El desafío al que nos enfrentamos no es interesar a los jóvenes por la política, es interesar a nuestra política por los jóvenes, ¿qué le está ofreciendo nuestra política a ellos?
Daniela Chaves Matamoros
La relación entre los jóvenes y la política ha sido un tema tan cuestionado como recurrente en los debates actuales, especialmente ante esta percepción de “apatía juvenil” hacia los sistemas políticos tradicionales. No obstante, ¿es veraz esta afirmación? Antes de señalar a los jóvenes, etiquetarlos y aislarlos por dicho “desinterés”, es imperativo poner en mesa de discusión lo que está fallando en nuestra política para no atraer a este grupo etario del cual formo parte.
El mito de la representación
Actualmente hablamos de una “crisis de representación”, aspecto fundamental de analizar en un sistema que se hace llamar una democracia participativa. Es frecuente escuchar esta idea de que las personas jóvenes encontramos “voz” a través de representantes que supuestamente, abogan por nuestros intereses. Lastimosamente, en la práctica, estas representaciones suelen ser limitadas, simbólicas (un “saludo a la bandera”) o hasta inexistentes. Nuestros sistemas políticos tradicionales carecen de liderazgos juveniles auténticos. Es importante destacar, que en el Art. 93 de nuestra Constitución Política y en nuestro Código Electoral, el derecho al sufragio junto al conjunto de derechos políticos electorales, se concreta al cumplir 18 años de edad; sin embargo, nuestras esferas de poder continúan siendo dominadas por generaciones de personas adultas o adultas mayores (en una gran mayoría hombres), cuyas prioridades y visión de vida, entre otros factores, frecuentemente no responden a las preocupaciones y demandas de los jóvenes. Esta desconexión que persiste entre nuestro sistema y las demandas de los jóvenes perpetúa el desencanto que tanto se debate.
Un sistema que no procesa sus demandas
Debemos reconocer que este “desinterés” de los jóvenes por la política no surge de la indiferencia ni de forma autónoma o por generación espontánea, sino que es el resultado de un sistema que no responde a las demandas más urgentes de las nuevas generaciones: acceso a educación de calidad, empleo digno, vivienda, cambio climático y derechos humanos. Conocemos que cuando nuestras instituciones políticas no logran canalizar con éxito estas preocupaciones, las personas jóvenes recurren a otros medios tales como el activismo social (recientemente manifestado en RRSS también) y las plataformas digitales, dejando en un segundo plano a nuestros sistemas políticos tradicionales.
En un contexto marginado: tendencias peligrosas
Ante un sistema incapaz de canalizar, o que directamente ignora, las demandas de los jóvenes, es imposible que este proceso continúe y resulte en las respuestas a estas demandas. Si hablamos de que lo que exigen los jóvenes, nos podemos referir a algo tan “básico” como el reconocimiento y garantía de sus Derechos Humanos (algo que en principio es inherente a los seres humanos): ¿a qué realidades se están enfrentando?, ¿cómo hacerles frente a estas realidades si los espacios legítimos de participación ciudadana los excluyen?, ¿cuáles son sus aspiraciones?
Nuestras niñas, niños y jóvenes se enfrentan a desafíos tales como un sistema educativo público en crisis, el cual de antemano ya condiciona sus oportunidades de desarrollo humano y movilidad social. Se enfrentan también al aumento de la pobreza en sus hogares (Programa Estado de la Nación, 2024); a una Costa Rica cada vez más “rica”, pero nunca tan desigual. Se enfrentan a diario a un país “pacífico”, en el cual con mayor frecuencia e incluso “normalidad”, las personas jóvenes escuchan cómo sus compañeros ycompañeras de aula han sido asesinados por el crimen organizado… y todo esto lo enfrentan con sus manos atadas por muchos factores y entre ellos, por la noción preconcebida de que de todas formas son un grupo sin interés en lo que sucede. ¿Cómo podrían cambiar su realidad si los espacios de incidencia los categorizan como “desinteresados”?
Todo esto desemboca en la proliferación de tendencias peligrosas para nuestros sistemas políticos tradicionales: ¿a dónde está dirigiendo su apoyo las personas jóvenes (las que sí participan)? Este conjunto de condiciones están “empujando” a nuestras juventudes a buscar alternativas peligrosas, como el populismo o movimientos antisistema, los cuales son las formas de pensamiento que mejor saben jugar con esta frustración y hacerla sentir “canalizada”. Este fenómeno no es sólo preocupante para la estabilidad democrática de nuestro país, sino que también evidencia la responsabilidad de los sistemas políticos tradicionales en la radicalización de ciertos sectores de nuestras juventudes.
