Sebastiaan Faber, Oberlin College and Conservatory
Cuando un viejo Abe Osheroff recordó por qué alguien como él, un joven de 21 años del barrio Brownsville de Brooklyn, se había alistado como voluntario en las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil española en 1936, lo presentó como una decisión personal y ética.
“Algunos de mis amigos ya estaban yendo. Algunos habían muerto o habían sido heridos (…) Entonces vi imágenes de lo que estaba ocurriendo (…) Bombardeos, civiles en pedazos por todas partes… Sabía que si no iba, viviría avergonzado el resto de mi vida”.
Hoy, sus palabras parecen evocar los testimonios de individuos de todo el mundo que están dispuestos a arriesgar sus vidas para ayudar a Ucrania en su desesperada lucha contra la invasión rusa.
“¿Sentarse y no hacer nada? Tuve que hacerlo cuando Afganistán se desmoronó y me pesó mucho. Tenía que actuar”, confesó un veterano estadounidense a un periodista del New York Times antes de dirigirse al este.
Animados por el presidente ucraniano Volodímyr Zelensky, los voluntarios se están apuntando –según algunos informes, por miles– para unirse a las filas de lo que The Guardian ha llamado “la brigada internacional más importante desde la guerra civil española”.
Pero por muy tentadora que nos resulte la comparación, establecer esa analogía entre la España de los años 30 y la Ucrania actual contribuye más a oscurecer que a comprender cualquiera de los dos conflictos.
En algunos casos, veo que la analogía se basa en marcos distorsionados heredados de la Guerra Fría; en otros, parece estar impulsada por un descarado oportunismo.
Similitudes superficiales
La Guerra Civil española estalló en el verano de 1936 después de que un golpe militar, dirigido por el general Francisco Franco y otros oficiales, fracasara en su intento de derrocar al gobierno del Frente Popular, una coalición liberal-progresista que había sido elegida democráticamente para dirigir la Segunda República española.
Pero mientras el gobierno republicano consiguió mantener las mayores ciudades de España y aproximadamente la mitad del territorio nacional, los rebeldes se hicieron con el control de la otra mitad. Y procedieron a librar una guerra sangrienta.
Las fuerzas republicanas se enfrentaron a un ejército rebelde bien equipado al que la Alemania nazi y la Italia fascista habían suministrado soldados, aviones, armas y tanques. En cambio, otras democracias abandonaron a la república a su suerte, con más de dos docenas de países firmando un pacto de no intervención. La república también fue excluida del mercado internacional de armas, dejando sólo a la Unión Soviética y a México como fuentes de apoyo militar. Tras la derrota de la república en 1939, una dictadura militar represiva encabezada por Franco gobernó España durante los siguientes 36 años.
Osheroff fue uno de los aproximadamente 2 800 voluntarios estadounidenses –y más de 35 000 de todo el mundo– que acudieron a España para ayudar a combatir el fascismo. Estos combatientes extranjeros fueron reclutados en su mayoría a través de organizaciones comunistas, aunque muchos no eran comunistas. Lo que tenían en común era su firme oposición a todo lo que representaba el fascismo. Al llegar a España, los voluntarios se convirtieron en miembros plenamente integrados en el Ejército Republicano Español, donde la mayoría de ellos sirvieron en una de las cinco Brigadas Internacionales.
Como estudioso de la Guerra Civil española y su legado, puedo ver por qué mucha gente estaría tentada de leer la guerra en Ucrania a través de una lente española.
Al igual que en la España de la guerra civil, las ciudades ucranianas están siendo bombardeadas y los civiles están muriendo, mientras que los atacados están oponiendo una defensa inesperadamente persistente contra un enemigo mucho más fuerte. Como en España, la guerra está produciendo flujos aparentemente interminables de refugiados. Y, como en España, la guerra parece reflejar un grado inusual de claridad moral: “Es un conflicto en que está claro cuál es el lado bueno y cuál el malo”, declaró un veterano estadounidense, mientras el destino del mundo parece pender de un hilo.
