Ocean Castillo Loría
Dedico este esfuerzo a mi entrañable amiga, Paty, quien me ha mostrado el más bello rostro, de nuestros hermanos y hermanas Salvadoreños.
Gracias por tu amistad y tu inmenso cariño.
Que se presente, cada vez más nítido, en América Latina, el rostro de una Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres”.
Monseñor Oscar Arnulfo Romero.
Monseñor Romero vivió dos pasiones, una fue la pasión por Dios en su dimensión religiosa y la pasión por el pueblo, por los pobres. Y su única pasión, un amor entrañable que ama a los suyos hasta el final de su martirio.”.
Leonardo Boff, teólogo de la liberación.
Nuevamente pediré perdón en nombre del Estado salvadoreño por este magnicidio, y por los miles y miles de víctimas inocentes del pasado conflicto armado”
Mauricio Funes, Presidente de la República de El Salvador. 13 de marzo del 2010.
Invocamos tu protección por nuestra patria, Costa Rica, por nuestros gobernantes, por nuestros hogares…”
Invocación a Romero de pequeñas comunidades cristianas, de Ciudad Quesada, San Carlos, Costa Rica.
Su vida me enseñó mucho, he aprendido, de Monseñor Romero, a luchar por lo que se anhela y ama, y a no dejarse vencer por las circunstancias”.
Johanna Forero, bachiller del Colegio Los Ángeles, en San José.
I
El 24 de marzo, se conmemora el XXXIV aniversario del vil asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, es por ello que en el presente artículo, reflexionaremos sobre su pensamiento, obra y vida.
Romero, nació en Ciudad Barrios, departamento de San Miguel, El Salvador, el 15 de agosto de 1917. Era el segundo de los ocho hijos del matrimonio compuesto por Santos Romero y Guadalupe Galdaméz. Este niño tímido y reservado tuvo que interrumpir sus estudios primarios por enfermedad.
Trabajó desde muy joven, aprendiendo carpintería por las mañanas y en las noches, recibiendo de su madre el amor por la devoción a los santos y reteniendo las oraciones que hacían juntos. Es a partir de estas experiencias que muestra desde muy temprana edad inclinaciones religiosas.
Teniendo trece años presencia la ordenación sacerdotal de un joven, por lo que aprovecha la oportunidad para conversar con un clérigo, al que le manifiesta su deseo de ser sacerdote. Al año siguiente, Oscar ingresa al Seminario Menor de San Miguel a cargo de los PP. Claretianos. Allí se encontrará por un periodo de hasta 7 años.
Sin embargo, durante este lapso debe de nuevo enfrentar el corte de sus estudios, ya que debe regresar a su hogar dada la mala situación económica de su familia. Es por ello que durante tres meses trabaja junto a sus hermanos, en las minas de oro de Potosí, ganando cincuenta centavos al día.
Corría el año de 1937 cuando ingresa al Seminario Mayor de San José de la Montaña, en San Salvador. Luego de 7 meses es enviado a Roma para profundizar sus estudios en teología. Romero llega a la capital italiana cuando Europa sufre la destrucción y el sufrimiento de la Segunda Guerra Mundial.
El 4 de abril de 1942 es ordenado sacerdote en Roma. Oscar Arnulfo Romero G. contaba con 25 años. Al año siguiente, obtiene su licenciatura en teología en la Universidad Gregoriana. De cara a la obtención de su grado doctoral, el padre Romero se interesa por temas como la mística y la teología ascética, pero la guerra, no le permite continuar con este proyecto.
Para 1943 funge como párroco en diversos templos de San Miguel. Allí, ya lo acusaban de comunista, porque pedía a los ricos terratenientes que dieran el justo salario a los campesinos. Él les decía que actuando como lo venían haciendo, es decir, con injusticia, no solo faltaban a la moral cristiana sino que ellos mismos abrían las puertas al comunismo. Buena impresión causó su interés por los niños limpiabotas de aquella ciudad, para los cuales llego a organizar un comedor.
El Padre Romero es símbolo del sacerdote tradicional: Oración, pastoreo, disciplina, temperancia. En muchas ocasiones, su imagen provocaba el distanciamiento de sus colegas por su tradicionalismo. Por otro lado, Romero se ganaba el cariño de su pueblo.
Entre 1965 y 1968, la Iglesia católica en Latinoamérica, se vio impactada por dos importantes documentos: El Concilio Vaticano II y el Documento de Medellín, en los cuales se rescató el valor de la dignidad humana sobre todo, haciendo énfasis en los marginados.
Entre tanto, El Salvador era presa de la explotación por parte de catorce familias, que prácticamente eran dueñas del país y eran aliadas del ejército. De esas familias, muchos sacerdotes eran sus capellanes.
El 3 de mayo de 1970, a los 53 años, Romero es notificado de su nombramiento como Obispo y el 21 de junio de ese año, es ordenado y nombrado Auxiliar de Monseñor Luis Chávez y González, arzobispo de San Salvador. Este es un momento difícil para Romero, pues no encaja en una diócesis donde comenzaban a concretarse los cambios del Concilio y Medellín.
En un principio, Romero fue un sacerdote conservador, tímido y ortodoxo, amigo de la clase gobernante y alejado del pueblo. Monseñor Romero defiende y divulga la lógica del Concilio y Medellín, pero sin un convencimiento interno y sin apoyar la Teología de la Liberación. Es en este momento, donde se le elige como director del periódico “Orientación”, al que le imprime una línea editorial conservadora, donde critica a los sacerdotes que trataban de llevar adelante una evangelización de corte liberador.
Luego, fue nombrado rector del Seminario Mayor San José de la Montaña. Romero no resultó eficiente en la administración de esta instancia y tuvo que cerrarse. Lo cierto es que esa fue una consecuencia de la excesiva bondad y desprendimiento de Monseñor.
Por su conservadurismo, timidez y ortodoxia, es que la oligarquía lo contempla como candidato para ocupar el arzobispado de San Salvador ante la muerte de Chávez y González, quien apoyaba a un grupo de sacerdotes progresistas denominado: “La Nacional”, que a su vez, se nutrían del Concilio Vaticano II y del Documento de Medellín.
