Parque Okayama

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Carlos Revilla Maroto

Carlos Revilla

Cuando uno va a Desamparados o regresa al sector este de San José (Zapote), por la ruta de San Francisco de Dos Ríos (La Pacífica), se ve un parque, y uno siempre piensa ¡que parque más bonito! Estoy hablando, por supuesto, del Parque Okayama; por eso recientemente decidí visitarlo. Pensé que después de la trilogía de parques (Nacional, España y Morazán), no escribiría de nuevo sobre algún otro, pero retomé el tema, por la historia tan particular que tiene.

El lugar fue hecho para conmemorar los 30 años de hermandad entre las ciudades de San José y Okayama, en Japón, que contribuyó con el diseño del parque, mientras la realización del proyecto, estuvo a cargo de la arquitecta costarricense Mayela Fallas. El nuevo parque se ubicó en el antiguo sitio de la plaza de fútbol de La Pacífica.

El parque fue inaugurado el 1º de mayo de 2002 con la visita de una delegación de Okayama y la alcaldía de San José. Dado que su gestación se debe a los lazos de Okayama con la capital, el parque fue diseñado basándose en los principios del Feng Shui Japones (minimalismo), y en un parque de la ciudad de Okayama.

Es muy visitado los fines de semana, las noches de casi cualquier día que no llueva (cuenta con iluminación total), y en la estación seca a toda hora, por las vacaciones de los estudiantes. También sirve el parque como zona de taxis, y a su alrededor, el comercio ha crecido y nuevos negocios han abierto. Por ser tan especial, ha sido también aprovechado en diversas ocasiones para filmar anuncios comerciales. Adicionalmente, con cierta regularidad se realizan actividades tanto religiosas como conciertos.

El norte del parque se reservó para una pequeña cancha de fútbol de tierra, con porterías y dimensiones pensadas especialmente para que los niños jueguen ahí. El muro que separa el parque con el pequeño grupo de casas que se ubican en el costado norte del cuadrante donde se asienta el parque (el parque ocupa el 90% de la cuadra) fue destinado al arte urbano, específicamente al grafitti, tan de moda últimamente en parques y muros de la periferia de San José, e incluso en algunos lugares céntricos.

Luego existe un área de juegos infantiles, incluyendo columpios, sube-y-bajas, pasamanos y otros, que fueron hechos en su mayoría de madera curada. Con esto se evita que se calienten durante el día (tan común en los juegos de metal), y se evita lesiones en los niños (como cortaduras o golpes).

Posteriormente se ubica un puente-túnel, un jardín de piedras blancas, y un quiosco de madera y bambú. A continuación está el estanque, con un buen número de patos, y el anfiteatro, que tiene una capacidad para unas 100 personas sentadas.

Finalmente, se halla una pequeña colina, donde hay fuentes y desde donde se origina la cascada que desemboca en el estanque. También es en el montículo donde se ubica la estatua de Momotarō, donada por la ciudad de Okayama. Detrás de este montículo, está una explanada verde, que sirve de acceso sur al parque.

La estatua de Momotarō es lo que me motivo a escribir sobre el parque. Pero bueno, ¿quién es ese personaje? La placa en la estatua lo aclara, así que reproduzco el texto a continuación:

Estatua Momotaro Parque Okayama

El cuento de Mmotaro

Momotaro es un cuento popular de Okayama, Japón. Con motivo del 30 aniversario de la hermandad con la ciudad de San José, Okayama le obsequió al pueblo de San José una estatua de Momotaro.

Este cuento comienza cuando un viejo matrimonio no puede tener hijos. Un día cuando la esposa va al río a lavar la ropa, de repente un gran durazno viene aguas abajo. La esposa lo recoge, lo lleva a su casa y al partirlo en dos, del durazno sale un niño sano y hermoso. Momotaro fue criado con mucho amor por el matrimonio y creció hasta ser un buen mozo.

Desde hacía mucho tiempo el pueblo donde vivía Momotaro había sido atacado por los ogros quienes provenían de la isla de los ogros cruzando el mar. Provocando repetidos ataques a los aldeanos, en agradecimiento al matrimonio quien lo crió Momotaro decidió castigar a los ogros.

Momotaro viajó a la isla de ogros llevando consigo Kíbi Dango (dulce típico de Okayama) preparado por su vieja madre, y en compañía de un mono, un faisán y de un perro quienes estaban a su servicio. Después de un largo camino y atravesando el mar al fin llegaron a la isla donde tuvieron que luchar con muchos ogros. La batalla resultó difícil, pero acabó con la victoria de Momotaro. Entonces los ogros juran fidelidad a Momotaro y le prometen no molestar nunca más a los aldeanos. Luego Momotaro, sus compañeros y sus padres vivieron felices para siempre.

