Yanis Varoufakis
En cuanto Román Abramóvich (último blanco de las sanciones de Gran Bretaña contra los oligarcas rusos) anunció que ponía en venta el Chelsea Football Club, se desató el frenesí de los medios. Una importante figura del atletismo, magnates de la City londinense y hasta un respetado columnista del Times, cada uno de ellos en representación de diferentes multimillonarios estadounidenses, se lanzaron sobre Londres en una carrera por comprar el club de fútbol. Entretanto, numerosas propiedades londinenses pertenecientes a oligarcas rusos entraron en un proceso de liquidación que llevaba mucho tiempo pendiente. ¿Por qué se ha tardado tanto tiempo?Dicho sea sin rodeos: por los fundamentos jurídicos de Occidente.
Cierto es que los líderes occidentales alentaron ese flujo. David Cameron, entonces primer ministro británico, apeló en 2011 a un público moscovita a que invirtiera en Gran Bretaña. Sin embargo, no fue difícil convencer a los oligarcas de que inundaran Londres con su dinero. La legislación de los países occidentales impide a los gobiernos y al público no sólo perturbar la riqueza almacenada en sus jurisdicciones, sino saber incluso dónde está y cuánta es. ¿Por qué, si no, se registrarían innumerables empresas en el estado norteamericano de Delaware, utilizando direcciones de apartados de correos que garantizan el anonimato de sus propietarios?
De hecho, las democracias occidentales otorgan incluso más protección a la riqueza extranjera frente a miradas escudriñadoras. En un informe de 2021 con un título muy apropiado, «El problema de cleptocracia en el Reino Unido», el centro de estudios de Chatham House, con sede en Londres, desveló que los visados privilegiados (“golden visas”) para oligarcas de todo el mundo se concedían después de realizer «controles que (…) eran únicamente responsabilidad de los bufetes y gestoras de patrimonio que los representaban».
En mi país, Grecia, después de la quiebra efectiva de nuestro Estado en el año 2010, un oligarca podía comprar, sin responder a pregunta alguna, un visado privilegiado, al que acompañaba un visado para el espacio Schengen (la oportunidad de vivir y viajar sin restricciones dentro de la Unión Europea) por unos miserable 250.000 euros. Otros países de la eurozona que sufren tensiones fiscales venden visados similares, en una espiral descendente que es muy del agrado de los oligarcas de todo el mundo.
Si bien hay buenas razones para centrarse en los dineros rusos, ahora que las bombas rusas destruyen ciudades ucranianas, resulta desconcertante que sólo a los multimillonarios rusos se les denomine oligarcas. ¿Por qué considerar la oligarquía, es decir el gobierno (arjé) de unos pocos (oligoi), un fenómeno exclusivamente ruso? ¿No son oligarcas los príncipes saudíes o los de los Emiratos? ¿Acaso los multimillonarios estadounidenses, como los que ahora se lanzan a comprar el Chelsea F.C., sacan de matute menos dinero de su país que sus colegas rusos, o gozan de menos influencia política? ¿Hacen uso de ese poder mejor que los rusos?
El 0,01% más opulento de Rusia (el 1% superior del 1% superior) se ha llevado de Rusia cerca de la mitad de su patrimonio, unos 200.000 millones de dólares (180.000 millones de libras esterlinas) con el fin de guardarlo en el Reino Unido y otros paraísos fiscales. Al mismo tiempo, el 0,01% más rico de los norteamericanos sacó de los Estados Unidos alrededor de 1,2 billones de dólares, sobre todo para evitar el pago de impuestos. De modo que en órdenes de magnitud, por cada dólar que los plutócratas rusos acumulan en el extranjero para evitar inspecciones, los plutócratas estadounidenses ocultan diez dólares de los suyos.