Sin embargo, desde 1974, cuando fue Obispo propietario de Santiago María, Romero evolucionó en sus posiciones, dado el contacto que tenía con las masacres propiciadas por el gobierno y el ejército. Romero puso a los pobres en el centro de su atención pastoral. Sin considerar superada la caridad individual, comenzó a reflexionar sobre las causas de la pobreza.
Este es el momento en el que se habla de la “Conversión” de Monseñor Romero, el teólogo José María Vigil, lo explica de este modo:
“-fue un cambio «personal», de su persona, no como efecto de una mudanza pasajera o de una moda a la que se hubiera acomodado por la presión social del qué dirán; fue un proceso personal vivido muy honestamente en la fe;
-fue un cambio difícil, nada espontáneo; no un dejarse llevar por lo más fácil, sino, al contrario, un cambio para el que tenía, de entrada, mucha resistencia, y que le fue haciendo encaminarse progresivamente por una senda cuesta arriba de conflictividad y de sacrificio;
-fue un cambio por convicción, no algo superficial o de la noche a la mañana: una verdadera transformación interior, una metanoia, estudiada en los documentos de la Iglesia, contrastada con la realidad, dialogada con las personas amigas más cercanas, discernida en la oración, acogida en la propia vida con humildad y esfuerzo;
-fue un cambio que no se lo indujeron en la UCA, un cambio que no le indoctrinaron los jesuitas, un cambio que no fue tampoco una reacción primaria ante el asesinato del P. Rutilio Grande… interpretaciones todas ellas que han corrido abundantemente como fruto de una primera impresión superficial que pudieran dar los sólo tres años que estuvo al frente de la arquidiócesis de San Salvador…;
-fue un cambio, sobre todo, que le indujeron los pobres, un cambio que le «evangelizaron» los «injusticiados», con su contacto real y directo, con su vida, su sufrimiento, la injusticia de que eran víctimas, y, también, su fe, su palabra y su testimonio.”
En junio de 1975, con motivo del asesinato de 5 campesinos, los sacerdotes le piden que haga una denuncia pública, pero éste, manda una fuerte carta al Presidente de la República. Romero comienza a despertar a una dura realidad.
Realidad de pobreza del campesinado.
Realidad de injusticia propiciada por la ambición de los patronos que negaban el salario justo.
Pobreza de las mayorías, riqueza de una minoría.
El pueblo se organiza para protestar en medio de la represión, los fraudes electorales y el grito de la Iglesia por justicia y paz. Es por este mensaje de la Iglesia, que el gobierno expulsa a varios sacerdotes.
Para 1977, llegó al poder mediante un claro fraude electoral, el General Carlos Humberto Romero (Esta elección provoca protestas populares que desembocan en la muerte de muchos salvadoreños), a los pocos días, Monseñor Oscar Arnulfo Romero, de 59 años, es nombrado Arzobispo de San Salvador, con lo que la oligarquía aparentemente, fortalece sus posiciones. Los sectores poderosos muestran su complacencia con el nombramiento, pues su esperanza era que detuviese el accionar progresista de la Arquidiócesis.
El panorama que encontró Monseñor, fue el de una iglesia encarnada en su mayoría con el pueblo. Romero entendió la estatura de su misión, y comenzó a acentuarse, la represión contra la estructura que representaba.
A un mes de estar en funciones, asesinan de 12 disparos al padre Rutilio Grande.
Romero acompaña al pueblo en su sufrimiento continuando la obra de la Iglesia y haciendo realidad su lema: “Sentir con la Iglesia”. Los religiosos siguen siendo asesinados: el 11 de mayo cae el P. Alfonso Navarro Oviedo. En ese momento Monseñor expresa: “…cesen de perseguir la misión de la Iglesia. Cesen de sembrar discordias y rencores. Cesen de propalar esa filosofía de la maldad, de la venganza. Y unámonos todos para hacer de nuestra Patria, una Patria más tranquila…” El 28 de noviembre de 1978, se asesina al P. Ernesto Barrera y con él, a una larga lista de familias, laicos, sacerdotes y catequistas que caen víctimas de la represión en El Salvador.
“Haga Patria, mate un cura”, era una frase famosa de la derecha Salvadoreña…
A dos años de ser arzobispo, monseñor Romero había perdido 40 sacerdotes, entre asesinados, expulsados o exiliados que escapaban de la muerte. Y esas muertes, estaban signadas por la técnica típica de la ideología de la Seguridad Nacional: no sólo matar sino torturar o desfigurar, mutilar los cuerpos para aterrorizar y reprimir cualquier aspiración revolucionaria en sus inicios. De 1977 a 1980, en El Salvador, hubo más de 150 mil asesinados y un millón de refugiados, miles de los cuales vinieron a Costa Rica.
El seguimiento de Cristo, se encarna cada vez más en la vida de Romero, no como teoría sino como compromiso: “Hay un criterio para saber si Dios está cerca de nosotros o está lejos: todo aquel que se preocupa del hambriento, del desnudo, del pobre, del desaparecido, del torturado, del prisionero, de toda esa carne que sufre, tiene cerca a Dios. La religión no consiste en mucho rezar: consiste en esa garantía de tener a mi Dios cerca de mí porque les hago el bien a mis hermanos. La garantía de mi oración no es el mucho decir palabras; la garantía de mi plegaria está muy fácil de conocer: ¿cómo me porto con el pobre? Porque allí está Dios”
Monseñor Oscar Arnulfo Romero se entrega a su pueblo. Son numerosas sus visitas pastorales y la celebración frecuente de dos o tres misas en distintos lugares. Se reunía constantemente con la gente, sobre todo, con los más pobres. En muchas oportunidades fungió como mediador en conflictos de trabajo, refugió a campesinos que huían de la persecución y dio mayor impulso a los medios de comunicación de la Iglesia. Así cumple uno de los mensajes de su primera carta pastoral aparecida en 1977: “La Iglesia no vive para sí misma”.
