Vladimir de la Cruz
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Creo que la cita que me establecen cada tres meses me las podrían programar para cada cuatro meses, con lo cual aliviarían la lista y colas de consulta. Pero, así funciona el sistema. Ese miércoles el EBAIS funcionó desde las 7 a.m para todos los menesteres pero la cita, que era a las 10 a.m., me la suspendieron y me la reprogramaron para hoy.
Me imagino que la suspensión del pasado miércoles fue por la gran marcha nacional que movilizó prácticamente a todos los sindicatos de las instituciones públicas. Aun así, el EBAIS funcionaba para los otros asuntos, incluido el de recepción y despacho de recetas en la farmacia, las cuales también retiré.
Suspendida la cita del miércoles, recibí una llamada urgente para ver si podía colaborar en atender a uno de los nietos menores, a Nico, de 6 años, hijo de Presbere, que había tenido una cita obligada con una médico, y no había quien lo cuidara o acompañara por el resto del día, hasta las 3 p.m, hora en que su papá se podía hacer cargo de él, porque su madre estaba trabajando. Esto se sumó a la imposibilidad de integrarme, aunque fuera tarde, a la marcha.
A las 3 de la tarde, ya terminada la marcha, tenía una participación en una mesa redonda de la Cátedra de Historia de las Instituciones de Costa Rica, en la Facultad de Educación, de la Universidad de Costa Rica, con el tema 100 años de luchas sociales en Costa Rica. Allí estuve, aprendiendo con colegas y nuevas historiadoras, jóvenes doctoras en Historia, muy bien formadas académicamente, sus experiencias de investigación.
Las horas con Nico fueron muy ricas e intensas. Es un niño que pasa hablando. En ese sentido familiarmente se dice que es un “De la Cruz”, porque en mi familia, los De la Cruz, mi padre Ignacio, mis tíos Gilberto, Enrique, Rafael, Antonio, y ni qué decir de Alvaro, al igual que mis tías, Matilde y Lilia particularmente, y los primos, tenían y tienen fama de hablar mucho.
Mientras esperaba a Nico me puse a hacer los crucigramas de los periódicos, que siempre hago. Me preguntó que estaba haciendo. Le expliqué de la importancia de los crucigramas como ejercicio mental, especialmente para “viejitos” como yo, cercano a los 80 años. Mi suegra, su bisabuela materna, a los 90 años hacía los crucigramas de los periódicos con gran disciplina y acierto.
Le expliqué que los crucigramas ayudan a ejercitar la información que uno tiene, a poner atención. También, le mencioné que ayudan a concentrarse, a desarrollar habilidades y destrezas, a poner a prueba los conocimientos generales que uno tiene. Le dije que mejoraban el lenguaje, los conceptos. En fin, que hacer crucigramas era abrirle una puerta al cerebro, al que hay que estar alimentando con lecturas, palabras o con ejercicios como ese, de hacer crucigramas, para introducir nuevos datos al cerebro.
Atendí algo que me distrajo por unos momentos y volví a la mesa, y ya estaba Nico llenando los cuadritos del crucigrama con letras.
Otros nietos, Julián, Luca o Marco, hijos de Tupac, en las mismas edades de Nico, los acostumbré a leer el periódico conmigo, mientras vivieron con nosotros sus primeros años de infancia. Julián lo disfrutaba más, sentado en mis regazos o a la par. Así recorríamos los periódicos que se recibían en la casa, e igualmente me veía llenar crucigramas.
Nico llegó justo cuando estaba revisando uno de esos periódicos. Inquieto como es, se sentó conmigo a ver cómo llenaba el crucigrama.
Aproveché, para hacerle un recorrido por el periódico que tenía retándole a reconocer las letras de los títulos informativos. Todavía no lee plenamente, pero reconoce todas las letras del abecedario con cierta rapidez y casi sin equivocarse o dudar. Igualmente reconoce todos los números. Me sorprendió su agilidad. Algunas palabras cortas las reconocía. No está todavía en primer grado de la escuela. No está en esa asombrosa lista nacional que, orgullosamente, el Ministerio de Educación Pública, exhibió de los niños que en primer grado de escuela no saben leer, y que jocosamente dice que en tercer grado aprenderán… De algo estoy seguro, que Nico al llegar a su primer grado sabrá leer.
Para los rompecabezas es un campeón. Empezó a hacerlos con los más pequeños, de 30 piezas en adelante, y ahora los hace él solo hasta de 1000 piezas. Los de 500 y 700 piezas los hace rápidamente y reta para que se le dé otro. Los grandes los hace lentamente y a veces con colaboración familiar, y hasta de su abuelo.
Todos mis hijos hicieron rompecabezas, entre otros juegos y entretenimientos, lo que les ayudó en su vida académica y profesional, reconocido por ellos mismos. La práctica de los rompecabezas se replicó en sus hijos y mis nietos.
El rompecabezas ayuda al niño a desarrollar capacidad motora fina, le da capacidad motriz a los ojos, tratando de precisar donde deben ir o encajar las piezas, le ejercita la memoria visual, le fortalece y desarrolla la capacidad de memoria para reconocer formas y colores de las piezas, y le desarrolla gran capacidad y habilidad para la concentración. Ayuda a desarrollar un pensamiento lógico.
En la casa, visita obligada con Nico, fue ir al patio a saludar a los perros, que lo superan en tamaño. A los perros a veces les doy unas pastillas introduciéndoselas directamente en la boca. Los nietos han experimentado este procedimiento. En esta ocasión, Nico no quiso hacerlo, siempre bajo mi vigilancia y cuido.
