Nunca más: el lanzamiento de la bomba atómica

Nagasaki: el lanzamiento de la segunda bomba atómica

Consecuencias del bombardeo atómico de la Segunda Guerra Mundial en un suburbio situado a cuatro millas del centro de Nagasaki, Japón.
Everett Collection/Shutterstock

María Natividad Carpintero Santamaria, Universidad Politécnica de Madrid (UPM)

Los días 6 y 9 de agosto se conmemora el aniversario del bombardeo atómico sobre Japón que puso fin a la Segunda Guerra Mundial, el conflicto armado más trágico de la historia de la humanidad. Desde aquel momento las bombas nucleares han condicionado definitivamente las relaciones políticas internacionales.

En 1995 tuve la oportunidad de asistir al 50 aniversario de este evento en Hiroshima, invitada por la Conferencia Pugwash, cuyo director, el profesor Joseph Robtlat, recibió en nombre de Pugwash el Premio Nobel de la Paz ese mismo año.

En 2024 este mismo galardón fue entregado a Shigemitsu Tanaka, representante de Nihon Hidankyo (Confederación Japonesa de Organizaciones de Víctimas de las Bombas Atómicas y de Hidrógeno). Tanaka era una víctima superviviente –hibakusha– del bombardeo sobre Nagasaki.

Ahora se cumplen 80 años de este capítulo histórico que no podemos ni debemos olvidar.

La primera decisión

Mapa de las misiones de lanzamiento de las dos bombas atómicas.
Mapa de las misiones de lanzamiento de las dos bombas atómicas.
Skimel/Wikimedia Commons, CC BY-SA

El 31 de mayo de 1945, y tras la rendición incondicional de Alemania, ocurrida el 8 de mayo, el presidente norteamericano Harry Truman tomó la decisión de lanzar sobre Japón, sin previo aviso, las dos bombas atómicas que habían sido desarrolladas en el Proyecto Manhattan: el Little Boy de uranio y el Fat Man de plutonio.

El Comité Especial de Objetivos reunido en Washington seleccionó las siguientes ciudades japonesas como blanco preferente: Hiroshima, Kokura, Niigata y Kioto, todas ellas de gran valor militar por sus fábricas de armamento y materiales estratégicos.

Con el bombardeo atómico se pretendía reducir el número de víctimas humanas, pues la destrucción de Tokio con bombas incendiarias, ocurrida el 10 de marzo de ese mismo año, había causado entre 80 000 y 100 000 fallecidos. Por otro lado, y aunque las cifras precisas son difíciles de establecer, la mayoría de las fuentes históricas coinciden en que en la sangría de las batallas de Okinawa e Iwo Jima murieron cerca de 110 000 soldados japoneses y en el ejército norteamericano se produjeron 72 000 bajas, de las cuales 12 500 fueron muertos o desaparecidos en combate.

Asimismo el gobierno norteamericano había calculado que si se continuaba con la guerra, los costes económicos que supondría bloquear a Japón por mar y los bombardeos masivos que tendrían que hacer, junto con una invasión por tierra al mismo tiempo, elevarían significativamente el gasto militar.

La segunda ciudad

Tras el bombardeo de Hiroshima el 6 de agosto de 1945, el Gobierno de los Estados Unidos lanzó la segunda bomba atómica. Una de las razones de este segundo ataque fue que no se había producido la rendición de Japón en los dos días siguientes. Otra, que ya lo tenían previsto.

El lanzamiento de la bomba de plutonio, que había sido probada previamente el 16 de julio de ese año en el desierto de Alamogordo en Nuevo México, se llevó a cabo entre serias complicaciones de planificación y previsiones atmosféricas.

La patrulla estaba formada por cinco B-29: el B-29 Bockscar cargado con el Fat Man, dos aviones para reconocimiento y otros dos para la comunicación de datos atmosféricos. Kokura sería el objetivo.