El Arzobispo denuncia un sistema que enfrenta a los hermanos de un mismo país, poniendo al humilde soldado contra el humilde campesino, lo cual implica como resultante una transgresión de la ley de Dios, pecado que conduce indudablemente a la muerte.
En agosto de 1977 se publica su segunda carta pastoral: La Iglesia, cuerpo de Cristo en la historia, en la que vuelve a subrayar el sentido de servicio de la iglesia y el papel que esta cumple con relación a la historia humana e historia de la salvación. Asimismo, trata de dialogar con el poder político sobre la situación persecutoria que vive la iglesia, esto por cuanto ha hecho la opción por los pobres.
Asimismo, rescata el concepto de unidad eclesial que se logra: “en la fidelidad a la palabra y en la exigencia de Jesucristo y se cimenta en el sufrimiento común. No puede haber unidad de la Iglesia ignorando la realidad del mundo en que vivimos”.
Ya en estos momentos las Homilías de Romero, adquieren gran notoriedad, por el análisis de las situaciones que se viven a la luz de la palabra de Dios. Es con las homilías como mejor se reconoce la dimensión profética de Monseñor. Del mismo modo, son punto infaltable en el análisis de la situación del país tanto en el campo político como eclesiástico. Es por esto, que en diversas ocasiones la emisora YSAX, donde se trasmitían, trató de ser silenciada. Pese a esto, en los momentos que lograron interrumpir las trasmisiones, el mismo pueblo reproducía su palabra. Indudablemente, a través de las homilías, Monseñor Romero historizaba el mensaje bíblico en la realidad de El Salvador.
En 1978 se publica su tercera carta pastoral: La Iglesia y las organizaciones políticas populares. Aquí se confirma que Monseñor ha tomado partido por el pueblo ante la violencia del opresor. Es esta carta una excelente muestra de creatividad doctrinal.
Por su valentía, inteligencia y sencillez es que el mundo puso sus ojos en él y es así, como entre 1978 y 1980, recibe el Doctorado en Humanidades Honoris Causa de la Universidad de Georgetown en Washington. En aquel momento, entre otras cosas, expresó: “… el sufrimiento, el temor, la inseguridad, la marginación de muchos hermanos, están aquí recibiendo hoy conmigo un homenaje de respeto y admiración, lo mismo que un rayo de consuelo y esperanza.
…Ha resonado también en su voz (La de la Iglesia), el acento de la dignidad de una Iglesia que prefiere su fidelidad al Evangelio a los privilegios del poder y del dinero, cuando éstos pueden empañar su testimonio y su credibilidad”.
Recibe el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Lovaina. En su discurso resume del siguiente modo su misión y por ende, el de la Iglesia: “Los antiguos cristianos decían: Gloria Dei, vivens homo, (La gloria de Dios es el hombre que vive). Nosotros podríamos concretar esto diciendo: Gloria Dei, vivens pauper, (La gloria de Dios es el pobre que vive.). Creemos que desde la trascendencia del Evangelio podemos juzgar en qué consiste en verdad la vida de los pobres; y creemos también que poniéndonos del lado del pobre e intentando darle vida sabremos en qué consiste la eterna verdad del Evangelio”.
Recibe el premio de la paz de las Iglesias Suecas y es candidato al Premio Nobel de la Paz en 1979. Y es que la paz, fue una preocupación permanente de Romero. Es innegable que esta preocupación adquiere actualmente una vigencia tremenda: “Este es el concepto fundamental de mi predicación: nada me importa tanto como la vida humana, es algo tan serio y tan profundo, más que la violación de cualquier otro derecho humano, porque es vida de los hijos de Dios y porque esa sangre no hace sino negar el amor, despertar nuevos odios, hacer imposible la reconciliación y la paz”.
Queda claro que aquellos sectores que tanto en el pasado, el presente y el futuro, piensan que la guerra traerá la paz, están equivocados, en el tanto, la violencia solo engendra violencia. En esta misma lógica, el primero de julio de 1979, Monseñor expresó: “…debe quedar bien claro que si lo que se quiere es colaborar con una seudo paz, un falso orden, basados en la represión y el miedo, debemos recordar que el único orden y la única paz que Dios quiere es la que se basa en la paz y la justicia. Y ante esa disyuntiva, nuestra opción… es clara y obedecemos al orden de Dios antes que al orden de los hombres”.
Por cierto, para concretar ambas condiciones (La paz y la justicia), se requiere el ejercicio de una solidaridad radical tal y como pensaba Monseñor: “La única violencia que admite el Evangelio es la que uno se hace a sí mismo. Cuando Cristo se deja matar, esa es la violencia, dejarse matar. La violencia en uno es más eficaz que la violencia en otros. Es muy fácil matar, sobre todo cuando se tienen armas pero, ¡Que difícil dejarse matar por amor al pueblo!”.
En Agosto de 1979, se publicó su cuarta carta pastoral: Misión de la Iglesia en medio de la crisis del país. En ella, se afina el tratamiento del tema de la violencia, condenando aquella que provoca víctimas y la que es generada como exceso en relación a los objetivos que se persiguen.
La violencia continuaba golpeando a El Salvador y a la Iglesia. El 4 de agosto de 1979, asesinan al P. Alirio Napoleón Macías a quien acribillan, según el testimonio del Diario de Romero: “Entre la sacristía y el altar Mayor”. Al día siguiente, Monseñor hace referencia a este hecho en la Misa de la catedral. Tampoco puede olvidarse que en el mes de marzo de ese año, había sido asesinado el P. Octavio Ortiz.
El 20 de junio de 1979, se ejecuta un nuevo asesinato contra un sacerdote, en esta ocasión, se trata del Padre Rafael Palacios. En la homilía ante su cuerpo, Monseñor expresa tal y como lo consignó en su diario: “…que el Padre Palacios había encontrado en Santa Tecla (Lugar donde ejercía su ministerio pastoral) lo que todo sacerdote fiel encuentra donde trabaja, mucho amor y mucho odio. Y testimonio del odio era la trágica muerte por asesinato y que indicaba cómo la Iglesia que tiene que cumplir el deber de denunciar el pecado, tiene que estar dispuesta a sufrir las consecuencias de haber tocado ese monstruo que hace tanto mal en el mundo, el pecado”.
