O entendemos, o nos lleva puta

Por Yayo Vicente

Yayo

Yayo Vicente

A veces nos cuesta ver lo importante. Nos distraemos, nos gusta distraernos. Tal vez negar la realidad es una defensa para no enfrentarla. Lo importante en esta pandemia es cuidarnos entre todos y si no lo hacemos, muchos moriremos. Algunos, con enorme ligereza argumentan que no es la gran tragedia, pues al fin y al cabo, todos vamos a morir.

Es frecuente distraerse en lo accesorio y no ver lo sustantivo. En la acostumbrada conferencia de prensa de hoy 3 de julio, el ministro Dr. Daniel Salas nos mostró algunos modelos. No son predicciones, son escenarios de lo que puede suceder si concurren determinadas condiciones.

No se trata de generar pánico, pero si preocupación. Todos debemos estar preocupados. Los servicios de salud, pueden en el límite, aguantar alrededor de 80 casos nuevos diarios. Los datos de los últimos días sobrepasan por mucho esa cifra. Estamos llegando a la saturación de la capacidad instalada (y hasta ampliada) de la CCSS.

Por supuesto que ya el Ministerio de Salud está colapsado y no puede dar seguimiento a las cadenas epidemiológicas. Cualquiera puede ver en el horizonte una ola que se está haciendo cada vez más grande, tan enorme, que cuando nos reviente encima nos aplastará.

La inmunidad de rebaño, que no es más que meter “corta fuegos” o individuos resistentes entre los que se pueden enfermar, no es efectiva hasta alcanzar entre el 60% y el 90%. Eso solo se conseguirá con vacunas o una tragedia. A la fecha la inmunidad de rebaño es de 0,08%, no alcanza para nada. Por ahí no está la solución.

Hemos invertido durante años en educación y en infraestructura de salud, pero muy poco en disciplina. La educación no está alcanzando y los hospitales tampoco. ¡Cerremos filas!    O entendemos, o nos lleva puta, es así de sencillo.

Este es un país de paz, sin ejército hace 71 años. Los decesos no son “casualties”, bajas militares no contempladas. Dieciocho decesos no parecen ser una cifra alta, ¿verdad? Pues en mi familia somos, cuatro hijos, mi esposa y yo. Dieciocho son tres familias como la mía. Es cierto que la tasa de letalidad todavía es de las más bajas del mundo, 0,4%. Pero… no nos acostumbremos a las cifras.

Cada una de las personas muertas, ocupaba un lugar en el corazón de alguien. Cada uno era compañero de trabajo, sobrino, abuelo, hermano, esposo, hijo, amante, amigo, novio. Cada uno de los que nos dejaron por el COVID-19, sabía reír, llorar, abrazar…

Si le quitamos el rostro humano a esta tragedia, perderemos humanidad para ganar animalidad. Forjar un espíritu solidario, capaz de comprender y ayudar al Otro, es el único camino decente.

He oído, con piel de gallina, algunos testimonios de pacientes “recuperados”, al menos dados de alta, pues su recuperación completa les tomará meses de rehabilitación. Ellos han estado al borde de morir, agradecidos de estar vivos, luego de casi estar muertos. Vuelven a la vida, a ver a los suyos. Un drama humano se narra en cada relato.

Dos gráficos elocuentes nos enseñó el ministro Salas, en el primero nos dice (creo que quería gritárnoslo) que si entendemos lo que se avecina, podemos evitar el colapso. No la CCSS ni el Ministerio de Salud, ¡NOSOTROS!, somos los responsable y quienes podemos hacer la diferencia entre tener casi 35.000 mil casos en octubre y menos de 15.000. En nosotros está salvar a Matilde, María José, Leda, Carlos, Aarón, Lorena, Domitila, Rosa, Evelyn, Carmen, Rafael, Cecilia, Juan, Pedro, Federico, y así hasta completar quince mil nombres.

Yayo

Yayo

Salgamos lo menos posible, si salimos evitemos conglomeraciones, usemos mascarillas y carátulas, lavémonos las manos seguido, desinfectemos superficies, mantengamos la distancia entre unos y otros. ¡No nos rindamos! ¡Seamos disciplinados!

Los entierros son tristes, pero antes del entierro hay una agonía angustiosa, nuestra gente muriendo entre desconocidos y luego sepultados como a escondidas. Con poquita gente y esos pocos mirándose uno al otro con complejo de culpa. Culpa de no haber hecho lo que debía, sabiéndolo.

Este no es un juego, es la peor desgracia que nos ha sucedido. Evitar que sea peor, depende de cada uno, luego vendrán las vacunas, las sonrisas y la alegría.

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