Si el sistema no funciona, ¿para qué apoyarlo?
Nos encontramos ante un gran dilema: si nuestras instituciones o nuestros sistemas en su conjunto, no logran adaptarse a las necesidades y expectativas de nuestras juventudes, lo consiguiente será cuestionar el valor de involucrarse en una estructura que se percibe como ineficaz (proceso que ya inició). Ello no es un sinónimo de “apatía”; interpretarlo de esta forma sería una mala traducción del panorama, entendido lo anterior, como una muy simplista y que resta responsabilidad a la raíz del problema; sino, de una postura crítica hacia un modelo que no logra satisfacer las aspiraciones de las personas jóvenes, ni cumple con su rol transformador… ¿Y si el sistema no funciona, por qué debería apoyarlo?
Antes de acusar a los jóvenes: ¿dónde tenemos a nuestras personas jóvenes?
Como he mencionado, esta narrativa que se promueve donde se describe a las personas jóvenes como “apáticos de la política”, ignora por completo los contextos en los que se encuentran y el resto de la “sintomatología” del problema. Hablamos de altas tasas de desempleo, dificultades en el acceso a la educación (muchas veces la única oportunidad real de desarrollo), preocupaciones por el avance del cambio climático (el cual limita su desarrollo) así como el crecimiento del crimen organizado en sus territorios, entre otra serie de expectativas las cuales resultan en barreras que dificultan su involucramiento en la política.
Antes de acusar a las personas jóvenes, ¿se ha cuestionado dónde están los jóvenes? ¿Por qué no están en esa mesa para contribuir a la discusión? Las respuestas pueden ser varias y entre ellas se puede destacar que la ausencia se da porque aquel que tenga suerte, está preparándose arduamente para ingresar a un mercado laboral que no reconocerá todo el esfuerzo de su preparación, ¿cuántos jóvenes profesionales no acaban trabajando en “callcenters”? Pero ¿y aquel que no tenga tanta suerte? Tal vez, no estarán en esa mesa porque han sido reclutados por el crimen organizado, ¿si ellos son los que emplean, o no? (…nótese la ironía en el tono). Antes de señalar y acusar, volteemos a ver dónde están nuestros jóvenes y en qué condiciones están se debe pensar, ¿viven en un sistema al que son indiferentes o sobreviven en un sistema para el cual son indiferentes?
Existe interés por la política, no por la política partidaria
Nuestras juventudes no han perdido el interés en la política, su interés se ha transformado. Mientras los partidos políticos enfrentan una crisis de legitimidad, el activismo, las causas sociales y los movimientos independientes han emergido como las nuevas plataformas para que los jóvenes expresen su compromiso político. Mientras la participación juvenil en estructuras partidarias y políticas tradicionales se reduce, la participación de jóvenes en Organizaciones No Gubernamentales, marchas por la educación, así como en iniciativas locales entre otros, aumenta exponencialmente. Esto demuestra que, en efecto a los jóvenes SÍ les interesa transformar su realidad, aunque lo hagan fuera del marco partidario.
Conclusión
El desafío al que nos enfrentamos no es interesar a los jóvenes por la política, es interesar a nuestra política por los jóvenes, ¿qué le está ofreciendo nuestra política a ellos? Más allá de culpar a los jóvenes por “alejarse” de la política tradicional, debemos reivindicar nuestros sistemas políticos tradicionales para que realmente les ofrezcan oportunidades de incidencia y representación real (sin convertirlos en una mera “bandera de la representación”). Sin esta transformación, la brecha entre la juventud y la política continuará ensanchándose, poniendo en riesgo no solo la participación juvenil, sino también el futuro de nuestra democracia.
Por último, si aún persisten dudas sobre el sentir de las personas jóvenes, como mujer joven les puedo garantizar que, pese a la multiplicidad de realidades, persiste un sentimiento en común: el de la “Costa Rica robada”, aquella Costa Rica de antaño que muchos de ustedes bien conocieron y “nos han robado”, y por la cual algunos sentirán un “sabor agridulce” al recordarla y sentir que la “dejaron perderse”.
– Estudiante de Ciencias Políticas (UCR) – Relaciones Internacionales (UNA)