En octubre de ese año, diversos sectores políticos se alían a una parte del ejército que promueve el derrocamiento del Presidente General Carlos Humberto Romero. En esta dinámica, el ejército retiene el control del poder, con lo que los sectores reformistas del nuevo gobierno quedan por fuera y se reprimen las manifestaciones populares.
De allí surge una segunda junta de gobierno, en la que la vieja Democracia Cristiana (DC) tiene un papel fundamental. El juicio de Monseñor Romero sobre lo que acontece es muy claro: “En las diversas coyunturas políticas lo que interesa es el pueblo pobre. Según les vaya a ellos, la Iglesia irá apoyando desde su especificidad, uno u otro proyecto político… Lo que se ha evidenciado esta semana es que ni la Junta, ni la DC están gobernando el país… si no el sector más represivo de las fuerzas armadas. Si no quieren ser cómplices de tanto abuso de poder y tanto crimen deben señalar y sancionar a los responsables… se siguen manchando sus manos con sangre ahora más que antes…
El actual gobierno carece de sustentación popular y solo está basado en las fuerzas armadas y algunas potencias extranjeras. Su presencia (la de la DC) está encubriendo, sobre todo a nivel internacional, el carácter represivo del régimen actual”.
Ya hemos hecho referencia al Doctorado Honoris Causa que recibe Monseñor en Lovaina en 1980, donde describe muy bien su proceso de conversión, la visión de la misión de la Iglesia como faro de esperanza del pueblo y con una clara dimensión profética, denuncia la situación de los pobres en El Salvador: “(Yo soy) pastor que con su pueblo ha ido aprendiendo la hermosa y dura verdad de que la fe cristiana nos sumerge en el mundo.
La actuación de la Iglesia siempre ha tenido repercusiones políticas. El problema es cómo debe ser ese influjo para que sea según la fe.
El mundo a que debe servir la Iglesia es el mundo de los pobres… los pobres son los que nos dicen qué significa para la Iglesia vivir realmente en el mundo…
… La esperanza que fomenta la Iglesia es un llamado… a la propia responsabilidad de las mayorías pobres, a su concientización, a su organización… y es un respaldo a sus justas causas y reivindicaciones.
Son los pobres los que nos hacen comprender lo que realmente ocurre… la persecución (de la Iglesia) ha sido ocasionada por la defensa de los pobres y no es otra cosa que cargar con el destino de los pobres.
El pueblo pobre es hoy el cuerpo de Cristo que vive en la historia…
La Iglesia se ha comprometido con el mundo de los pobres… Siguen siendo verdad entre nosotros las palabras de los profetas de Israel: Existen los que venden al Justo por dinero y al pobre por unas sandalias; los que amontonan violencia y despojos en sus casas, los que aplastan a los pobres… acostados en camas de marfil, los que juntan casa con casa y campo con campo hasta ocupar todo el sitio y quedarse solos en el país”.
Son sus palabras y su misión las que, al denunciar las estructuras de opresión y muerte, le van forjando su camino a la muerte: “A esa oligarquía le advierto a gritos: Abran las manos, den los anillos, porque llegará el momento en que les corten las manos”.
El 15 de febrero de 1980, concede una entrevista a Prensa Latina, donde clarifica más estas denuncias: “la causa de nuestro mal es la oligarquía; ese reducido núcleo de familias al que no importa el hambre del pueblo… la represión contra el pueblo resulta para ese núcleo de familias una especie de necesidad para mantener y aumentar sus niveles de ganancia”.
Asimismo, se dirige a los soldados conminándolos a la desobediencia civil: “Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército en concreto a las bases de la guardia nacional, de la policía, de los cuarteles; hermanos son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus hermanos campesinos.
Ante una orden de matar que dé un hombre, deben prevalecer la ley de Dios que dice: no matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan a su conciencia antes que a la orden de pecado.
La Iglesia defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación.
Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios; en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: CESE LA REPRESIÓN”.
A un mes exacto de su homicidio dijo: “No sigan callando con la violencia a los que les estamos haciendo esta invitación (A ser solidarios), ni mucho menos, continúen matando a los que estamos tratando de lograr haya una más justa distribución del poder y de las riquezas de nuestro país. Y hablo en primera persona, porque esta semana me llegó un aviso de que estoy yo en la lista de los que van a ser eliminados la próxima semana. Pero que quede constancia de que la voz de la justicia nadie la puede matar ya”.
Romero utiliza estas amenazas para catequizar y asumir el posible martirio como forma de sacrificio por la liberación, y como ejemplo de perdón a sus homicidas. Dos semanas antes de su muerte, concede una entrevista al periódico mejicano “Excelsior”, donde reflexiona sobre este tema: “He sido frecuentemente amenazado de muerte. Debo decirle que, como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección. Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño. Se lo digo sin ninguna jactancia, con la más grande humildad.
Como pastor, estoy obligado, por mandato divino, a dar la vida por quienes amo, que son todos los salvadoreños, aun por aquellos que vayan a asesinarme. Si llegaran a cumplirse las amenazas, desde ya ofrezco a Dios mi sangre por la redención y resurrección de El Salvador…
El martirio es una gracia de Dios que no creo merecer. Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad. Mi muerte si es aceptada por Dios, sea por la liberación de mi pueblo y como un testimonio de esperanza en el futuro.
Puede usted decir, si llegasen a matarme, que perdono y bendigo a quienes lo hagan. Ojalá sí se convencieran que perderán su tiempo. Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás”.
Monseñor Romero, fue un pastor y un profeta. Un pastor porque guió al pueblo Salvadoreño hacia la paz; un profeta porque habló de su espacio y su tiempo denunciando lo incorrecto como Elías ante Acab o Juan el Bautista ante Herodes Antipas, y al igual que el Bautista, Romero tenía que morir, pues resultaba incómodo a quienes gobernaban.
