Guadi Calvo
Un nuevo, y en este caso inédito, capítulo se acaba de escribir en la larga lucha de Baluchistán, por conseguir su independencia de Pakistán.
Pasado el mediodía del martes once, el Jaffar Express que, desde Quetta, la capital de la provincia baluchi, llega a la ciudad de Peshawar, capital de la provincia de Khyber Pakhtunkhwa (KP), en un recorrido de aproximadamente 1.600 kilómetros que cubre en treinta horas, fue detenido en proximidades del distrito de Bolan (Baluchistán) por una brigada compuesta por cerca de ochenta hombres del Ejército de Liberación de Baluchistán (BLA), el grupo insurgente más activo de la media docena que militan por la independencia de esa provincia.
Este secuestro es el primero de este tipo que se produce en la larga y violenta historia del Pakistán. La formación que llevaba 440 pasajeros, entre ellos militares que se encontraban de licencia, y compuesta por ocho vagones, se encontró frente a la voladura de un tramo de vía, que los insurgentes eligieron una zona remota y montañosa, cuyo aislamiento y lo difícil del acceso a redes de comunicación la hacían el escenario ideal para el ataque. Por lo que los terroristas utilizaron teléfonos satelitales para comunicarse, según Islamabad, con sus líderes refugiados en territorios del talibán.
Tras obligar a descender a todo el pasaje y después de liberar un contingente de ciento noventa de ellos, mientras los restantes fueron divididos en tres grupos, entre los que de manera precautoria se entremezclaron atacantes suicidas (shahid).
Según algunas informaciones, las pretensiones del BLA, eran forzar al gobierno del Primer Ministro, Muhammad Shehbaz Sharif, a liberar una cantidad, no revelada, de militantes detenidos.
Rápidamente, las fuerzas de seguridad pakistaníes, como el ejército y particularmente la Fuerza de Coordinación de la Policía (FC) montaron una operación en torno al Jafar Express, con francotiradores que ejecutaron a los shahid, que se encontraban entre los pasajeros, para de inmediato abatir al resto de los guerrilleros. La operación de recuperación se había extendido por más de treinta y seis horas.
El enfrentamiento finalmente dejó treinta y tres baluchis muertos, además de ocho hombres del ejército y veintiún pasajeros, entre ellos el maquinista del tren. Según fuentes del ejército, los pasajeros muertos habrían sido ejecutados por los insurgentes antes de la acción militar. Juntos a los muertos también se registraron cerca de cuarenta heridos.
La dirección de la DG-ISPR (Dirección General de Comunicaciones del Inter-Services, la inteligencia pakistaní) denuncia que la jefatura del grupo atacante se encuentra en Afganistán, al igual que sucede con la khatiba más violenta de las que operan en Pakistán, el Tehreek-i-Taliban Pakistan (TTP), agregando mucha más tensión todavía en la Línea Durand, la frontera entre ambas naciones. (Ver: Juegos de guerra en la Línea Durand, II y III). Mientras que el ministro del exterior también acusó a India de financiar a los terroristas para desestabilizar al gobierno de Islamabad.
El clero pakistaní también acusó a los terroristas de no ser verdaderos musulmanes, ya que el ataque al Jafar Exress se produce en pleno mes de Ramadán al-Mubarak (bendito Ramadán) la festividad más sagrada del islām.
Tras la toma, el BLA, en un comunicado, se adjudicó la responsabilidad del ataque, advirtiendo de más represalias contra las fuerzas de seguridad.
Baluchistán, es una de las provincias pakistaníes que más inversiones recibe de Beijing, en el marco del proyecto del Corredor Económico China-Pakistán (CPEC) estimadas en unos 62 mil millones de dólares.
En los últimos años, también se han producido ataques contra intereses y ciudadanos chinos que trabajan en Baluchistán. El último se registró en octubre del año pasado, asesinando a dos trabajadores e hiriendo a otros ocho en un ataque nocturno contra un convoy de transporte a las afueras del aeropuerto de Karachi.