Por lo que respecta a la influencia política relativa de los multimillonarios rusos y estadounidenses, no está en absoluto claro cuál es mayor. Aunque no hay duda de la proximidad de una serie oligarcas rusos al presidente Vladímir Putin, goza él de mayor más control sobre ellos del que tiene el gobierno norteamericano sobre sus multimillonarios. Desde el fallo en 2010 del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, que otorgó a las grandes empresas el derecho a efectuar donaciones políticas como si fueran personas físicas, el 0,01% más rico de estadounidenses ha realizado el 40% de todas las aportaciones a las campañas. Se ha demostrado que se trata de una excelente inversión con vistas a proteger la riqueza.
¿Es casual que desde la «desregulación» de la financiación de las campañas, los multimillonarios estadounidenses hayan conseguido el menor tipo impositivo en más de una generación, y el menor de todos los países ricos? ¿Es accidental la enorme escasez de recursos de la Hacienda norteamericana? Según un fundamentado estudio empírico del historial legislativo de los Estados Unidos, nada de esto es un accidente: la correlación entre lo que aprueba el Congreso y lo que prefiere la mayoría de los estadounidenses no es significativamente mayor que cero.
De modo que si los multimillonarios que no son rusos también son oligarcas, ¿será que el exclusivo énfasis sobre los rusos que hay en Occidente significa que «nuestros» oligarcas y aquellos que nutren nuestros aliados son en cierto sentido mejores? Entramos aquí en un terreno ético movedizo.
Sostener que los multimillonarios sauditas responsables de una década de devastación en Yemen son «mejores» que Abramóvich constituye algo ridículo. Putin se sentiría vindicado si nos atreviésemos a afirmar que los petroleros estadounidenses que hicieron su agosto con la invasión ilegal de Irak por parte de los Estados Unidos y el Reino Unido son moralmente superiores a los dueños de Rosneft y Gazprom. A buen seguro, los oligarcas de Putin hacen la vista gorda cada vez que se liquida en Rusia a algún periodista valeroso. Pero al mismo tiempo, Julian Assange, fundador de WikiLeaks, languidece en una prisión de alta seguridad británica, en condiciones cercanas a la tortura, por haber denunciado los crímenes de guerra cometidos por los países occidentales tras la invasión ilegal de Irak. ¿Y cómo respondieron los oligarcas y gobiernos de Occidente cuando sus socios comerciales saudíes descuartizaron a Yamal Khashoogi, columnista del Washington Post?
Tras la invasión de Ucrania por parte de Putin, el gobierno británico declaró su determinación de rasgar el velo de secretismo y engaño que encubre el dinero estacionado en Gran Bretaña frente a las autoridades policiales y fiscales. Está por ver que la realidad esté a la altura de la retórica. Hay ya señales de tensión entre las aspiraciones de confiscar el dinero de los oligarcas y el imperativo de mantener Gran Bretaña «abierta a los negocios». Tal vez el único motivo de esperanza que ofrece la tragedia ucraniana es que ha creado una oportunidad para poner en la mira a todos los oligarcas, no sólo a los que llevan pasaporte ruso, sino también a sus colegas norteamericanos, saudíes, chinos, indios, nigerianos y, por supuesto, griegos. Un excelente punto de partida serían las mansiones londinenses que, de acuerdo con lo que nos cuenta Transparencia Internacional, se encuentran vacías. ¿Por qué no cederselas a refugiados de Ucrania y Yemen? Y ya que estamos, por qué no entregarle el Chelsea FC a sus aficionados.
Yanis Varoufakis Co-fundador del Movimiento por la Democracia en Europa (DIEM25), Yanis Varoufakis es diputado y portavoz de este grupo en el Parlamento griego y profesor de economía de la Universidad de Atenas. Es ex-ministro del Gobierno de Syriza, del que dimitió por su oposición al Tercer Memorándum UE-Grecia. Es autor, entre otros, de «El Minotauro Global».
Fuente: Sbilanciamoci
Traducción: Lucas Antón