Motivados por la solidaridad de clase
Sin embargo, las analogías históricas nunca son perfectas, rara vez son útiles y a menudo son engañosas. Por un lado, la geopolítica de hoy tiene poca relación con la de los años treinta. En 1936 no existía la OTAN, solo una débil e ineficaz Sociedad de Naciones, y no había amenaza de guerra nuclear.
Además, los voluntarios que se alistaron en las Brigadas Internacionales en 1936, procedentes de Europa, América, Oriente Medio y Asia, tenían poco en común con los veteranos de combate y los nacionalistas ucranianos que se alistan hoy, y cuya política, como ha informado NPR, es imprecisa y puede inclinarse hacia la derecha o la extrema derecha. Aunque la invasión rusa viola claramente la soberanía ucraniana, los que defienden a Ucrania representan ideologías que abarcan todo el espectro político.
En cambio, muy pocos de los voluntarios en España tenían formación o experiencia militar. Y si Osheroff sabía que la guerra española también era su causa, se debía a que había crecido impregnado de política progresista.
Él y sus compañeros brigadistas estaban impulsados por la solidaridad internacionalista, que es la base del movimiento obrero, pero también tenían un interés personal en la lucha. Muchos de ellos eran judíos e inmigrantes; pertenecían a una generación que, como ha escrito la historiadora Helen Graham, se resistía a “los intentos, por parte del fascismo, solo o en coalición, de imponer violentamente las jerarquías étnicas y de clase tanto antiguas como nuevas en todo el continente”.
La analogía flaquea también en otros aspectos. El medio millón de refugiados españoles que huyeron de España en los últimos meses de la guerra no fueron recibidos con los brazos abiertos. El gobierno francés los metió en campos de concentración, mientras que la mayoría de los países del mundo cerraron sus fronteras, con algunas excepciones notables, como México. Durante la ocupación alemana de Francia, hasta 15 000 de los republicanos españoles internados en Francia fueron deportados a campos nazis, donde murieron unos 5 000.
Sin embargo, en 1945, cuando Europa se liberó del fascismo, los Aliados decidieron dejar a Franco en paz y le permitieron mantener su control sobre España. Para los años 50, Franco se había convertido en un aliado de Estados Unidos en la Guerra Fría.
Esa misma Guerra Fría reconfiguró cómo se narraría la historia de la Guerra Civil española. En EE.UU., era común pintar a los voluntarios antifascistas como tontos útiles de la URSS. En 1984, el presidente Ronald Reagan dijo que los estadounidenses en España se habían unido al bando equivocado.
Impulsados por la guerra de Ucrania, algunos de estos clichés de la Guerra Fría se están deslizando de nuevo en el periodismo convencional. El reportero del New York Times que cubría a los combatientes internacionales de Zelensky, por ejemplo, escribió que la aventura de los estadounidenses en España, “a menudo romantizada como un valiente preludio de la lucha contra los nazis”, había “terminado mal”. En realidad, muchos de los que lucharon contra el fascismo en España pasaron a formar parte de los ejércitos aliados en la Segunda Guerra Mundial. Otros formaron la columna vertebral de los movimientos de resistencia en los territorios ocupados por los nazis y los fascistas.
Invocar la Guerra Civil española para enmarcar la invasión de Ucrania como un enfrentamiento entre el fascismo y el antifascismo, además, da munición a la narrativa del Kremlin, que pretende presentar la “operación militar especial” como un esfuerzo para “desnazificar” a su vecino occidental.
Si hay una forma de aplicar la analogía ucraniana con España, es la forma trágica en que el país está siendo utilizado como baza en una batalla entre las grandes potencias del mundo.
En julio de 1937, el cineasta holandés Joris Ivens, la periodista Martha Gellhorn y el novelista Ernest Hemingway visitaron la Casa Blanca para proyectar “La Tierra Española”, el documental de Ivens sobre la guerra. Tras ver la película –Gellhorn lo recordó en una carta de 1938–, el presidente Franklin D. Roosevelt comentó: “España es un sacrificio vicario para todos nosotros”.
El mismo terrible destino parece estar reservado para Ucrania y su pueblo.
Sebastiaan Faber, Professor of Hispanic Studies, Oberlin College and Conservatory
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.