Enrique Gomáriz Moraga
Sorprendiendo a propios y extraños, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, acaba de anunciar que tiene la intención de acudir a la próxima reunión del G20, que tendrá lugar en octubre en la isla de Bali, Indonesia. El anuncio ha provocado bastante desconcierto, pero también una inmediata división en medios políticos internacionales. De un lado, quienes plantean que hay que prohibirle la llegada a esa cumbre e incluso que hay que pensar en la expulsión de Rusia del G20. De otro lado, quienes rechazan de entrada esa posibilidad. Como ya lo han manifestado las autoridades del país anfitrión, nadie tiene el derecho de pedir la expulsión de un país de ese grupo de coordinación de las 20 economías mas importantes del mundo, que incluye a los países emergentes.Aunque todavía faltan siete meses para que se abra la reunión, la discusión que ha provocado el anuncio de Putin sobre su asistencia, refleja bastante fielmente las posiciones sobre la Rusia de Putin que se han ido perfilando progresivamente en cuanto a como encontrar una solución que ponga fin a una guerra que, trágicamente, paga sobre todo la población ucraniana.
De un lado, se manifiesta la opción únicamente confrontativa. Según esta visión, Putin no entiende otro lenguaje que el de la fuerza, así que hay que combatirle por todos los medios, excluyendo solamente el de las armas nucleares, por la cuenta que nos tiene a todos. Sanciones económicas, entrega de armas a Ucrania, aislamiento de Rusia en los foros internacionales, entre otras muchas medidas.
En el lado opuesto, aparece la perspectiva principalmente diplomática. Habría que centrarse en lograr un proceso intenso de negociación diplomática, que incluya a Ucrania, para lograr un inmediato alto el fuego, que permita las conversaciones directas entre los líderes de los países implicados. El premio Nobel de la Paz, Oscar Arias, ha propuesto una conferencia inmediata entre Biden, Putin, Zelenski, Macron, Johnson y los representantes máximos de la UE, sin intermediarios, para encerrarse en algún lugar, sin salir de allí hasta llegar a un acuerdo.
Existe, sin embargo, una posición intermedia. En una entrevista publicada en el diario El País, el exjefe de gobierno francés, Dominique de Villepin, sugiere utilizar la vieja estrategia del palo y la zanahoria. “Con Putin -dice- hay que combinar sanciones máximas y mano tendida para negociar”. Y advierte: “No cometamos el error de hacer de la marcha de Vladímir Putin una condición previa a la negociación. Desde hace 20 años, hemos visto que la lógica del cambio de régimen no ha dado los resultados esperados”. El objetivo estratégico debe consistir en evitar una guerra larga, que implique “un número creciente de víctimas, una amenaza de extensión territorial del conflicto o de intensificación de los ataques, un riesgo en el terreno químico, bacteriológico o nuclear”.
Pero para lograr este objetivo hay que dejarle a Putin una salida no demasiado humillante. De vez en cuando, al mandatario ruso le gusta contar una anécdota de cuando era joven. Premunido de un palo, había conseguido arrinconar a una enorme rata, pero cuando el animal se encontró sin salida, saltó con furia hacia la cara de Putin. El joven esquivó el ataque, pero aprendió que no se debe arrinconar a una alimaña, cuando no están aseguradas todas las condiciones para neutralizarla.
Por esa razón es necesario encontrar una salida al enfrentamiento armado cuanto antes. Putin está políticamente condenado fuera de Rusia. Eso ya no tiene vuelta atrás en el mundo occidental. Pero cuando se le insulta o amenaza de forma gratuita, sólo se consigue crear un ambiente que Putin -buen judoca, capaz de usar a su favor la fuerza del oponente- sabe aprovechar para traducirlo en una ofensa a la nación rusa. Por ese camino, es muy probable que se sienta fortalecido en su espacio doméstico.
Parece mucho más inteligente impulsar sanciones robustas y consistentes, como respuesta a la invasión de Ucrania, pero sin hacer demasiados aspavientos (Zelenski goza demasiado de las exageraciones teatrales) y dejando siempre la puerta abierta a la negociación diplomática. Putin necesita poner fin a la guerra abierta para salir del atolladero en que se ha metido. Ya sabe que sus primeros planes de rápida victoria no han funcionado. Ahora solo queda un acuerdo sobre la base de un final en tablas, aunque sea aparente, o la continuación de la guerra hasta arrasar el país invadido. Como dice el exministro Villepin, se supone que eso no interesa a nadie. Aunque habría que matizar esa idea: un Putin rabioso y atemorizante si resulta buen reclamo para la fabricación de armas.