Un grupo de pilotos posa delante de un avión.
Tripulación de vuelo alistada del Bockscar.
ASAF/Wikimedia Commons

El 9 de agosto de 1945, al sobrevolar la ciudad la hallaron cubierta de niebla. Esto hizo que el B-29 se desviara hacia Nagasaki, ciudad que no estaba inicialmente considerada objetivo inicial preferente. La razón es confusa y en armonía con los contratiempos que se dieron desde el primer momento. ¿Problemas de transmisión de comunicaciones por radio ante una situación inesperada? ¿Problemas con el combustible del Bockscar? ¿Factor humano? No lo sabemos.

Nagasaki no tenía visibilidad total tampoco, pero sí podía verse entre nubes. La bomba Fat Man explosionó a las 11:02 horas a 500 metros sobre la zona norte de la ciudad, en Matsuyama-machi, y su potencia fue estimada en 18 kilotones.

La compleja topografía de la ciudad, situada en una región montañosa, confinó la fuerza de la explosión a un ámbito unidireccional que destruyó un 30 % de los edificios, con unas áreas más severamente dañadas que otras. Tres días antes, en Hiroshima, la bomba había explosionado de forma diferente, ya que al hallarse sobre una meseta la destrucción de la ciudad fue casi isótropica, es decir, igual en todas las direcciones, llevándose por delante más del 70 % de la ciudad.

Vista de la explosión sobre Nagasaki tomada por el B-29 de reconocimiento.
Vista de la explosión sobre Nagasaki tomada por el B-29 de reconocimiento.
U.S. Government/Wikimedia Commons

En Nagasaki la bomba consiguió en pocos minutos un resultado devastador. La onda térmica, la onda de choque y la radiación inicial hicieron que el establecimiento del número de víctimas fuera altamente dificultoso. En 1989 la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear hizo público un informe en el que hacía la siguiente valoración del bombardeo: 73 884 fallecidos, 74 909 heridos, 120 820 personas sin hogar, 18 409 casas dañadas, 11 574 casas totalmente quemadas, 1 326 casas totalmente destruidas y 5 509 casas parcialmente destruidas.

El daño que causaron las bombas atómicas no se cuantificó por el número de víctimas sino por el fenómeno destructivo de la radiación.

El 15 de agosto de 1945, el emperador Hiro Hito hizo oír su voz por radio, comunicando a su pueblo que Japón presentaba su rendición incondicional y aceptaba las condiciones de la Declaración de Postdam. El anuncio tuvo un gran impacto psicológico en la población, que por vez primera oía su voz, lo que le daba una dimensión humana a un emperador que perdía su ancestral divinidad.

Algunos miembros de las Fuerzas Armadas, aviadores, oficiales y jefes de la Marina Imperial reaccionaron a este anuncio con el suicidio. Entre ellos, el almirante Takijiro Onishi que con su propia espada se hizo el seppuku o harakiri –el suicidio ritual vinculado con la doctrina del Bushido–, siguiendo el código ético de los samuráis para morir con honor.

El 2 de septiembre de 1945, el ministro de Asuntos Exteriores japonés Mamoru Shigemitsu, actuando en nombre del emperador, del Gobierno Imperial y del Cuartel General Imperial, firmó los protocolos de la rendición en el acorazado norteamericano Missouri.

Vista actual de la ciudad de Nagasaki.
Vista actual de la ciudad de Nagasaki.
Tomio344456/Wikimedia Commons, CC BY-SA

El bombardeo atómico sobre Japón inició un desarrollo masivo de armas nucleares. Sin embargo, no podemos ni debemos olvidar los nombres de Hiroshima y Nagasaki. Tenemos la obligación moral de recordar que fueron dos ataques catastróficos que bajo ninguna excusa pueden volver a repetirse.

De hacerlo, el impresionante avance científico y tecnológico de las actuales armas nucleares daría como resultado que no quedarían ni vencedores ni vencidos.The Conversation

María Natividad Carpintero Santamaria, Profesora Investigadora – Area Nuclear. Instituto de Fusión Nuclear «Guillermo Velarde» (IFN GV) – UPM, Universidad Politécnica de Madrid (UPM)

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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