En una de sus homilías dijo: “Lo que marca la Iglesia auténtica es cuando la palabra quemante, como la de los profetas, anuncia al pueblo y denuncia: las maravillas de
Dios para que las crean y las adoren, y los pecados de los hombres que se oponen al Reino de Dios para que los arranquen de sus corazones, de sus sociedades, de sus leyes, de sus organismos que oprimen, que aprisionan, que atropellan los derechos de Dios y de la humanidad. Éste es el servicio difícil de la palabra”.
Debía de morir Romero, porque hablaba con la verdad en los dominios de la mentira y la ignorancia.
El 23 de marzo de 1980, 24 horas antes del martirio, Monseñor Romero predicó: “La dignidad de la persona es lo primero que urge liberar”. Desde esa perspectiva, Romero nos muestra como el tema de la dignidad es fundamental en cualquier acción social liberadora que se realice.
Audio homilia del 23 de marzo 1980
Monseñor Romero también dispuso la mesa para ofrecer el pan en la noche del 24 de marzo de 1980… ya la palabra con la que los poderosos habían determinado su muerte había sido dicha. Ya Monseñor había expresado a los cuatro vientos, su verdad fundamental: “Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la ley de Dios que dice: NO MATAR”.
El 24 de marzo de 1980, al oficiar misa en la Capilla del Hospital La Divina Misericordia, a diez minutos de que le dispararan, dijo en la homilía: “Ha llegado la hora de glorificar al Hijo del Hombre… Si el grano de trigo cae en la tierra y no muere, queda solo el grano. Pero si muere da mucho fruto… Acaban de escuchar en el evangelio de Cristo que es necesario no amarse tanto a sí mismo, que se cuide uno para no meterse en los riesgos de la vida que la historia nos exige, y que el que quiera apartar de sí el peligro perderá su vida. En cambio el que se entrega por amor a Cristo al servicio de los demás, éste vivirá como el granito de trigo que muere, pero aparentemente muere. Si no muriera se quedaría solo.
Si hay cosecha es porque muere, se deja inmolar en esa tierra, deshacerse; y solo deshaciéndose produce la cosecha…
Que este cuerpo inmolado y esta sangre, sacrificada por los hombres, nos alienten también a dar nuestro cuerpo al sufrimiento y al dolor: como Cristo, no para sí, sino para dar conceptos de justicia y de paz a nuestros pueblos”.
El lunes 24 de marzo de 1980, a las seis y treinta de la tarde, mientras Romero ofrecía el pan y el vino que se convierten en el cuerpo y sangre de Cristo, la bala asesina le atraviesa el corazón arrebatándole la vida.
Este discípulo de Jesús sigue su camino en la muerte y encuentra la vida, resucitando en su pueblo eternamente. Sí, esto debe quedar claro, así como Jesús, a Romero lo mata el poder dominante.
La sangre de Monseñor se mezcla con la del Hijo del Hombre ese 24 de marzo para marcar el camino de la liberación de su pueblo, de Latinoamérica y del mundo entero. En realidad, monseñor Romero tenía miedo de morir, y muchas veces se lo manifestó a sus amigos, aunque su formación no era ajena al pensamiento del martirio.
A finales de febrero del año de su muerte, escribió: «Me cuesta aceptar una muerte violenta que en estas circunstancias es muy posible, incluso el señor Nuncio Apostólico de Costa Rica me avisó de peligros inminentes para esta semana. El Padre Azcue me dio ánimo diciéndome que mi disposición debe ser dar mi vida por Dios, cualquiera que sea el fin de mi vida. Las circunstancias desconocidas se vivirán con la gracia de Dios. Jesucristo asistió a los mártires y, si necesario, lo sentiré muy cerca al entregarle mi último suspiro. Pero más valioso que el momento de morir es entregarle toda la vida, vivir para Él»
Romero ha muerto así: luchó contra la muerte que dominaba El Salvador; muerte que se había convertido en el arma usada por aquellos que, matando a los demás, querían conseguir una vida cómoda; aquellos que se amaban solo a sí mismos y buscaban solo sus propios intereses, por encima de todos y de todas las cosas. El Arzobispo luchó con su propia vida contra la espiral de la muerte: sólo viviendo para los demás, preocupándose para que la vida de los demás creciera y no fuera aplastada por la violencia brutal. Es el mensaje que Monseñor Romero deja a todo El Salvador y a todos los creyentes.
El funeral de Romero, el 30 de marzo, se tiñó de luto y dolor. Militares apostados en las azoteas de los edificios aledaños a la Catedral Metropolitana, dispararon contra los miles de fieles que participaban en la misa de despedida del arzobispo, en la plaza Gerardo Barrios, en el centro de San Salvador. No hubo cifras oficiales de muertos, pero se calcula que murieron entre 30 y 50 personas.
Citando al sacerdote Guillermo Chaves, él nos cuenta de un testimonio, de la señora Flor Fierro, que cuenta como las clases pudientes celebraron la muerte de Romero: “LA MILA DE RENGIFO pasó llamando a sus amistades y a sus conocidos más cercanos. Me consta porque a mí llamó. -¿Ya supiste que por fin mataron a ese hijueputa? Esta noche vamos a dar una fiesta para celebrarlo y estás invitada. Se juntaron en la San Benito para un carnaval, con champán, con cohetes, con baile, y hasta con D’Aubuisson de invitado de honor. Yo no podía parar de llorar”.
En 1983, durante la visita de Juan Pablo II a Centroamérica, en la eucaristía que se llevó a cabo en el Parque Metropolitano La Sabana, en San José de Costa Rica, se observaban una serie de mantas desplegadas y en una de ellas se podía leer: “Queremos Obispos como Monseñor Romero”.
De acuerdo al informe de la Comisión de la Verdad, auspiciado por las Naciones Unidas y emitido en el año 1993, el asesino material de Romero disparó desde un Volkswagen rojo una bala calibre 22.
