Palestina: la ocupación sin fin

Maciek Wisniewski *

Palestina

“Que nunca experimente la agonía de que le roben su país; que nunca sienta el dolor de vivir en cautiverio bajo la ocupación; que nunca sea vendido por sus ‘amigos’”, escribió Hanan Ashrawi, integrante del Comité Ejecutivo de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en reacción al auspiciado por la administración trumpista y firmado hace un par de semanas acuerdo de paz entre Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahréin e Israel (bit.ly/346EzEp ). Cuando el año pasado EU presentó su plan de paz para el Medio Oriente (The deal of the century), para el cual uno de los talleres” propagandísticos se realizó en Bahréin. Asimismo, Ashrawi remarcó que el meollo de este acuerdo en el que se concedía todo a Israel y nada a Palestina era la ocupación, una palabra que ni siquiera aparecía en el documento (bit.ly/2S9vMfo). De manera similar –como una agenda para la ocupación permanente−, Ashrawi calificó los planes israelíes para los nuevos asentamientos alrededor de Jerusalén (bit.ly/33Kj3p3). Mientras en aquel entonces censuró la hipocresía del mundo que teme decirle algo a Trump respecto a su incondicional apoyo a Israel y al propio Israel por su interminable ocupación de Palestina, ahora se lo reprochó a EAU y Bahréin, que traicionando la causa palestina sacaron no más a la luz sus tratos secretos con Israel.

En efecto. Más que un acuerdo de paz –los tres países nunca han estado en guerra y desde hace años mantenían relaciones no-oficiales−, lo firmado bajo la tutela de Trump ha sido sólo un burdo trato de armas. ¿Los beneficiados? La industria militar estadunidense y la israelí que desde hace años surte a los ricos regímenes del golfo con sus avanzadas tecnologías de vigilancia usadas para reprimir la disidencia interna. Si bien oficialmente, como parte del acuerdo, Israel se comprometió con EAU a no anexar (por ahora) a Cisjordania, la decisión de frenarla (sin descartarla en el futuro) ya se tomó anteriormente a nivel de la política interna israelí. Si hay algún efecto práctico de dicho acuerdo es la normalización de la ocupación de Palestina –siendo ésta, en la práctica, una forma de anexión− y la eternalización del sufrimiento del pueblo palestino. Igualmente el auspiciado por Trump y firmado en el mismo tiempo acuerdo de paz entre Serbia y Kosovo que parecía ideado sólo para poder incluir en él cláusulas respecto a Medio Oriente (sic), igualmente apuntaba a legitimar la ocupación obligando a ambas partes a reconocer a Jerusalén como la capital de Israel.

Si bien tras la guerra de los Seis Días –una guerra de conquista (Tom Segev)−, que convirtió a Israel en un imperio colonial al ocupar Cisjordania, Gaza, los Altos de Golán y la península de Sinaí (de los cuales éste sólo evacuó a Sinaí y cambió la ocupación de Gaza por un inhumano bloqueo convirtiendo la ocupación de Palestina en la más larga ocupación militar en la historia moderna: 53 años y contando) varios prominentes políticos israelíes alertaban que la prolongada ocupación destruiría el tejido de la sociedad israelí (Avi Shlaim, The Iron Wall: Israel and the Arab World, 2000, p. 317), Israel más bien aprendió a organizar la sociedad alrededor de ella. Convirtió la debilidad (todo el derecho internacional está aquí del lado de los palestinos) en una fortaleza que lo hacía atractivo sobre todo para los regímenes represores en el mundo. Los territorios ocupados se convirtieron en un enorme laboratorio para el armamento y las tecnologías de vigilancia y control de masas con palestinos en calidad de conejillos de indias. El reciente acuerdo de paz ni siquiera pretende tapar esta realidad. Más bien la confirma, demostrando que lo más provechoso es continuar la ocupación –y seguir en una perpetua zona gris entre ocupación y anexión, la ambigüedad de la que es especialista Netanyahu, bien remarca Avi Shlaim − que terminarla.

Escenificar su firma en el mismo césped sur de la Casa Blanca donde en 1993 se firmaron los Acuerdos de Oslo (Arafat/Clinton/Rabin), fue igualmente revelador: ha sido precisamente Oslo que más que abrir el camino a la paz le permitió a Israel rempacar la ocupación y bajar sus costos reales y políticos al transferirle la carga de controlar la población ocupada a la Autoridad Palestina encargada ahora de sofocar la resistencia armada y pacífica a la ocupación sin comprometerse prácticamente a nada (la conformación del Estado palestino, el retiro de los asentamientos ilegales, etcétera). La formación de un régimen colaboracionista bajo Arafat (y luego Abbas) −un subcontratista de la ocupación−, igual que en otros casos históricos, ha sido crucial para manejarla sin tener que ceder nada del territorio. En su tiempo Ashrawi censuró a Arafat diciendo que ni él ni los demás dirigentes de la OLP vivieron bajo la ocupación –estaban en el exilio− y no tenían idea que firmaban con Oslo en su forma presentada por los israelíes (Avi Shlaim, Israel and Palestine, 2009, p. 220), aunque luego se incorporó a autoridades encargados de administrarla. En este sentido tanto los acuerdos con EAU y Bahréin, como el previo acuerdo del siglo, se vislumbran no como la traición, sino consolidación y continuación del espíritu de Oslo.

* Periodista y analista polaco. En “La Jornada” de México

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