Mauricio Castro Salazar
A mediados de julio supe que estaba mal —si voy en diciembre lo iré a ve— me dije… en la primer semana de noviembre pasó a La Eternidad…“Soy Cartago al cuadrado” —nos decía muchas veces, porque su cédula empezaba con un 9. En Cartago quedaron sus restos, “soy churuco” —agregaba, para ser más preciso. En San Rafael de Oreamuno fue su entierro.
“En política la palabra y la honestidad son lo único que valen”—repetía siempre. Fue dirigente de la Juventud y del Partido, también fue dirigente sectorial, barrial, distrital, cantonal, provincial y nacional, regidor, presidente municipal, diputado… fiel creyente del régimen municipal; “fue municipalista” —creo que es el término apropiado.
Trabajador incansable, con una capacidad de análisis impresionante, de chispa brillante, simpático, saprissista, contador de anécdotas, con oídos prestos y paciencia para escuchar siempre, amigo de los amigos en las buenas y en las malas; y siempre familia de su familia.
Padre y esposo comprometido y orgulloso de los suyos. Tres hijas y dos hijos le dio la vida.
Lo conocí a finales de los 70 principios de los 80. Me recogió con una pala cuando perdí las elecciones de la FEUCR: “venite y nos ayudas, trabajando con gente que de verdad lo necesita” y fue además de mi amigo, mi jefe. Se comprometió con la gente más vulnerable hasta sus últimos días.
“Tugurios” —decía yo, pero la gente que vivía en tugurios decía “ranchos”, él solo me veía como diciéndome no seas tecnócrata, no seas jupón… Me dejó seguir con mi error. Publicamos “La voz del Tugurio” que por mi majadería no se llamó “La voz de los ranchos” como quería la gente, los golpes me hicieron entender que “un rancho” es “un rancho” aunque la tecnocracia diga que “un rancho es un tugurio” y a entender que cuando la gente tiene propiedad de su rancho, las mejoras empiezan, por eso siempre luchó porque la gente fuera propietaria de su terrenito.
Cuando el movimiento evangélico tomó fuerza, y siendo él muy católico, fue de los primeros en decir: tenemos que trabajar “con los hermanos en Cristo Jesús” y agregaba: “como dice Monseñor* que debemos tratarnos siempre” —y efectivamente, con la sinceridad que lo caracterizaba y como hermano cristiano, trabajó hombro a hombro con pastores y curas.
Con el tiempo nos alejamos, pero no dejamos de estar en contacto. Mi trabajo fuera del país o de San José y las ocupaciones fueron la justificación. Pero cada vez que podía pasaba a verlo, caía sin llamarlo y sin cita, aunque estuviera ocupadísimo sacaba su rato para conversar y tomarnos un café.
En el segundo semestre del 2020 y primer trimestre del 2021 lo disfruté muchísimo en los almuerzos y conversaciones virtuales “quédate en casa” —a la que nos obligó la pandemia— que un grupo de amigos organizaba —y organiza todavía— para hablar de política y de la realidad mundial, nacional, provincial y cantonal. Guido fue siempre la chispa que alegraba ponía pimienta en esas reuniones.
Guido Orlando Granados Ramírez dejó huella, caminos, muchas casas, gente que lo aprecia y amigos. Y si algo he aprendido en mis trabajos por los campos, bosques y veredas de nuestra Centroamérica es que la tradición milenaria y saberes que llevamos en nuestro ADN, dicen que la gente se muere cuando la olvidamos.
Guido es una de esas personas que no se puede olvidar, por eso siempre se quedará con nosotros.
* Se refería a Monseñor Arrieta