La investigación también determinó que el ex mayor Roberto D’Aubuisson fue quien dio la orden de asesinar al arzobispo y quien brindó instrucciones precisas a miembros de seguridad, que actuaron como «escuadrón de la muerte» para supervisar la ejecución del asesinato. Entre los participantes, también se encontraba el capitán Álvaro Saravia, el cual, años más tarde confesó en una entrevista periodística su participación junto con importantes miembros empresariales del país, señalando a Mario Ernesto Molina Contreras, hijo del ex-presidente Arturo Armando Molina y a Roberto d’Aubuisson entre otros. D’Aubuisson, que murió en 1992 como consecuencia de un cáncer, siempre rechazó su vinculación al hecho.
El 12 de mayo de 1994 la Arquidiócesis de San Salvador pidió permiso a la Santa Sede para iniciar el proceso de canonización. El proceso diocesano concluyó en 1995 y el expediente fue enviado a la Congregación para la Causa de los Santos, en la Ciudad del Vaticano, quien en 2000 se lo transfirió a la Congregación para la Doctrina de la Fe (en ese entonces dirigida por el cardenal alemán Joseph Ratzinger, posteriormente Papa Benedicto XVI) para que analizara concienzudamente los escritos y homilías de monseñor Romero.
En 2004, una corte de los Estados Unidos declaró civilmente responsable del crimen al capitán Saravia, único de los involucrados aún con vida. El 6 de noviembre de 2009, el Gobierno salvadoreño presidido por Carlos Mauricio Funes Cartagena decidió investigar el asesinato de Romero para acatar un mandato de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos del año 2000.
En 2005 el postulador de la causa de canonización, monseñor Vicenzo Paglia, informó a los medios de comunicación de las conclusiones del estudio de los escritos y homilías de monseñor Romero. En ese momento, dijo Paglia:
“Romero no era un obispo revolucionario, sino un hombre de la Iglesia, del Evangelio y de los pobres”. ¿Habrá llegado la hora de que con el papa Francisco este dilatado proceso para la beatificación de Romero, canonizado de facto por la mayoría del pueblo salvadoreño y numerosos fieles en otros rincones de América, obtenga por fin el beneplácito de Roma para que pueda ser oficialmente venerado como tal? El tiempo transcurrido parece ya excesivo máxime si se compara con otros procesos iniciados mucho más tarde. ¿Será esta la última celebración del aniversario de su martirio sin su proclamación como santo o habrá que seguir esperando?”
El 4 de marzo de 2012, en el parlamento de El Salvador, quedó decretado el día de monseñor Romero: 24 de marzo, el voto fue masivo, salvo por los legisladores del partido ARENA…
El 22 de abril del año pasado, aseguró Vincenzo Paglia, presidente del Pontificio Consejo para la Familia, que «la causa de la beatificación de monseñor Romero ha sido desbloqueada».
II
Hoy, a 34 años del asesinato de Romero, el escenario de la Iglesia es nuevo, empezando porque hoy el catolicismo cuenta con un Papa Latinoamericano. Y ese Papa, busca, como lo hizo Romero a nivel local, arrastrar al Catolicismo de la institución del poder, al carisma de la opción por los pobres.
El lema de Romero, era “Sentir con la Iglesia”, hoy Francisco busca que la Iglesia sienta con el pobre…
Hoy, contrario a la última etapa de la vida de Romero, el Papa se encuentra plenamente identificado con los pueblos de Latinoamérica…
Hoy Francisco no nos es distante.
Hoy Francisco acoge la angustia del subcontinente.
Hoy es clara la opción de Francisco frente a las estructuras que generan la violencia estructural.
Hoy con Francisco es claro que la Iglesia busca la senda de estar con el pueblo.
Hoy la esperanza es que en algún momento, Francisco beatifique a Monseñor Romero.
Monseñor Romero, aquel al que le es arrebatada la vida, mientras predicaba la Buena Nueva del Reino de Dios que predicó Jesucristo, y de la que queda constancia en los 4 Evangelios.
Monseñor Romero, aquel que mataron los opresores, pero del que se hace memorial en el mundo entero.
Aquel que nos recuerda que en nuestra América latina, siguen subsistiendo la injusticia y la violencia.
Aquel que era hombre de oración.
Aquel que era hombre de paz.
Monseñor Romero aborrecía la violencia y buscaba por todo camino la reconciliación. A menudo retomaba un tema típico de Pablo VI y de Juan Pablo II, el tema de la civilización del amor en flagrante oposición a la situación de violencia de El Salvador.
En este sentido, la más célebre es su última homilía en Catedral, el día antes de que el mismo cayera victima de la violencia que tanto exorcizó. Entonces él pidió a los soldados que terminaran con el derramamiento de sangre, en lo que había llegado a ser prácticamente ya, una guerra civil. Dijo Monseñor: «Debe prevalecer la ley de Dios que dice ¡NO MATAR! Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios… Les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡¡¡Cese la represión!!!»
Romero nos recuerda que la Espiritualidad cristiana, debe conducirnos a una acción: la lucha por la justicia que es la base de la paz (Esto lo han dicho los Papas, por lo menos desde León XIII)
No se apartó Monseñor de la tradición de la Iglesia, no despreció la limosna, no consideró superflua la misericordia individual, pero viendo la multitud de pobres, buscó además de cuanto había practicado siempre, nuevas soluciones. De esta forma llegó a ser una especie de «defensor pauperum» (Defensor de los pobres), como lo fueron algunos grandes obispos de la historia de la Iglesia.
Romero es palabra viva, y es palabra viva, porque está unido al Verbo hecho carne, Jesucristo mismo, el que dijo: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn. 15,13)
Romero es testimonio de que el amor cristiano, en pleno siglo XXI, es posible.
Porque Romero venció su ego (No en balde, durante sus estudios en Roma, profundizaba en los escritos de San Juan de la Cruz), ego que nosotros, que nos decimos cristianos no hemos vencido, ego que nos hace decirnos cristianos, pero que cotidianamente luchamos por nuestros propios intereses.
Ego que nos hace ser “cristianos”, pero vivir los unos contra los otros, vivir encerrados en nosotros mismos, sintiendo a los demás como un estorbo, sobre todo en una sociedad capitalista salvaje, a los más pobres.
