nada, sopló un poderoso vendaval del Este, con tal fuerza que todas las hojas del árbol de sombra fueron arrastradas por el viento. Y que en ese instante Pradibi se convirtió en Luz.

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