En este contexto, en enero pasado, el Pak Institute of Peace Studies (PIPS), brindó un informe en el que advirtió que la situación en Baluchistán era alarmante. Anotando que, a lo largo del 2024, se produjeron ciento cincuenta ataques, treinta y uno más de los que se produjeron en 2023.
El mes pasado, una veintena de soldados murieron en un ataque del BLA en la ciudad de Kalat, a 140 kilómetros al sur de la ciudad de Quetta, donde, además, en otro atentado, murieron una decena de civiles.
La resistencia baluchi, no solo ha ganado en letalidad sino también en organización, incrementando su capacidad de comunicación, reclutamiento, selección de objetivos, inteligencia y adaptabilidad a las diferentes misiones, difundiendo mensajes etno-nacionalistas, que atrae cada vez más jóvenes a sus filas, por lo que se espera más actividad insurgente.
En agosto del 2024, tras la muerte de una veintena de militantes a manos de las fuerzas de seguridad pakistaníes, el BLA lanzó una serie de ataques en toda la provincia, en los que murieron unas cincuenta personas, entre ellas catorce agentes de seguridad murieron.
El grupo también, en noviembre del año pasado, el BLA ya había ensayado un ataque similar al del pasado martes contra una formación que transitaba cerca de Quetta, utilizando a un shahid, que les costó la vida a veintiséis personas, entre ellas dieciséis efectivos de seguridad, además de sesenta y un heridos.
Un país en llamas
Las autoridades pakistaníes informaron, a raíz de estos últimos acontecimientos, que en el país se ejecutan entre ciento sesenta y ciento ochenta operaciones diarias contra el terrorismo.
Más allá de ese dato, las amenazas de extremistas takfiristas y separatistas abren una profunda brecha en la seguridad del país con cerca de 220 millones de habitantes.
El crecimiento del terrorismo, que se multiplica en atentados suicidas, asesinatos selectivos, ataques a puestos policiales, bases militares, edificios públicos, mezquitas y madrassas chiitas.
La embestida insurgente expone el debilitamiento del control estatal, sobre todo en las provincias más conflictivas, Khyber Pakhtunkhwa y Baluchistán, ambas con extensas fronteras con Afganistán.
Según el Índice Global de Terrorismo (GTI) 2025, Pakistán es el segundo país en el mundo con más acciones terroristas, después de Burkina Faso.
Según ese informe, las muertes por ataques terroristas en 2024 fueron 1081, un 45 por ciento más de las del 2023, mientras que los atentados pasaron de 517 a 1099.
El Tehreek-i-Taliban Pakistan (TTP) y los diversos grupos de la insurgencia baluche han intensificado sus campañas, aprovechando la inestabilidad que provoca la crisis económica y el desorden generado tras el golpe y encarcelamiento del ex primer ministro Imran Khan en 2022.
Otro de los factores de este fenómeno es la victoria del Talibán en agosto del 2021, fenómeno que ha dado aliento a otros grupos nacionalistas e integristas al TTP.
La expansión terrorista es un desafío para el gobierno ilegítimo del Primer Ministro Sharif, puesto allí prácticamente a dedo por la embajada norteamericana, el ejército y el establishment, temerosos de las políticas renovadoras de Imran Khan.
El pasado día cuatro, un ataque suicida cumplido por dos muyahidines afiliados al Hafiz Gul Bahadur, un grupo tributario del TTP, con base en la región Waziristán del Norte, en vehículos cargados de explosivos en una base militar en el Bannu, provincia de KP, que provocó cerca de veinte muertos (Ver: Juegos de Guerra en la Línea Durand III).
Una combatiente suicida del BLA, el día tres, se inmoló al paso de un convoy de las fuerzas de seguridad en la región de Kalat, (Baluchistán), matando a un soldado e hiriendo a otros cuatro.
Frente a este contexto, India está en constante proceso de fortalecimiento de sus fronteras con Pakistán y, en especial, en la región de Cachemira, donde el Inter-Services enmascarado detrás de grupos nacionalistas y takfiristas, opera con frecuencia del otro lado de la frontera. Mientras su país es consumido por las llamas del terror, la crisis económica y la degradación política.
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