Cuán actuales son las palabras de la penúltima homilía de Monseñor, predicada, dicho sea de paso, en tiempo de Cuaresma, que es el tiempo que litúrgicamente estamos viviendo en este momento:
«¡Que fácil es denunciar la injusticia estructural, la violencia institucionalizada, el pecado social! Y es cierto todo eso, pero ¿dónde están las fuentes de ese pecado social? En el corazón de cada hombre. La sociedad actual es como una especie de sociedad anónima en que nadie quiere echar la culpa y todos son responsables… Todos somos pecadores y todos hemos puesto nuestro grano de arena en esta mole de crímenes y de violencia en nuestra Patria. Por eso, la salvación comienza desde el hombre, desde la dignidad del hombre, de arrancar del pecado a cada hombre. Y en cuaresma, este es el llamado de Dios: ¡Conviértanse! ¡Individualmente! No hay aquí entre todos los que estamos, dos pecadores iguales. Cada uno ha cometido sus propias sinvergüenzadas, y queremos echarle al otro la culpa y ocultar las nuestras. Es necesario desenmascararme: ¡yo soy también uno de ellos y tengo que pedir perdón a Dios, he ofendido a Dios y a la sociedad!»
Romero, habla desde el Evangelio y desde ese Evangelio ilumina la política de su país y la ilumina en la denuncia de lo incorrecto y el anuncio de la esperanza y esto nos resulta fundamental, hoy, en un país como Costa Rica, donde “lo laico”, es confundido con “laicidad” y donde algunos sectores buscan silenciar a las comunidades de fe cristianas.
Comunidades de fe cristianas, que deben comprender las palabras de Jesucristo: «Se anuncia a los pobres la Buena Nueva» (Mateo 11,5)…
Monseñor Romero sabía que era el pastor de todos, sin excluir a nadie, pero había comprendido que la universalidad del misterio pastoral se realizaba partiendo de la atención hacia los pobres. Poner a los pobres en el centro de las preocupaciones pastorales de la Iglesia y por lo tanto también de todos los cristianos, incluyendo a los ricos, era el nuevo camino de la pastoral que Romero eligió. El amor preferencial por los pobres no solamente no atenuaba en él el amor por su país, al contrario lo sostenía.
Él era un pastor que quería el bien común de todos a partir de los pobres. Por esta razón, Romero se muestra claramente hoy todavía, como el pastor de una Iglesia que ama a todos, empezando por los más pobres. Es el camino que abrió Juan XXIII (Que pronto ha de ser canonizado) con el Concilio; es el camino practicado por Madre Teresa; es también el camino que Monseñor Romero quiso recorrer.
La muerte de Romero se debió al hecho que no se resignaba ante la violencia, ni ante la injusticia, ni ante el tormento de su país. Sentía la urgencia de «iluminar» la vida de todos y de toda circunstancia con la luz del Evangelio. Tenía el carisma de comunicarse de manera extraordinaria con las muchedumbres. Y no de manera demagógica sino traduciendo en términos accesibles a todos los contenidos profundos de la catequesis y de las escrituras.
Romero fue fiel a la misión que se le había confiado. No huyó, como se lo sugirieron muchos, incluso sus mejores hermanos en el episcopado. Y pagó con su vida no haberlo hecho. Por esto podemos hablar de una «muerte martirial». Y sabemos que la tradición cristiana, en este sentido, dice: «Uno no llega a ser mártir porque es santo, sino santo porque es mártir»
Precisamente, hablando de santidad, se sabe que hasta antes de la llegada de Francisco al Papado, la beatificación de Monseñor Romero encontraba cada vez más problemas en el Vaticano, al respecto alguna vez escribimos: “Beatificar a Romero es un acto de justicia dentro de la iglesia.
Pero si por ventura, este acto se siguiera atrasando, es totalmente comprensible el que la figura de Santidad de Monseñor, tenga lugar en el altar del Templo de Dios que es cada creyente.
De hecho, al fin y al cabo, esto es lo más importante.”.
Hoy, sigue vigente la vivencia de un verdadero cristianismo.
Cristianismo forjado en el trabajo.
Cristianismo consciente de la crisis que implica el seguimiento. Crisis que se debate entre las reservas de los que no lo comprenden y el amor de sus beneficiarios.
Cristianismo que se concrete en la misión de la Iglesia: la defensa de los pobres.
Cristianismo que encuentre en la Iglesia el medio para acercarse al pueblo.
Cristianismo que intensifique la construcción de la paz, derrotando ese seudo cristianismo que apoya guerras y muerte.
Cristianismo que ante la injusticia no se escude en la imparcialidad para no ser la voz de los más necesitados.
Cristianismo dispuesto a ser grito profético de los marginados.
Solo de esta manera nos acercaremos a la verdad que es Jesucristo.
En algún momento dijo Romero: “La civilización del amor, no es un sentimentalismo, es la justicia y la verdad. Una civilización del amor que no exigiera la justicia a los hombres, no sería verdadera civilización, no marcaría las verdaderas relaciones de los hombres. Por eso, es una caricatura de amor cuando se quiere apañar con limosnas lo que ya se debe por justicia; apañar con apariencias de beneficencia cuando se está fallando en la justicia social. El verdadero amor comienza por exigir entre las relaciones de los que se aman, lo justo”.
Y en medio de la represión que vivía su pueblo: “Dios no camina por allí sobre charcos de sangre y de torturas, Dios camina sobre caminos limpios de esperanza y de amor”.
Esa verdad de la que Monseñor Romero fue siervo, un siervo sin distancias, un siervo, como ya lo vimos, con temores, con incertidumbres, con penas, con mortificaciones, con dudas…
El 12 de abril de 1979 (Jueves Santo), predicó Monseñor: “… Amor es entregarse. Amor es no reservarse nada para sí. Amor es darse por completo a la muerte si es necesario”.
Es con todo ello que Romero sirve al pueblo, pero de la mano de su Dios y no conforme a su entender exclusivamente racional… Romero es pastor, pero no es el pastor que busca la seguridad en medio de las inseguridades de su rebaño.