Así como el pueblo de Okayama quiere a esta estatua de bronce y lo que representa, esperamos que la gente de San José llegue a sentir el mismo cariño y simpatía que nosotros y que así como Momotaro la hermandad entre las ciudades de Okayama y San José crezca fuerte y llegue a beneficiar las futura generaciones del siglo 21.

No conocía este cuento-leyenda de Japón, la placa obviamente, nos presenta un resumen, por lo que creo oportuno transcribirles la versión completa del cuento, que lo pongo como anexo al final de la columna.

Este parque resultó una agradable doble sorpresa, tanto por su diseño, que se sale de lo corriente, así como por la estatua y el cuento de Momotarō, que le da un toque especial, inédito en otros espacios similares. Es un lugar bonito para visitar, hay muchos restaurantes y bares cerca, por si quieren darse un vuelta y conocerlo.

 
Momotaro

Momotaro

Anónimo

Una vez, hace mucho tiempo, en un pueblecito de la montaña, un hombre muy viejo y una mujer muy vieja vivían en una solitaria cabaña de leñador.

Un día que había salido el sol y el cielo estaba azul, el viejo fue en busca de leña y la anciana bajó a lavar al arroyo estrecho y claro, que corre por las colinas…¿Y qué es lo que vieron? Flotando sobre el agua y solo en la corriente, un gran melocotón. La mujer exclamó:

-¡Anciano, abre con tu cuchillo ese melocotón!

¡Qué sorpresa! ¿Qué es lo que vieron? Dentro estaba Momotaro, un hermoso niño. Se llevaron a su casa a Momotaro, que se crió muy fuerte. Siempre estaba corriendo, saltando y peleándose para divertirse, y cada vez crecía más y se hacía más corpulento que los otros niños del pueblo.

En el pueblo todos se lamentaban:

-¿Quién nos salvará de los Demonios y de los Genios y de los terribles monstruos?

-Yo seré quien los venza -dijo un día Momotaro-. Yo iré a la isla de los Genios y los venceré.

-¡Denle una armadura! -dicen todos-. Y déjenlo ir.

Con un estandarte enarbolado va Momotaro a la isla de los Genios. Va provisto de comida para mantener su fortaleza.

Por el camino se encuentra a un Perro que le dice:

-¡Guau, guau, guau! ¿Adónde te diriges? ¿Me dejas ir contigo? Si me das comida, yo te ayudaré a vencer a los Demonios.

-¡Ki, ki, kia, kia! -dice el Mono-. ¡Momotaro, eh, Momotaro, dame comida y déjame ir contigo! ¡Les daremos su merecido!

-¡Kian, kian! -dice el Faisán-. ¡Dame comida e iré con ustedes a la isla de los Genios y los Demonios para vencerlos!

Momotaro, con el Perro y el Mono y también con el Faisán, se hace a la vela para ir al encuentro de los Genios y derrotarlos. Pero la isla de los Demonios está muy lejos y el mar, embravecido.

El Mono desde el mástil grita:

-¡Adelante, a toda marcha!

-¡Guau, guau, guau! -se oye desde la popa.

Y en el cielo se oye:

-¡Kian, kian!

Nuestro capitán no es otro que el valiente Momotaro. Desde lo alto del cielo el Faisán espía la isla y avisa:

-¡El guardián se ha dormido! ¡Adelante!

-¡Mono, salta la muralla! ¡Vamos, prepárense!

Y grita:

-¡Eh, ustedes, Demonios, Diablos, aquí estamos! ¡Salgan! ¡Aquí estamos para vencerlos, Genios!

El Faisán con su pico, el Perro con los dientes, el Mono con las uñas y Momotaro con sus brazos, luchan denodadamente.

Los Genios y los Demonios, al verse perdidos, se lamentan y dicen:

-¡Nos rendimos! ¡Nos rendimos! Sabemos que hemos sido muy malos, nunca más volveremos a serlo. Les devolveremos el tesoro y todas las riquezas.

Sobre una carreta cargan el tesoros y todo lo que había en poder de los Genios. El Perro tira de ella, el Mono empuja por detrás y el Faisán les indica el camino. Y Momotaro, sentado encima, entra en su pueblo donde todos lo aclaman por vencedor.

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