Luego recogimos una buena y rica cosecha, de chayotes y limones dulces. Cuando hay buenas cosechas, y de bananos también, algunos vecinos, y hasta la escuela que tengo en frente de la casa, salen favorecidos con el reparto.
Nico es muy ágil mentalmente. Tiene memoria privilegiada. Opera con gran lógica de pensamiento y de manera rápida en su lenguaje y diálogos. Tiene facilidad enorme para los cálculos, la suma y la resta, dentro de una centena. Practica los cálculos con facilidad. Le encantan los números y cuenta perfectamente hasta mil. De mil en mil ya sabe hacerlo y lo he llevado hasta las cifras de centenas de miles y millones de millones. Sabe hacer las relaciones de los números con placer. Aprovecho cuando lo trasporto en auto para retarlo en ir contando, sumando y restando.
También, aprovecho los viajes para retar a los nietos a inventar una narración. Así introduzco un tema, por ejemplo, un paseo por un gran río rodeado de bosques, donde hay que ir describiendo el río, los animales del río y del bosque…lindo ejercicio de conocimientos generales de la naturaleza, y una manera bonita de entretener niños cuando se viaja en auto. Les ayuda a inventar historias a narrarlas y disfrutarlas.
A Nico le encanta acompañarme al supermercado. No es exigente. Conoce los supermercados y la colocación de sus mercaderías porque acompaña a su padre, Presbere, a hacer las compras. Cuando va conmigo le dejo que me guíe, o lo reto, en lo que le solicito de ayuda. Es curioso en el detalle de productos y pregunta si tengo que comprar tal o cual producto que él ve, y que seguramente su padre compra. Su solicitud final, al terminar las compras cuando hay que pagar, es pedirme, no exigirme, un helado de los que están a la venta en pequeñas refrigeradoras a la par de las cajas de pago. Allí lo escoge él mismo.
El helado, generalmente una paleta o un cono, se lo come en la banca que hay afuera, en el pasillo de los centros comerciales, para no “ensuciar” el carro con el helado. Sentarnos él y yo es otra gran experiencia visual, por la forma con que a veces nos ven, quienes pasan al frente, amigos o conocidos, o desconocidos y mirones, al ver un viejo sentado con un niño, comiendo un rico helado con una linda conversación. Yo me divierto de las caras que también veo observándonos…generalmente de asombro o sorpresa…
Me toca a veces colaborar en llevarlo a tareas extracurriculares las cuales cumple con gran disciplina: gimnasia, natación, karate y otras…Tiene su día, como todos mis nietos y nietas, cargado de actividades escolares y extracurriculares.
Con Nico, tres fragmentos de conversación que hemos tenido… Un día, camino al supermercado, en el auto, le dije que se pusiera bien amarrada la faja del asiento porque si pasábamos por un “muerto” el brinco lo podía pegar en el techo del carro y salir volando del auto hasta el cielo infinito. Inmediatamente me contestó que eso no era posible. Le pregunté que por qué no. Me respondió que la gravedad no lo permitiría porque lo jalaría. El temita de la gravedad me sorprendió. Dijo que se lo había enseñado la maestra. Manejaba bien el concepto.
El pasado miércoles, sus inquietudes giraban alrededor del cuerpo humano, sus órganos. Lo de alimentar el cerebro con información lo seguía inquietando. Tiene un enorme rompecabezas del cuerpo humano; por un lado, con todos los huesos y por el otro con los órganos y el sistema circulatorio. Conversamos sobre la cabeza y el cerebro. De nuevo le expliqué la importancia de este último. Me dijo que el cerebro era una masa de grasa. Le expliqué que no era así, que no tenía grasa, que era una materia blanca de fibras nerviosas, compuesta de células, explicándole, para su entendimiento, estos conceptos. Le pedí, que a la hora del almuerzo le preguntara a su abuela, Anabelle, que es médico, patóloga, sobre si el cerebro era de grasa o no. La abuela le explicó, a su nivel, enriqueciéndole lo que yo le había dicho. Le añadí, como gran cosa, que el cerebro era un órgano que no tenía o no sentía dolor, y que su abuelita como patóloga, a veces hacía procedimientos médico-quirúrgicos, con el paciente despierto, en que tenía que meterse en el cerebro, con una aguja especial, para extraer una muestra de tejido y determinar si había algún mal. Inmediatamente preguntó, si el cerebro no tiene dolor, ¿por qué la cabeza duele?, ¿por qué a las personas les da dolor de cabeza? Preguntas que por supuesto nos hicieron reaccionar con risa, eran preguntas lógicas e inteligentes. Le explicamos que el dolor de cabeza se producía por otras razones: tensiones, estrés, depresiones y ansiedades, de la manera más sencilla que podíamos decírselo.
Al momento que me tenía que preparar para ir a la Mesa Redonda, en la Universidad, me acompañó para cambiarme la camiseta que llevaba por una camisa. Preguntó cuál camisa me iba a poner. Le dije que una blanca. Me dijo que no, que mejor usara una azul celeste, que estaba colgada a la par de la blanca. Accedí a ponerme la escogida por Nico, quien nuevamente me preguntó si iba a ponerme corbata. Le dije que no. Me dijo que me pusiera corbata y él mismo escogió una que tengo con símbolos masónicos. Le dije que esa no era la apropiada para la actividad a la que iba. Entonces escogió una azul. Completó la vestimenta del abuelo diciendo que tenía que llevar una chaqueta oscura, y él mismo me la puso. Así terminó de armar su “muñeco” como si fuera un rompecabezas viviente.
Esas conversaciones, que son frecuentes, con Nico, mi nieto, para mí son una delicia, resultan terapéuticas…y de paso me sacan de las rutinas y de las presiones de escribir un artículo como éste.