Oscar Arias Sánchez
La carrera armamentista es una distorsión de nuestros valores, es alimentar el vientre de los misiles y no de los niños, es pagar hordas de soldados y no de doctores y maestros. Tal vez, cuando nos atrevamos a enfrentar el espejo y ver nuestro rostro sin velos, logremos encontrar la medicina que nos permita vivir en un mundo en donde los seres humanos y no el gasto militar seamos la prioridad. Ese mundo que enlaza, como hilo milenario, las ilusiones de muchas generaciones de hombres y mujeres. Así como en la mitología griega Ariadna ayuda a Teseo a salir del laberinto del Minotauro valiéndose de un ovillo de hilo, así también estoy seguro de que la humanidad algún día logrará salir de su laberinto y volverá a poner en orden sus prioridades siguiendo el hilo que, a través de los tiempos, sostuvieron muchos hombres y mujeres, desde Buda y Jesús hasta Mahatma Gandhi.
Es hora de que el mundo aprenda a separar la paja del trigo y reconozca, con evidencia en mano, cuáles son los gastos que se traducen en un mejor nivel de vida para sus ciudadanos y cuáles no lo son. Es hora de que los gobiernos modifiquen sus prioridades, de tal manera que propicien una verdadera metamorfosis a fin de reprogramar nuestros valores para privilegiar la salud sobre el gasto militar; para invertir en tecnología que libere el poder creativo de nuestra población, en lugar de incrementar su poder agresivo; para combatir el virus de la intolerancia con el antivirus de la compasión; para sembrar las semillas de la paz y no el odio de la xenofobia; para despojarnos del lastre de nuestros equipos militares y calzar a nuestros niños con las sandalias aladas del conocimiento. Cuando hayamos hecho todo esto, nuestro final será como el que Ovidio hubiera escrito: lograremos, como Julio César en el libro final de Las Metamorfosis, alcanzar la apoteosis y ocupar nuestro legítimo lugar en medio de las estrellas.
No existe un solo indicio que sugiera que la carrera armamentista haya deparado al mundo un nivel superior de seguridad y un mayor disfrute de los derechos humanos. Por el contrario, no solo nos ha hecho infinitamente más vulnerables como especie, sino más pobres. Cada arma es el símbolo de las necesidades postergadas de los más pobres. No lo digo solo yo. Lo decía, en forma memorable, un hombre de armas, el general Dwight D. Eisenhower cuando, siendo presidente de los Estados Unidos, expresó: “Cada arma que construimos, cada navío de guerra que lanzamos al mar, cada cohete que disparamos es, en última instancia, un robo a quienes tienen hambre y nada para comer, a quienes tienen frío y nada para cubrirse. Este mundo alzado en armas no está gastando solo dinero. Está gastando el sudor de sus trabajadores, el genio de sus científicos y las esperanzas de sus niños.”
Estas juiciosas palabras del presidente Eisenhower nunca calaron en los sucesivos gobiernos norteamericanos. Por haber nacido en un país sin ejército y por estar convencido de que el gasto militar es una de las mayores causas de empobrecimiento de nuestras sociedades, la necesidad de frenar la creciente carrera armamentista siempre fue el tema preferido de mis discursos cuando se me honraba con un doctorado honoris causa en una universidad extranjera (93 doctorados honoris causa, 75 de ellos en los Estados Unidos). En las universidades estadounidenses solía definir a este país como “una nación en búsqueda de un enemigo” ―Hitler, el comunismo, el terrorismo, China―, ya que la mejor excusa para fabricar y vender sus armas es la existencia de ese enemigo.
Creo que es moralmente condenable utilizar recursos públicos para financiar aparatos militares cuando millones de personas carecen de acceso a la educación, a la atención médica, la vivienda y el alimento. Es también irracional negar, después de todo este tiempo, que los recursos que los países en desarrollo han dedicado al gasto militar, en el mejor de los casos se han dilapidado, y en el peor, han terminado sirviendo para reprimir al pueblo que los pagó. Creo que, si es triste que las naciones más ricas a través de su gasto militar les estén negando las oportunidades de desarrollo a las más pobres, es mucho más trágico que estas sean cómplices en la destrucción de su propio futuro. Es absurdo y reprensible que los gobiernos de algunos de los países más subdesarrollados continúen apertrechando sus tropas, adquiriendo tanques, aviones y misiles para supuestamente proteger a una población que se consume en el hambre y la ignorancia.
Sin embargo,los seres humanos no estamos irrevocablemente dirigidos hacia nuestra propia destrucción. Hay cientos de corazones, miles de corazones, millones de corazones dispuestos a ensanchar el camino hacia la paz. La historia de la humanidad ha sido narrada en silencio por las madres que lloran la muerte violenta de sus hijos. Es hora de darles consuelo. El mundo es capaz de escribir otra historia. Tenemos la pluma en las manos y tenemos también el tintero y el papel. ¿Sabremos tener la voluntad? La paz no es el fruto del esfuerzo de una persona, de un grupo o siquiera de una generación. La paz es un bien colectivo. O se mantiene por el esfuerzo de todos, o se debilita por la indiferencia de todos. La paz dista mucho de ser un producto acabado. La estamos construyendo con la memoria, que ha de servirnos de advertencia. Y la estamos construyendo con la esperanza, que ha de servirnos de aliento. ¡Hay tanto por hacer en la fragua de la paz y es ardua la faena! Pero sin importar los sacrificios, sin importar las entregas, no hay labor más noble que la de asegurar que la vida sea una aventura feliz sobre la Tierra.
Las lecciones de nuestra historia nos han enseñado que se llega a la paz poniendo al ser humano en el centro de nuestras preocupaciones. Se llega a la paz defendiendo la vida. Se llega a la paz invirtiendo en nuestros pueblos y no en nuestros ejércitos; intercambiando ideas y no armas; conservando bosques y no prejuicios.
La humanidad puede romper la condena que hasta ahora la ha obligado a pasar sus siglos en una lucha incesante y fratricida. Mantener la paz no será nunca una tarea fácil. Y nunca será una tarea acabada. Pero yo les aseguro que el fortalecimiento del multilateralismo, la reducción del gasto militar en aras del desarrollo humano, y la regulación del comercio internacional de armas, son pasos en la dirección indicada, en esa misma dirección trazada por quienes, sobrevivientes de la barbarie, fueron capaces de albergar la esperanza.
– Oscar Arias Sánchez fue presidente de Costa Rica en dos ocasiones (1986-1990 y 2006-2010) y recibió el Premio Nobel de la Paz en 1987.