Es por eso que lo matan, es por eso que al arrebatarle la vida, la entrega, y como lo expresa el sacerdote ya citado, Guillermo Chaves, Dios susurra al oído de Romero:
“¡Vení vos!,
porque tu cayado de pastor cercó de esperanza
los miedos del rebaño,
cuando la jauría quiso dispersarlo.
¡Vení vos!,
porque cuando los dejaron muertos,
tu boca empapó los caminos con saliva de profeta
y bajaste al cementerio clandestino
de la soledad y el dolor.
¡Vení vos!,
a quien traspasaron los hijos modernos de las tinieblas,
porque te quedaste de pie,
quemando con mirada de pascua
el rostro blasfemo de la venganza.
¡Vení vos!,
bendito de mi Padre, ayudanos a perfumar con esencia de Romero
tanta parte hambrienta, matada y enferma.
¡Vení vos!,
que sos el pueblo hambriento, matado y enfermo.
Así se lo pidió Dios el 24 de marzo de 1980, a la hora del ángelus,
en el altar de la Capilla del Hospital de la Divina Providencia”.
Es por ello, que como lo hiciera el Papa Francisco muchos años más tarde, le pide Romero al pueblo que oren por él.
Y en la fuerza de esa oración, es que Romero puede hacer su propio camino hacia la muerte, con los ojos puestos en Jesucristo:
En las heridas de su cabeza por la corona de espinas.
En las heridas de sus pies y sus manos por los clavos.
En la herida de su costado.
En las heridas de su espalda desgarrada por el látigo de la crueldad.
Y al mirar a Jesucristo herido, mira a su pueblo herido, y en medio de esas heridas les da esperanza: “Esos desaparecidos aparecerán. Ese dolor… será Pascua de Resurrección si nos unimos a Cristo”.
Hoy a 34 años del magnicidio, las palabras y obras de Monseñor Romero nos interpelan: a los que participamos consciente o inconscientemente, en la violencia y destrucción que hoy vive el mundo.
Y hablando de violencia y destrucción: ¿Qué decir de nuestra Costa Rica?: una Costa Rica que se dice cristiana (Católica o Protestante, las etiqueta son lo de menos), pero sin conversión y sin fe, arrodillada a los capitales, a la política egoísta, al poder.
Despreocupada por los pobres, porque no los ven como sus compatriotas, como seres humanos, como sus hermanas y hermanos, como algo de su incumbencia…
Hoy Costa Rica está en idolatría: porque se ha inclinado al dinero, a los intereses mezquinos, a la seguridad egoísta (“Que me importan a mí los demás, mientras yo esté bien”)
Entre tanto, entre los pobres, está Jesucristo pobre: explotado y oprimido… debemos confesar ante Dios Todopoderoso y ante nuestros hermanos, que hemos pecado mucho, contra ese Jesucristo que está en los pobres, por nuestros pensamientos egoístas, por nuestras palabras a favor de un sistema injusto, por nuestras omisiones en pro de la justicia.
Como golpean las palabras de Romero, que podríamos decir describen la vivencia de las mayorías cristianas en nuestro país: “Se quiere conservar un evangelio tan desencarnado que, por lo tanto, no se mezcla en nada con el mundo que tiene
que salvar. Cristo ya está en la historia. Cristo ya está en la entraña del
pueblo. Cristo ya está operando los cielos nuevos y la tierra nueva”.
Y en otro momento dice: “No podemos segregar la palabra de Dios de la realidad histórica en que se pronuncia… Se hace palabra de Dios porque anima, ilumina, contrasta, repudia, alaba lo que se está haciendo hoy en esta sociedad”.
Y luego dice: “Todas las costumbres que no estén de acuerdo con el evangelio hay que eliminarlas si queremos salvar al hombre. Hay que salvar no el alma a la hora de morir el hombre; hay que salvar al hombre ya viviendo en la historia”.
Y más adelante expresa: “Cuando Cristo confesó que él era el Hijo de Dios, lo tomaron por blasfemo y lo sentenciaron a muerte. Y la Iglesia sigue confesando que Cristo es el Señor, que no hay otro. Y cuando los hombres están de rodillas ante otros dioses, les estorba que la Iglesia predique a este único Dios. Por eso choca la Iglesia ante los ídolos del poder, ante los idólatras del dinero, ante los que hacen de la carne un ídolo, ante los que piensan que Dios sale sobrando, que Cristo no hace falta, que se valen de las cosas de la tierra: ídolos. Y la Iglesia tiene el derecho y el deber de derribar todos los ídolos y proclamar que sólo Cristo es el Señor”.
El 19 de junio de 1977, Romero dijo: “Yo creo que hemos mutilado el Evangelio Hemos tratado de vivir un Evangelio muy cómodo, sin entregar nuestra vida, solamente de piedad, únicamente un evangelio que nos contestaba a nosotros mismos”.
Nos decimos cristianos, pero hemos cerrado los ojos: “Cristo ha aparecido… con las señales de una liberación: sacudiendo los yugos opresores, trayendo alegría a los corazones, sembrando esperanza. Y esto es lo que ahora está haciendo Dios en la historia”.
Y respecto a la Iglesia dijo Monseñor: “La Iglesia, no abarca todo el reino de Dios. El Reino de Dios está más afuera de las fronteras de la Iglesia y, por lo tanto, la Iglesia aprecia todo aquello que sintoniza con su lucha por implantar el Reino de Dios. Una Iglesia que trata solamente de conservarse pura, incontaminada, eso no sería Iglesia de servicio de Dios a los hombres (3 de diciembre de 1978)
Es por eso que hoy, a 34 años de la muerte de Romero, en este tiempo de Cuaresma del 2014, los cristianos y cristianas, deben seguir escuchando el grito de los oprimidos, del ecosistema mismo y luchando por su liberación.
Ante esta misión, solo nos queda decir: “Monseñor Romero, ruega por nosotros”…
Avance de la película «Romero» con Raúl Julia